Desde la Camilla
La señorita Gladys, maestra de 2do B que cuidaba ese día en el recreo, me acompañó hasta la enfermería.
Cuando nos vio pasar frente a su puerta el director dijo desde su escritorio
-¿Qué es esto Gladys? ¿Soldado herido?- Yo sonreí orgulloso pero tímido: no sabía hasta qué punto se me consideraba culpable de algo. La subdirectora también se paró a mirarme. Eran raras las situaciones en que eran varios de ellos y un solo chico. Hablaban entre sí en otro tono, más cómplice.
-Se cortó el brazo con un alambre del cerco. Creo que no es grave pero mejor que lo vea Irma ¿no? Sangraba bastante- dijo
Yo apretaba contra la herida el pañuelito que ella me había prestado y ya me daba un poco de miedo sacarlo porque seguro que se había pegoteado.
- Si, que lo vea Irma a ver si logramos que sobreviva- dijo el director y me guiñó un ojo después de mirarme unos segundos con cara seria. Pero yo ya sabía que era seria en chiste.
Y nos metimos en el cuartito de la enfermería que era la siguiente puerta y tenía un olor diferente, como si no fuese parte del colegio y allí rigieran otras reglas. Irma no estaba y la señorita Gladys me dijo que me acostara en la camilla y esperara y se fue a la oficina del director. A través de una puerta cerrada que daba a la oficina del director oí claramente que le decía a la subdirectora.
- Irma debe estar en la sala de maestros, ¿me voy a buscarla? ¿Me cubre en el patio un minuto?
- Vaya Gladys- contestó el director- acá desde la ventana le vigilamos el patio.
Y después se oyeron los tacos de la señorita Gladys todo el pasillo hasta que llegó al comedor y dobló hacia la sala de maestros. Los ruidos del colegio se oían distintos desde ahí. Tras las cortinas de la ventana, de vez en cuando, un auto perdido que se había metido en la cortada pegaba la vuelta lentamente en la rotonda y aceleraba para retomar su camino. Más lejos e inocentes, como las letras de un diario viejo, se oían los gritos del patio en el que yo había estado unos minutos antes.
- Le llegó esto, Doctor- se oyó decir a la subdirectora – parece que es del Consejo.
Hubo silencio antes y después de la apertura de un sobre.
- No…- dijo finalmente el director – es por los cuarenta años. Me invitan a una cena. Ya me había dicho informalmente Lozano. Como es el único que fue alumno mío lo mandan siempre de mensajero. Me confesó que le encargaron la compra de un reloj de oro y a él se le ocurrió que tal vez me gustaría uno de bolsillo de esos antiguos.
- Qué divino!
- Si…. Qué se yo…
- Bueno, digo, podría haber mandado a su secretaria y chau!.
- No, sí…el gordo se acuerda de aquellos tiempos.
- Usted dice que es el único al que le importa?
- No, no...
- Pero está bueno después de todo que a uno lo reconozcan
- Si… mi viejo decía que los regalos generalmente no están a la altura de las culpas que los generan
- Ay! qué pesimista!
- Sí, mi viejo era un anarquista resentido…
- Uy! Es hora!
- Y ésta? No volvió? Andá, tocá vos.
De nuevo se oyeron pasos pero con menos taco. Y en seguida el timbre que desde lejos llegaba desafilado al cuartito de la enfermería donde en cambio, mi respiración se oía más fuerte que en otras partes del colegio.
Al rato, un torrente sordo de pisadas y murmullos llegaba de los pasillos y cada tanto alguna maestra gritaba cosas como:
- He dicho que en silencio! O no me entiende señor Marcos Lubarsky?
- En orden! En orden! Los del fondo se pueden apurar?
- Alto! Mercedes y compañía se acabó el recreo! Les advierto, cuarto A, que no seguimos hasta que no se disciplinen!
Después se cerraron puertas de las aulas y el silencio fue total. La lastimadura me dolía un poco. Lentamente empecé a despegar el pañuelito para espiar si todavía sangraba. Me imaginé cómo le contaría todo esto a mamá.
Al lado se oyó de nuevo al director.
- La mandé al aula a Gladys. Dice que Irma no estaba.
- Entonces?
- Hablé con Don Lorenzo. Que arregle esos alambres y que antes de arreglarlos la busque a Irma. Debe estar enfrente. Este mes está dando una mano en secundaria porque la de allá tiene licencia. ¿Qué hora es?
- Y media pasadas… le va a venir bien el reloj de oro.
- En ese caso prefiero un swatch… que no me mate un chorro para robármelo.
- Y usted qué haría si fuera ellos?
- Con qué?
- Con los cuarenta años.
- Mmm
- Qué es ese gruñido?
- Qué haría lo mismo que están haciendo ellos!
- Cena y reloj de oro?
- No. Echarme.
(Continuará)
- Cómo?-dijo ella
- Si, me están echando… les cuesta pero allá van. Ellos que dedican al colegio un par de horas por semana sienten que tienen derecho a borrar mis treinta y cinco años de dedicación. Con un reloj. Y llenándose la panza en mi comida de despedida.
- No entiendo… usted tiene alguna información fidedigna? – no estoy seguro de que ella haya usado esa palabra, “fidedigna”, lo que recuerdo es que se puso mal y empezó a hablar en difícil y con la voz más impostada. Ahora, mirando para atrás, fantaseo que ese es el momento en que se da cuenta de que es cierto que lo rajan y que no va a poder vivir sin él. Por eso busca el diccionario de español avanzado… para agarrarse de alguna estructura formal. Para que estudió una? Para que logró una posición en la vida? Para que se lleven de un día para otro al señor Ruffa y declaren que no servimos para nada? Es obvio que lo van a echar! Es obvio que la vida es así. Y que si esto me agarra desprevenida es por que estaba viendo otro canal. Este señor Ruffa que traté de usted desde que entré es la persona que quiero tener cerca. Y eso no es posible si lo echan.
- A ver, Nena… “Fidedigna”? …- por primera vez en su vida, quizás, se dirigía a una persona del staff del colegio con este apelativo- A ver, Nena… – repitió- te alcanzan 35 años de estar mirando? De estar mirando con pasión todo lo que pasa? Conozco a este colegio como a la palma de mi mano…
Debo confesar que esto es una historia de amor. La subdirectora en ese instante se caga en el colegio. Invitamos al lector a que abandone sus ideales sobre educación y la siga: Carajo! Treinta y cinco años mirando y hace tres que me derrito a tu lado y no me ves? Y encima ahora suena la campana y se acaba el último recreo… y te vas a ser un viejo jubilado lejos de mí… Por qué no me animé? Por qué estuvo siempre el consuelo de trabajar a tu lado? Por qué no te agarré de la corbata y te colgué de un árbol hice todo lo de las películas eróticas?
En fin, qué me importaba a mí, que tenía un tajo en el brazo, lo que esta gente discutía?
Muchas veces me pregunté- dio Ruffa- cómo sería el final. Pero preguntarse y que la realidad te conteste son dos cosas diferentes. El hecho de que no lo digan es lo que lo hace más real, más inevitable… cómo te defendés de un enemigo que avanza sin declarar la guerra y que dice que viene a regalarte un reloj? Ruffa hizo una pausa estoica. Pensaba en el tema todos los días en sus largos viajes en tren, subterráneo y colectivo de ida y vuelta al colegio. No estaba más que repitiendo lo pensado cientos de veces.
fin.
(En realidad sigue pero si pongo continuará la bruja de flor me hace mierda a cometariazos)
Cuando nos vio pasar frente a su puerta el director dijo desde su escritorio
-¿Qué es esto Gladys? ¿Soldado herido?- Yo sonreí orgulloso pero tímido: no sabía hasta qué punto se me consideraba culpable de algo. La subdirectora también se paró a mirarme. Eran raras las situaciones en que eran varios de ellos y un solo chico. Hablaban entre sí en otro tono, más cómplice.
-Se cortó el brazo con un alambre del cerco. Creo que no es grave pero mejor que lo vea Irma ¿no? Sangraba bastante- dijo
Yo apretaba contra la herida el pañuelito que ella me había prestado y ya me daba un poco de miedo sacarlo porque seguro que se había pegoteado.
- Si, que lo vea Irma a ver si logramos que sobreviva- dijo el director y me guiñó un ojo después de mirarme unos segundos con cara seria. Pero yo ya sabía que era seria en chiste.
Y nos metimos en el cuartito de la enfermería que era la siguiente puerta y tenía un olor diferente, como si no fuese parte del colegio y allí rigieran otras reglas. Irma no estaba y la señorita Gladys me dijo que me acostara en la camilla y esperara y se fue a la oficina del director. A través de una puerta cerrada que daba a la oficina del director oí claramente que le decía a la subdirectora.
- Irma debe estar en la sala de maestros, ¿me voy a buscarla? ¿Me cubre en el patio un minuto?
- Vaya Gladys- contestó el director- acá desde la ventana le vigilamos el patio.
Y después se oyeron los tacos de la señorita Gladys todo el pasillo hasta que llegó al comedor y dobló hacia la sala de maestros. Los ruidos del colegio se oían distintos desde ahí. Tras las cortinas de la ventana, de vez en cuando, un auto perdido que se había metido en la cortada pegaba la vuelta lentamente en la rotonda y aceleraba para retomar su camino. Más lejos e inocentes, como las letras de un diario viejo, se oían los gritos del patio en el que yo había estado unos minutos antes.
- Le llegó esto, Doctor- se oyó decir a la subdirectora – parece que es del Consejo.
Hubo silencio antes y después de la apertura de un sobre.
- No…- dijo finalmente el director – es por los cuarenta años. Me invitan a una cena. Ya me había dicho informalmente Lozano. Como es el único que fue alumno mío lo mandan siempre de mensajero. Me confesó que le encargaron la compra de un reloj de oro y a él se le ocurrió que tal vez me gustaría uno de bolsillo de esos antiguos.
- Qué divino!
- Si…. Qué se yo…
- Bueno, digo, podría haber mandado a su secretaria y chau!.
- No, sí…el gordo se acuerda de aquellos tiempos.
- Usted dice que es el único al que le importa?
- No, no...
- Pero está bueno después de todo que a uno lo reconozcan
- Si… mi viejo decía que los regalos generalmente no están a la altura de las culpas que los generan
- Ay! qué pesimista!
- Sí, mi viejo era un anarquista resentido…
- Uy! Es hora!
- Y ésta? No volvió? Andá, tocá vos.
De nuevo se oyeron pasos pero con menos taco. Y en seguida el timbre que desde lejos llegaba desafilado al cuartito de la enfermería donde en cambio, mi respiración se oía más fuerte que en otras partes del colegio.
Al rato, un torrente sordo de pisadas y murmullos llegaba de los pasillos y cada tanto alguna maestra gritaba cosas como:
- He dicho que en silencio! O no me entiende señor Marcos Lubarsky?
- En orden! En orden! Los del fondo se pueden apurar?
- Alto! Mercedes y compañía se acabó el recreo! Les advierto, cuarto A, que no seguimos hasta que no se disciplinen!
Después se cerraron puertas de las aulas y el silencio fue total. La lastimadura me dolía un poco. Lentamente empecé a despegar el pañuelito para espiar si todavía sangraba. Me imaginé cómo le contaría todo esto a mamá.
Al lado se oyó de nuevo al director.
- La mandé al aula a Gladys. Dice que Irma no estaba.
- Entonces?
- Hablé con Don Lorenzo. Que arregle esos alambres y que antes de arreglarlos la busque a Irma. Debe estar enfrente. Este mes está dando una mano en secundaria porque la de allá tiene licencia. ¿Qué hora es?
- Y media pasadas… le va a venir bien el reloj de oro.
- En ese caso prefiero un swatch… que no me mate un chorro para robármelo.
- Y usted qué haría si fuera ellos?
- Con qué?
- Con los cuarenta años.
- Mmm
- Qué es ese gruñido?
- Qué haría lo mismo que están haciendo ellos!
- Cena y reloj de oro?
- No. Echarme.
(Continuará)
- Cómo?-dijo ella
- Si, me están echando… les cuesta pero allá van. Ellos que dedican al colegio un par de horas por semana sienten que tienen derecho a borrar mis treinta y cinco años de dedicación. Con un reloj. Y llenándose la panza en mi comida de despedida.
- No entiendo… usted tiene alguna información fidedigna? – no estoy seguro de que ella haya usado esa palabra, “fidedigna”, lo que recuerdo es que se puso mal y empezó a hablar en difícil y con la voz más impostada. Ahora, mirando para atrás, fantaseo que ese es el momento en que se da cuenta de que es cierto que lo rajan y que no va a poder vivir sin él. Por eso busca el diccionario de español avanzado… para agarrarse de alguna estructura formal. Para que estudió una? Para que logró una posición en la vida? Para que se lleven de un día para otro al señor Ruffa y declaren que no servimos para nada? Es obvio que lo van a echar! Es obvio que la vida es así. Y que si esto me agarra desprevenida es por que estaba viendo otro canal. Este señor Ruffa que traté de usted desde que entré es la persona que quiero tener cerca. Y eso no es posible si lo echan.
- A ver, Nena… “Fidedigna”? …- por primera vez en su vida, quizás, se dirigía a una persona del staff del colegio con este apelativo- A ver, Nena… – repitió- te alcanzan 35 años de estar mirando? De estar mirando con pasión todo lo que pasa? Conozco a este colegio como a la palma de mi mano…
Debo confesar que esto es una historia de amor. La subdirectora en ese instante se caga en el colegio. Invitamos al lector a que abandone sus ideales sobre educación y la siga: Carajo! Treinta y cinco años mirando y hace tres que me derrito a tu lado y no me ves? Y encima ahora suena la campana y se acaba el último recreo… y te vas a ser un viejo jubilado lejos de mí… Por qué no me animé? Por qué estuvo siempre el consuelo de trabajar a tu lado? Por qué no te agarré de la corbata y te colgué de un árbol hice todo lo de las películas eróticas?
En fin, qué me importaba a mí, que tenía un tajo en el brazo, lo que esta gente discutía?
Muchas veces me pregunté- dio Ruffa- cómo sería el final. Pero preguntarse y que la realidad te conteste son dos cosas diferentes. El hecho de que no lo digan es lo que lo hace más real, más inevitable… cómo te defendés de un enemigo que avanza sin declarar la guerra y que dice que viene a regalarte un reloj? Ruffa hizo una pausa estoica. Pensaba en el tema todos los días en sus largos viajes en tren, subterráneo y colectivo de ida y vuelta al colegio. No estaba más que repitiendo lo pensado cientos de veces.
fin.
(En realidad sigue pero si pongo continuará la bruja de flor me hace mierda a cometariazos)