Wednesday, February 14, 2007

El cerebro en punto muerto.

El tipo llega con intención de reclamar su sorete, embuído de un misiticismo de película barata que no le alcanza para sentirse inmortal y perder el miedo a un nuevo escopetazo, así que se asoma a la tranquera principal y bate las palmas como si estuviese frente a una casa. Por supuesto nadie lo oye. Nadie más que yo que trato de encontrar algún símbolo en la situación, o humor o una buena anécdota, para que el tiempo perdido se pueda capitalizar.
Al rato llega un auto que parece un falcon pero no es. Me pregunto por qué no puedo ponerme nostálgico recordando la Argentina solo por que no es un falcon de verdad. Llega por el camino y está tan hecho bola que parece parte del camino, pero no es un falcon. Se baja una señora con medias hasta la rodilla y se dirige a abrir la tranquera. Lo mira a Pedro y Pedro se hace un poco el sota. Creo que el miedo lo domina por completo.
El que maneja le pregunta a Pedro si buscaban algo. Pedro le dice disculpemen un segundo y se viene para mi lado y me dice que el ya no quiere tratar los temas terrenales, que si me ocupo yo me deja ocuparme de todos sus asuntos materiales. Qué cliente! pienso yo, y en el fondo me digo que no debiera creerle pero soy principalmente ambicioso y optimista. Y agarro y voy y le digo a la señora si me deja pasar a buscar una cosa que dejó mi amigo allá en el bosque.
Pero la vieja es un típico perro del ortelano que no come ni deja que me lleve un sorete. Empieza a perguntar si entramos con permiso y si quien nos dio la autorizacón y que ellos antes tenían perros que los peregrinos no respetan nada, que hay gente buena y gente mala, que ella una vez tuvo que llamar al vecino, que qué es lo que se olvidó mi amigo, que si lo perdió tiene que ofrecer algo al que se lo encuentre... y allí me doy cuenta de que la mina quiere unos mangos. Lo miro al dorima que a esta altura cruzó el falso falcon y se vino para acá y memira serio como perro en bote. Lo miro y hace un solo gesto, apenas perceptible, de afirmación. Y se me queda mirando como si hubiese puesto elcerebro en punto muerto. Hace varios dias que no se afeita ni se baña.
Le digo que me espere un cacho y me voy a negociar con Pedro. Y empiezo a gozar del manejo de sus bienes materiales. Le digo quieren guita. La bajeza del pedido no le hace mella porque vuela más alto y desde arriba ve todas las miserias humanas. Cuánto, me dice. Le digo un número que es el triple de lo que pienso ofrecer y algo que estimo que Pedro tendrá en el bolsillo. Me da su billetera y el gesto parece de real desprendimiento épico. Pienso en una película de San Francisco y me la meto en el bolsillo sintiendo que con ese gesto yo también entro en la Historia por la puerta grande.
Voy hacia los del falcon y un rayo de luz me pega en el occipital. Es la manzana de newton y la bañadera de Arquímides: qué guita ni ocho cuartos, vengo a limpiar porque nos arrepentimos de dejarle ese sorete en su propiedad. Pero lo tengo que pensar bien...en los pocos metros que me quedan no puedo hacer un viraje tan rotundo sin despertar sopechas. Necesito ganar tiempo y pensar cómo lo argumento.

Saturday, February 03, 2007

Que me atropelle un dios borracho

Por un momento quise detener a este hombre que deshacía el camino andado para ir a reclamar un sorete a la gente que lo había sacado a escopetazos. Pero no sabía qué argumento usar. Intenté que el mismo se viera y recapacitara:
- Pedro, a dónde vas?
- A recuperar mi alma,- dijo - a tierra santa. - Y de nuevo parecía que hablaba en un mundo y caminaba en otro.
- Pero íbamos para el otro lado!- Me quejé
- Dios está en todos lados- dijo
- Entonces no retrocedas, sigamos a donde íbamos...
- No se puede estar en contacto con él todo el tiempo, a veces hay que voler a donde estuvo y aferrarse a la huella que dejó.
En seguida entendí mi situación: yo había venido a ver qué era una peregrinación en mi carácter de ateo curioso como una solterona desesperada se lanza al puerto a las tres de la mañana a ver si, por error, en la multitud de marineros borrachos que vuelven a sus barcos alguno la atropella y sobreviene un orgasmo. Pues bien… era ahora cuestión de hacer lo que uno había venido a hacer: Mirar. Dejarlo ser. Que la solterona no huya de la escena del crimen. Viene el toro. Dejar que el temporal desguace mis alas blancas. Y si Dios me agarra que sea lo que Dios quiera.