Wednesday, July 30, 2008

Aramos dijo el mosquito

Luego la Historia le daría estatuas y una fecha roja en el calendario, pero más que un descubrimiento lo que hizo fue desmoronarse sobre una indiferente playa remota, agotado como un náufrago, lloroso y arrepentido.

Para las mentes del nuevo mundo, ocultas en la espesura, inaccesibles en llanuras y valles, aquel fue un día más.

Del continente real traían, en las naves, briosos cuerpos que en un descuido huyeron a multiplicarse en pampas de lluvia y pasto.

Los agudos ojos de las mentes midieron, luego temieron y luego desafiaron a estos nobles cuerpos brutos que corrían como derrumbes relinchando barranca abajo por las colinas.

Las primeras mentes que montaron cuerpos lo hcieron por el solo afán de hacerlo. En las domas se veía con claridad hasta dónde llegaba el cuerpo y dónde, de otro color y sangre, se movía con su propio estilo, la mente, apenas en control de su sombrero. Con el tiempo, cuerpos nacidos en cautiverio empezaron a asimilarse a las mentes y nació el baile, que no era de uno ni de otro sino de ambos.

La mente se creyó centauro y anduvo pregonando esa identidad, pero los músicos todavía hacen chistes en voz baja.

Thursday, July 10, 2008

Diáspora

...........................................................(de vuelta en Buenos Aires)


Cuando, a los cinco años de edad, un peón de campo me contó lo que hacían los hombres y las mujeres para tener hijos, me causó gracia su ignorancia. A quién podría interesarle meter su parte húmeda de pis en la parte húmeda de pis de otra persona, se preguntaba mi mente.
Años después me pregunto cómo pudo sorprenderme, a los cinco años, algo que mi especie venía haciendo por millones de generaciones y de lo que yo era producto directo.
Si definimos a la mente de mi especie como un virus, un tumor que se desarrolló en su cuerpo, quizá lleguemos a una explicación satisfactoria.
Hay un hongo que crece en las humedades del suelo en la selva amazónica que ha desarrollado una interesante estrategia para viajar y conquistar territorio. Ataca un gusano, se le mete en el cerebro y le genera un intenso deseo de trepar. El gusano trepa alguno de los altos árboles de la jungla. Para el tiempo que llega arriba, el hongo ha tomado todo su cuerpo, lo debilita, lo mata y lo devora. Luego, desde esa altura entrega al viento sus esporas para diseminarse lo más ampliamente posible.
A nosotros, en vez de hongo, nos ha crecido una mente en el cerebro. En vez de deseo de trepar nos propone la idea del tiempo. De la nada desdobla el presente, como un ilusionista abre un abanico, y nos genera la ilusión de las horas, del pasado y del futuro.
Al despegarnos de la forma animal de ser y estar únicamente en lo físico, la mente da lugar a realidades alternativas. Estas están confusamente emparentadas con el mundo real de la misma manera que una pesadilla se parece a nuestra vida diurna.
Tratando de treparnos a los árboles de esas fantasías viajamos por el plano físico y conquistamos el mundo.
Hoy se me apareció el peón de campo cuando trataba de dormir la siesta. (¿Qué habrá estado haciendo estos cuarentitantos años?) Se paró junto a mi cama y me dijo:
-Estás muerto.-
Pero yo sabía que estaba vivo.
Vos dirás que la otra vez también pensé que él era ignorante y que ya debiera yo haber aprendido mi lección de humildad.
Sin embargo te estoy contando el cuento a vos. Ya no soy yo el que dice que estoy vivo sino la representación de mí que hay en tu mente.
Quizá yo sea solo un hongo.
Y vos estés casi muerto.

Saturday, July 05, 2008

Polvo Capicúa

.................................................. (posteado en Santiago de Chile)

- Fecha de nacimiento? - Me preguntó el oficial de inmigración sosteniendo el formulariol en que yo había dejado en blanco ese item.
- No sé - respondí.
Me miró por unos doce segundos. A grandes rasgos esos doce se dividieron en capítulos de tres segundos cada uno:

El primero los usó para dejar de pensar las cosas en que venía meditando mientras hacía su trabajo: problemas de familia... quejas de una mujer celosa apenas justificadas…

El siguiente capítulo fue para evaluar cómo un hombre de traje y corbata podía no saber su fecha de nacimiento.

El tercero lo dedicó a preguntarse si estaba yo loco o había entendido mal la pregunta.

Y el cuarto lo repartió mitad para decidir que me repetiría la pregunta y mitad para observar cómo yo reaccionaba mientras me decía:
- En qué fecha nació usted.
- Estoy volviendo – le dije. La claridad de mi voz y lo culto de mi acento, el celeste romántico de mis ojos, el mundano brillo de la seda de mi corbata y lo armonioso de las canas que confieren categoría a mis sienes, lo hicieron dudar.
- ¿Cómo?
- Voy hacia esa fecha. Vengo de la muerte.-
La palabra muerte no estaba permitida en los mostradores de ese aeropuerto. Un decreto de obesidad y violencia lo promulgaba con verba burócrata desde papeles ya amarillentos. Las esquinas de uno de los carteles estaban enruladitos como los anuncios del rey en los cuentos de hadas.
- ¿Lo recomienda alguien? – me preguntó cauteloso.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y con disimulo dejé escapar un eructo. Metí la mano izquierda en el bolsillo del impermeable y saqué una nube mustia. En ese momento en la radio del oficial se oyó una voz difícil de entender. Él mismo tuvo que pedir una repetición del mensaje. Esta vez se oyó más clara la pregunta: si ya había contribuido en la colecta del regalo de despedida al mayor Laliberté, y si no, ¿qué estaba esperando?!
- No estoy de acuerdo con que se le regale una peluca.- dijo el oficial
- Quizá si le doy mi número de pasaporte usted puede averiguar mi fecha de nacimiento…- dije yo - sería emocionante poder festejar un cumpleaños.
- Es agua potable? - Preguntó el oficial con un pañuelo en la mano y congelando precavidamente el gesto de empezar a secar las gotas que caían de mi nube sobre los formularios llenos de delicada caligrafía y sellos puestos a golpes.
- Es adoptiva - tuve que confesar.
La experiencia indica que a menudo en situaciones como esta los oficiales de inmigraciones son tomados por las solapas por el inmigrante impaciente y los sacudones que le propina lo traen de vuelta a la realidad para descubrir que todo había sido un sueño. El acto siguiente del oficial sule ser levantarse somnoliento y bajar a tomar el delicioso desayuno que la abuela le prepara todas las mañanas, antes de que salgan juntos para el colegio.
- Usted está muy equivocado,- me dijo el oficial con algún signo de irritación poco profesional - Los que van al colegio son mis hijos y la que les prepara el desayuno es mi madre, que dios la tenga en su gloria.
- Claro - dije yo.
- Me siento envejecer - confesó el tipo.
- La mayoría de la gente no tiene esa percepción… viven como si el tiempo fuera televisión.
- Es que yo cuando era chico actué de extra en una película francesa.
- ¿En blanco y negro? La guerra de los botones!! Yo la vi!
- Acerquen la cámara mientras giran alrededor de él y terminen en una subjetiva mía en que se muestra un primer plano de su boca. Quiero un leve jadeo de excitación después de que dice “Yo la vi!”… no puede creer tanta casualidad… sáquenle esa ceniza que tiene sobre los hombros ¿Quién dijo que le pusieran ceniza?
- Es que vengo de la muerte, voy a contra mano… no se nota mucho porque el polvo es capicúa.
- Bueno un poco se te nota… Corten!… corten que se le nota! Si no me lo decía no me daba cuenta.
Hay momentos en que es mejor quedarse callado. Los oficiales de inmigración son como rinocerontes. Tienen un olfato al que no se le escapa ni el más mínimo movimiento pictórico de posguerra. Agarran al vuelo hasta un submarino. Pero el que calla es capaz de dejarlos totalmente confusos y otorgados.
- Pasó un angelito - dijo casi sussurrando, con la mirada medio de reojo, pero supuse que era una trampa y no respondí.
Algunas personas de la cola que esperaban detrás de mi confraternizaban y hacían brochotes de pollo. Dos negros y un negro habían formado un cuarteto de rock y llevaban ya ensayados varios temas. La pronunciación del negro dejaba mucho que desear. Al principio no me daba yo cuenta si era portugués o ruso. Y resultó que eran temas instrumentales o sea que lo de la pronunciación era un espejismo provocado por el alza de los alimentos.
- A donde vamos a ir a parar- me dijo, susurrando de nuevo, el oficial como dando a entender que yo ya le parecía un viejo amigo en comparación con el angelito que había pasado y el cantante instrumental negro. Pero yo me lo tomé al pie de la letra (se ve que estaba cansado) y le respondí inocentemente:
- Yo no voy a parar hasta llegar a mi nacimiento.- .
Se encogió de hombros y dijo algo que me dio pena:
- Mire… yo acá veo tanta gente…

Thursday, July 03, 2008

Pozo de Aire

(posteado desde México DF)

Un sacudón tremendo y el cinturón se me clava en la panza. El griterío estalla como si lo hubiesen ensayado. El avión cae a pique.
Las cosas flotan igual que en los documentales de astronautas. El cuerpo inerte de una azafata en su uniforme rojo baila en cámara lenta cerca del techo. Pienso: La autoridad fuera de combate… señal clara de que la muerte está entre nosotros.
Como si esa pálida mujer a la deriva tridimensional fuese la imagen de tapa de un libro inesperado, ahora nos toca abrirlo.
Unos segundos de expectativa acomodan nuestra atención.
Se me ocurre mirar a los demás y para mi sorpresa noto que ellos también están mirando en torno suyo. El pánico ha pasado tan rápido como llegó. Quizás la certeza de que moriremos nos da esta profunda calma. Qué gran novedad: el fin de la incertidumbre. Poderoso!
La gorda de amarillo que hacía comentarios ridículos, cuyo perfume desprecié, me resulta sexy de una manera eterna y serena. Los chicos llorones de al lado parecen sabios. El apagado viejo de bigotito gris me sonríe y me dice un tranquilo “que lo parió” y sé que es por el cambio más que por el susto.
Acostumbrado a tomar iniciativas, en esta situación me invito a pasear por el aire del pasillo. Soy el único que sale. Voy hacia la azafata desmayada. El pozo de aire la habrá lanzado contra el techo por estar sin cinturón. Quizás haya muerto. Pero es igual. Me gusta ser caballero y no quisiera discriminar a nadie por ese tipo de motivos.
La siento y le ajusto el cinturón. Algunos me miran pero no hay escándalo. Nada es grave. Todo flota armoniosamente. Las pantallas que habían enmudecido recuperan ahora el sonido con un Limbo Rock que recuerdo haber bailado en la infancia. El pulso del rock que intenta cortar el aire en tajadas fracasa contra esta fluidez que nos tiene embelezados. Recorro el avión y veo a todos felices. Parecen alumnos de una clase aburrida donde alguien hubiese abierto la ventana y estuviese entrando aire fresco y una canción de los Beatles. Parecen no querer que el profesor se de cuenta para que no la cierre. Me miran pasar como diciendo, sabemos pero disimulemos.
El comandante aparece en el micrófono sin anunciarse. Pide disculpas e informa que ya está superado el inconveniente y que recuperaremos el curso de inmediato. El retorno de la gravedad, explica, será un proceso algo incómodo pero no durará más que unos segundos. Vuelvo a mi asiento.
El proceso algo incómodo resulta un parto en la dirección contraria.
La idea de la muerte me estaba gustando más que esto, gruñe el de bigotitos.
El dolor de estómago se agrava y llega hasta las muelas. Después es como si alguien me agarrara la cabeza con dos manos y la sacudiera para vaciarla por mi nariz.
Emergemos del proceso y sentimos la gravedad.
Todos con la cara de culo que nos quedó tras ese maltrato.
Salvo dos o tres.
Cuando llegamos al aeropuerto los de cara alegre son llamados por los parlantes y en su carácter de pasajeros en tránsito bajan primero. Los demás, cargando nuestros incómodos equipajes somos conducidos a un pasillo donde la azafata que yo había atado al asiento, ahora vestida de azul, nos recibe sin sonrisa:
- Bienvenidos al Infierno –
Y al empujar la puerta vuelvo a sentir el calor de siempre.
- Dijo “Bienvenidos a Buenos Aires” verdad? – me pregunta la repugnante gorda de amarillo.
- Si, claro- le contesto en mal tono.
Y descubro en mis palabras el gusto del azufre, de la vieja e inaccesible relación con los otros.