El arte y la pregunta
Messi jugó un partido en Japón, hace un tiempo, que vuelve a mi memoria cada tanto. Algo que pasó ese día me llamó la atención y admito que en los demás detalles
puedo cometer más de un error pero no creo que afecten a la esencia de lo que quiero contar. Cuando el ojo lee un texto sólo está nítida una palabra o una frase a la vez, el resto de las letras de la hoja aceptan su rol secundario fundiéndose en un segundo plano de indiferencia. Me parece que era una final contra el Santos, en que el Barcelona ganó por afano. Una marca japonesa de autos auspiciaba la copa. Obviamente debe haber sido Toyota. Por contrato, seguramente, el auspiciante tenía derecho a una entrevista con la figura del partido, que tuvo que dejar de saltar y cantar con sus compañeros españoles para entrar en un salón donde unos japoneses de traje, tímidos, que hacían repetidas y cortas reverencias y no sabían dónde pararse, lo recibieron con sonrisas más dignas de un programa para amas de casa a la hora de la siesta, entre autos esmeradamente pulidos y brillantes. El espectador descubría con sorpresa que no eran periodistas especializados sino funcionarios de la empresa automotriz. Contrastaba la soltura física de Lío con la incomodidad oriental. Parecía que no tenían nada ensayado, que no sabían quién iba a hablar. No terminaban de decidir dónde se pararía cada uno para esos pocos segundos de inmortalidad a los que estaban sintonizados cientos de millones de televisores en todo el mundo. Se miraban entre ellos como adolescentes a quienes sorprende una cámara por primera vez. Finalmente uno se animó a disparar una pregunta en japonés, y no cabía duda que la decía por que no se le ocurría otra cosa. Lionel esperó que una mujer tradujera. Por detrás de ellos se veía en el campo de juego a los españoles saltando. Messi había hecho tres de los cuatro goles. Incomodaba el contraste infantil entre el formal acento de las palabras japonesas y la algarabía de los jugadores bailando entre los papelitos que flotaban en el aire de la cancha, allá atrás.
La pregunta era: “¿Que va a hacer cuando no pueda jugar más al futbol?”
Con toda espontaneidad Messi contestó que no sabía, en tono un tanto despectivo, como insinuando que era una pregunta desubicada, agregó que eso lo iba pensar cuando llegara el momento, mientras se daba vuelta y los dejaba con el micrófono en la mano. Ahora me voy a festejar con mis compañeros, fueron sus últimas palabras antes de desaparecer.
El Clarín tituló la nota en su página Web, “Messi deja plantado a periodistas japoneses. Mirá el video”.
No lo quise ver de nuevo. Prefería evitar que las circunstancias formales interrumpieran la idea que el hecho había sembrado en mi alma. Que los árboles no me dejaran ver el bosque. Que la risa del público me impidiese llorar.
Meses más tarde he descubierto por qué.
Disfrazado de estúpido, un japonés había hecho el mejor reportaje deportivo de la historia. La única pregunta que vale la pena hacerle a un deportista genial. Había tocado la trascendencia.
Todos sabemos que está contento por el triunfo. Todos sabemos que lo alegra haber hecho tres goles pero que lo importante es que el equipo ganó. Todos sabemos todo lo que van a preguntar y contestar todos en cualquier deporte en que, de ante mano, se sabe que unos ganan y otros pierden y que ambos querían ganar. Pero no me quejo de la repetición ni de la obviedad porque no me quejo tampoco de que el sol vuelva
a salir o de que mi mujer me sonría otra vez. La cuestión no pasa por evitar la mediocridad del periodismo deportivo sino por la maravilla de haber logrado una pregunta que estuviese a la altura de la calidad de las jugadas de Messi.
¿Qué hay más allá?
¿Qué piensa,
un hombre capaz de hacer eso que acabábamos de ver, que puede haber más allá de eso?
¿Existe la vida después de la muerte?
¿Y después de eso que hace Messi, de qué se puede hablar?
Olvidemos que es fútbol. Pensemos en un ser que domina un arte y lo ejecuta de manera en que cientos de millones de personas gritan de asombro al mismo tiempo. Una persona que en la práctica de su arte supera la imaginación de los demás.
No puedo imaginarme lo que ocurriría al terminar esto que estoy escribiendo si yo pudiera escribir como él juega al fútbol. Quiero saberlo.
La bellísima paradoja es que el pimpollo Messi no sabe la respuesta.
Ni entiende la pregunta.
No le estaban preguntando si se iba a dedicar a las finanzas,
a ser director técnico o embajador de la cruz roja.
Tras haber logrado el contacto con eso que permite ser Messi ¿como se sigue?
Dios puede hacer preguntas que él no puede responder.
Podría adoptarse la posición diametralmente opuesta: El juego de Messi es una rspuesta absoluta. El que no entiende sigue preguntando. La unica reacción admisible a su juego es preguntar estupideces.
Messi jugó un partido en Japón, hace un tiempo, que vuelve a mi memoria cada tanto. Algo que pasó ese día me llamó la atención y admito que en los demás detalles
puedo cometer más de un error pero no creo que afecten a la esencia de lo que quiero contar. Cuando el ojo lee un texto sólo está nítida una palabra o una frase a la vez, el resto de las letras de la hoja aceptan su rol secundario fundiéndose en un segundo plano de indiferencia. Me parece que era una final contra el Santos, en que el Barcelona ganó por afano. Una marca japonesa de autos auspiciaba la copa. Obviamente debe haber sido Toyota. Por contrato, seguramente, el auspiciante tenía derecho a una entrevista con la figura del partido, que tuvo que dejar de saltar y cantar con sus compañeros españoles para entrar en un salón donde unos japoneses de traje, tímidos, que hacían repetidas y cortas reverencias y no sabían dónde pararse, lo recibieron con sonrisas más dignas de un programa para amas de casa a la hora de la siesta, entre autos esmeradamente pulidos y brillantes. El espectador descubría con sorpresa que no eran periodistas especializados sino funcionarios de la empresa automotriz. Contrastaba la soltura física de Lío con la incomodidad oriental. Parecía que no tenían nada ensayado, que no sabían quién iba a hablar. No terminaban de decidir dónde se pararía cada uno para esos pocos segundos de inmortalidad a los que estaban sintonizados cientos de millones de televisores en todo el mundo. Se miraban entre ellos como adolescentes a quienes sorprende una cámara por primera vez. Finalmente uno se animó a disparar una pregunta en japonés, y no cabía duda que la decía por que no se le ocurría otra cosa. Lionel esperó que una mujer tradujera. Por detrás de ellos se veía en el campo de juego a los españoles saltando. Messi había hecho tres de los cuatro goles. Incomodaba el contraste infantil entre el formal acento de las palabras japonesas y la algarabía de los jugadores bailando entre los papelitos que flotaban en el aire de la cancha, allá atrás.
La pregunta era: “¿Que va a hacer cuando no pueda jugar más al futbol?”
Con toda espontaneidad Messi contestó que no sabía, en tono un tanto despectivo, como insinuando que era una pregunta desubicada, agregó que eso lo iba pensar cuando llegara el momento, mientras se daba vuelta y los dejaba con el micrófono en la mano. Ahora me voy a festejar con mis compañeros, fueron sus últimas palabras antes de desaparecer.
El Clarín tituló la nota en su página Web, “Messi deja plantado a periodistas japoneses. Mirá el video”.
No lo quise ver de nuevo. Prefería evitar que las circunstancias formales interrumpieran la idea que el hecho había sembrado en mi alma. Que los árboles no me dejaran ver el bosque. Que la risa del público me impidiese llorar.
Meses más tarde he descubierto por qué.
Disfrazado de estúpido, un japonés había hecho el mejor reportaje deportivo de la historia. La única pregunta que vale la pena hacerle a un deportista genial. Había tocado la trascendencia.
Todos sabemos que está contento por el triunfo. Todos sabemos que lo alegra haber hecho tres goles pero que lo importante es que el equipo ganó. Todos sabemos todo lo que van a preguntar y contestar todos en cualquier deporte en que, de ante mano, se sabe que unos ganan y otros pierden y que ambos querían ganar. Pero no me quejo de la repetición ni de la obviedad porque no me quejo tampoco de que el sol vuelva
a salir o de que mi mujer me sonría otra vez. La cuestión no pasa por evitar la mediocridad del periodismo deportivo sino por la maravilla de haber logrado una pregunta que estuviese a la altura de la calidad de las jugadas de Messi.
¿Qué hay más allá?
¿Qué piensa,
un hombre capaz de hacer eso que acabábamos de ver, que puede haber más allá de eso?
¿Existe la vida después de la muerte?
¿Y después de eso que hace Messi, de qué se puede hablar?
Olvidemos que es fútbol. Pensemos en un ser que domina un arte y lo ejecuta de manera en que cientos de millones de personas gritan de asombro al mismo tiempo. Una persona que en la práctica de su arte supera la imaginación de los demás.
No puedo imaginarme lo que ocurriría al terminar esto que estoy escribiendo si yo pudiera escribir como él juega al fútbol. Quiero saberlo.
La bellísima paradoja es que el pimpollo Messi no sabe la respuesta.
Ni entiende la pregunta.
No le estaban preguntando si se iba a dedicar a las finanzas,
a ser director técnico o embajador de la cruz roja.
Tras haber logrado el contacto con eso que permite ser Messi ¿como se sigue?
Dios puede hacer preguntas que él no puede responder.
Podría adoptarse la posición diametralmente opuesta: El juego de Messi es una rspuesta absoluta. El que no entiende sigue preguntando. La unica reacción admisible a su juego es preguntar estupideces.
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