Thursday, August 30, 2012

Cero

Me dijo que el problema de perder 3 a 0 era que a él le costaba entender el cero y nunca más lo vi. Los muchachos hablan de mí con cierta deferencia por que soy el último al que le dijo algo. Yo pensé que iba para el vestuario pero en el vestuario su ropa quedó inmóvil colgando del gancho, camisa blanca a cuadros rojos, pantalón de jean, calzoncillos celestes… tan quietos. Te vas a cagar de risa pero desde entonces me la paso pensando en qué mierda quiere decir cero. Nadie lo vio salir del club. Estaba con los botines puestos. En el vestuario quedó el par de zapatillas justo al pie de la ropa. No sé quien se animó a descolgarla. Parecía un muerto colgando de una soga porque todos sabíamos que si el Zarpa desaparecía sin vestirse era porque algo jodido había pasado. Y yo más que nadie me obsesionaba con lo del cero. Cómo puede ser que no aparezca un cadáver, si el tipo no tenía auto ni bici ni nada y la billetera con veintiséis pesos quedó en su pantalón que no sé quien se animó a decolgar como si bajara a un muerto, a los tres días. Le hicieron la autopsia a la ropa buscando algún indicio que llevara hacia el cadáver. Nadie dudaba de que hubiera muerto. Nunca se discutió el tema. Yo sentí el frío del rigor mortis cuando me dijo lo del cero pero los demás ¿cómo intuían que no se había fugado con una mina o estaba drogado en un quilombo? En Wikipedia dicen que el cero lo inventaron los árabes antes de que Colon descubriera America. Tenía razón el Zarpa, era un invento. Cuando decís tres ves los tres goles pero cuando decís cero… Qué retenden los putos árabes que me vea todo el partido para que vea un cero… Cómo se desinventa una puta cosa del pasado?

Tuesday, August 28, 2012

dificultades de la derrota

Antes de morir, la ideología, aunque a los maestros de escuela les cueste explicarlo, pasa a un segundo plano de poco valor. En los últimos momentos, con tal de sobrevivir, nos habíamos aliados con los chorros de las villas, ladris, asesinos, violadores, y extremas de ideologías que no entendíamos. Pero el miedo que ellos tenían y el nuestro era similar y el heroico ignorar el miedo nos unía… pero los días eran largos y no podías sostener ese heroísmo tanto tiempo sin una grieta. Había gente que querías ver y no estaba permitido. Había que ir a cagar y comer y dormir pero todo era más difícil. Lo bancabas cuando valía la pena, pero cuando se notaba que estábamos para atrás, cada media hora el bocho te daba vueltas y querías preguntarle al comandante qué mierda estábamos haciendo. Pero nadie sabía nada.

Friday, August 24, 2012

Vivir sin Reyes

Conozco un país, donde cultivan la creencia de que tres reyes que viajaban juntos por el desierto, habiendo abandonado, quién sabe por qué, sus reinos, siguieron una estrella y llegaron de visita a un establo cuando acababa de nacer un hombre que era el enviado directo de Dios para salvar a la humanidad. Le rindieron pleitesía y le dejaron regalos. En cada supuesto aniversario de ese acontecimiento se hace creer a los niños que durante la noche los reyes han pasado por su casa en sus camellos y han dejado regalos para ellos. Es una fórmula perfecta para lograr la felicidad de los chicos. La he visto dar resultados magníficos. Algunos padres llegan a fomentar que sus hijos dejen agua y pasto para los camellos de los reyes en la víspera, con lo cual todo el acontecimiento está rodeado de una expectativa maravillosa. Pero con el paso de los años llega un momento en que hay que reemplazar la fantasía por la realidad: los reyes son los padres. Podríamos imaginar que al enterarse, la desilusión conllevaría pensamientos y emociones negativas. ¿Toda aquella felicidad era falsa? Me han traicionado! ¡Mis propios padres me mintieron. ¡Nunca más podré gozar de esos regalos! Sin embargo no es así. He visto la cara de un chico cuando sus amigos algo mayores que él le revelaban la verdad. Parecía estar parado con un pie de cada lado de un arroyo: en la realidad y la fantasía. Y se tomaba su tiempo para decidir cual de los dos levantaría y de que lado elegiría quedarse. La presión y la burla de los otros lo empujaban a decir que él ya sabía, pero en sus ojos se veían los recuerdos y las escenas tan reales del pasado que estaba reviendo, desautorizando, dejando ir. Yo estaba preparado para consolarlo porque preveía una crisis de tristeza. Pero ocurrió todo lo contrario. El chico se sintió admitido en un rango superior, en un club exclusivo de los que sabían. Algunas dudas que arrastraba, porque la comunidad no sostenía la fantasía a la perfección y a veces quedaban grietas… ahora estaban resueltas. Puso cara de hombre y echó a andar con sus compañeros como quien no le teme al resto de la realidad.

Wednesday, August 22, 2012

La Cosa Viva


La cosa viva se reconoce con facilidad.

Es que desde que apareció la vida en el planeta se ha ocupado de tomar materia y organizarla de forma particular en la creación y desarrollo de sus organismos.

Algo en la forma en que la vida pone orden y da estructura combinando diferentes sustancias hace que un hígado sea diferente de una piedra… las semillas distintas de la arena… un pájaro o un hongo de cualquier cosa mineral… 

Si comparamos las marcas que el viento hace en la roca y las letras de un poema vemos una diferencia de estilo. Se delata un patrón, pero además  hay una entusiasta inocencia perecedera, un esfuerzo que la vida pone para erguir ese pájaro, o ese poema que tarde o temprano será derrotado. Volverán a ser humus, agua, olvido. La física restaurará su régimen sobre la biología. Las estériles fuerzas naturales nivelarán los horizontes antes erizados de árboles, soldados o ciudades. El viento será el único recuerdo del aliento. Y antes de decir que es una pena que ese  y otros inertes movimientos viajen sin sentido, sin talento y sin testigos por los mudos desiertos y los sordos valles… cabe preguntarse cuánto más aportó la vida cuando estaba. Si yo fuera el fiscal que en un juicio  la acusaría de no haber sido en absoluto suficiente, presentaría como prueba, ante el jurado, que, ni bien logró desarrollar la mente, la vida se miró y súbitamente, reconociendo su falta de entidad, salió corriendo a fabricar los dioses y la fe hecha de espanto.  La cosa viva construyó su límite. Quemó las pruebas de que podía ser mucho más y con esas cenizas y sin fuerzas amasó los ídolos y los altares y minó el territorio con iglesias.
 
 

Tuesday, August 21, 2012

Vida y ficción



(dedicado a Mikel Aboitiz que va a oir la mínima rima del final)


Cuando me acerco al papel, a esta imitación del papel que me ofrece mi laptop, camino por una cornisa vieja y resbaladiza. Soy yo, pero escribiré ficción. La disyuntiva es inquietante: se me puede escapar un órgano vital, irrecuperable, hacia el vacío y a una muerte prematura, si pongo demasiado de mí en el baile del teclado. En el otro extremo aparece la vergüenza de una ficción de utilería, meramente profesional. Debo confesar que mientras estoy vivo me duele más ese oprobio que la caída romántica y final de un cacho de mí, pieza que, todos sabemos, tarde o temprano volvería a ser humus. Ir o no ir es la cuestión. Cuánto de mí pongo en la flecha. Paradójicamente, si va mucho el arquero es rico. Se es lo que se da: callemos. Dicen que el suicidio es cosa de un momento, y que el que lo sobrevive no vuelve a intentarlo. Al menos a esa conclusión llegó quien se dedicó a investigar a los suicidas del puente Golden Gate de San Francisco y escribió una excelente nota en el New Yorker. Si yo encontrase ese momento suicida caminando por mi cornisa y decidiera poner toda la carne al asador y lanzara mi vida en el orden de las teclas al escribir una de estas cosas que me traen de noche a la computadora… ¿cuál sería ese orden? ¿Habrá uno que supere a los demás en su fidelidad para representarme? Sospecho que sólo habría en las letras un código de confusión… anclado en un error, casi del azar, autodestructivo. No importa. No importa porque nunca lo sabremos. Pero estoy acá dispuesto a ver por dónde me parto como árbol cuando llega el hacha. Cuánto de mí es autor y cuánto se desangra en su ficción. Hay un beso en los pies, sin dignidad, en que el escritor entrega su esencia en el relato. Visto desde afuera puede despreciarse. Puede decirse que escribe porque no puede evitarlo, que es un adicto y que entrega sus venas a la letra. Que no queda nada de él para caminar por la calle o hacer le amor. Su obra, con suerte, quizás valga algo ¿pero él?... Otra versión dice que el que camina por la calle es la ficción y que el éxtasis que encontró eligiendo las palabras vació para siempre al personaje y que verán por ahí caminando a su traje, y a un poco de la carne que quedó.

Monday, August 20, 2012

Infancia


Cuando había invitados de mis padres, a la noche, la casa quedaba tácitamente dividida en dos y los chicos, ya después de comer, no bajábamos. Veíamos como Mamá se vestía, peinaba, perfumaba y cómo daban instrucciones a la mucama. Y Papá se bañaba, se peinaba con gomina y se ponía un traje que era diferente de los que usaba para ir a trabajar. Se ocupaba del fuego y del bar. Se notaba que les gustaba mucho recibir gente. Un tono más intenso, de expectativa, daba vida a cada uno de sus actos. Hasta para hablar con nosotros… como si pensaran “ahora me voy a divertir mucho así que puedo dedicarte atención exclusiva un rato antes de que me vaya para abajo”. Después empezaba a llegar la gente. Algunos cuando todavía los chicos estábamos comiendo e invariablemente venían a saludarnos. Las mujeres con labios y ojos muy pintados, con aros que brillaban y perfumes fuertes miraban nuestros platos y siempre decían “Mmm...…Qué rico!” Después se iban al territorio de los grandes y poco a poco íbamos percibiendo como crecía el ruido, el humo, la música, las risas, la cantidad de gente.

Cuando la fiesta lograba su plenitud ya estábamos arriba, en cama. De vez en cuando la puerta que daba del living a la escalera se abría permitiendo que el murmullo de la fiesta se transformara en sonidos claros de los que se destacaba alguna risa o una palabra dicha en voz más alta. Era alguien que se metía en el toilete, o mi padre que iba a la cocina a buscar más hielo. Y una que otra vez, mi madre que subía a mostrarle sus hijos a alguna amiga que hace años no veíamos. Alguna de ellas se sentó en mi cama junto a mi madre. Mis ojos de chico se fijaban en la línea minuciosa y violenta con que el lápiz de labios marcaba el límite de la boca. En las bolas plateadas y brillantes de los aros, que sonaban al chocar entre sí. En la mezcla de olor a perfume, cigarrillo y whisky que traían del territorio de los adultos. En el brillo de las sedas multicolores que las cubrían. En las melenas que habían adquirido cierta inmovilidad en posiciones que no eran las de todos los días. En las uñas larguísimas de colores intensos. Y en una actitud que era más intensa que la de rutina. Nos miraban como buscando aprovechar su única oportunidad de demostrar que no eran tan grandes como nosotros pensábamos, que podían entender nuestro mundo y ser un poco nuestros compinches.

Alguna vez, con el paso del tiempo, tuve acceso fugaz a su territorio. En las mesitas había papas fritas, palitos, maní, cebollitas en vinagre pinchadas con escarbadientes, aceitunas, y una especie de monedas hechas de una harina amarilla con gusto a queso. Mi padre se ocupaba del tocadiscos. Había mucho humo. Alguno me tocó la cabeza. A un amigo de mi padre que era muy grandote le faltaba un dedo, ese día no pude verle la mano, pero yo sabía.


No sé para qué hacían esas fiestas.