Saturday, February 22, 2014

Hablemos de Otra Cosa


La voz que no me abandona desde que empezó el soliloquio de mi vida ha llegado a un callejón sin salida. Me he cansado de hablarme de mí mismo. De lo que hago, de lo que logro, de lo que soy, de lo que me pasa.

Entonces voy a contar mi vida y cuando ponga el punto final espero que nazca otro. Y que hablemos de otra cosa. No sé de qué.  Como no saben algunos futbolistas qué harán cuando cuelguen los botines. La sola perspectiva de que sea otra cosa me entusiasma.  

Cabe aclarar que no tengo intenciones  de decir la verdad sino abrir el dique de mi memoria y dejar que fluya lo que quedó ahí, como yo lo recuerdo, o como me guste contarlo, aunque diste de la realidad. Con esto libero de culpas a las personas que mencione que sin duda tendrán versiones diferentes de las cosas que cuente. Me pasa a menudo con los que fueron mis compañeros de colegio: recordamos algunos hechos  de la infancia de forma muy diferente y no hay manera de saber qué es verdad y qué no.

Mi  recuerdo más lejano es de los tres años de edad. Estoy gateando a escondidas junto a mi hermano Luis, cinco años mayor que yo, para atacar a mi padre que está leyendo el diario en un sillón del living de nuestro departamento de Callao y Libertador. Mi hermano lleva  un revolver construido con un broche de colgar ropa, una ballenita de cuello de camisa y una gomita. El arma  es capaz  de lanzar un grano de arroz unos dos o tres  metros. Me parece recordar que mi padre sabe que lo estamos acechando pero disimula. Esa sonrisa reprimida,  que todavía estoy viendo en su cara, no puede ser un recuerdo real. Sería raro que a esa edad yo percibiera eso. Picasso dijo “no pinto lo que veo, pinto lo que sé”. Mi memoria pinta lo que le da la gana.