Hasta las Diez.
A uno de ellos se le ha muerto la madre ayer.
A veces dormís hasta las diez. Nadie sabe por qué.
Pero habitualmente ni bien se destiñe la oscuridad afloja el
peso del sueño y los personajes oníricos se retiran sin explicaciones.
Tomás la píldora y te lavás los dientes. Odiás justificadamente
a los cientos de pajaritos que chisporrotean un parloteo monótono en los árboles de la
ventana del baño.
Son miles quizá. Cuando no dormís hasta las diez los odiás. Cuando
afloja el peso del sueño. Cuando retroceden los personajes de lo que estabas
soñando, inexpresivos, calvos, como si no quisieran darte pistas para que logres
alguna interpretación.
Podrías dormir un rato más si no fuera por el alboroto
prematuro y excitado que gorgojean los hijos de puta pajaritos que después
desaparecen por el resto del día.
Los odiás justificadamente. ¿Por qué no esperan a que salga
el sol para poner tanto entusiasmo? Tomás el remedio, te lavás los dientes y en
medio de la cepillada te das cuenta: son miles. Y de vida corta. A uno de ellos
se le ha muerto la madre ayer.
Escupís la pasta dentífrica: espuma verde. Infinitas burbujas
microscópicas.
¿Será entusiasmo lo que ponen esos hijueputas o será dolor insostenible?
Uno de los pelados del sueño ha vuelto. Su idea se sienta en
el inodoro.
- Desenterremos a la vieja – me dijo anoche. Yo anoche
pensé que era una buena idea pero sacudiendo la cerveza le insinué que estaba
borracho.
Meto lentamente el cepillo en el vaso. Nadie se anima a
desenterrar a su madre y abrazar el cadáver en descomposición. El pelado es algún
hijo mío y está borracho pero sabe que la fuerza del alcohol lo ha ayudado a
superar la estupidez de la borrachera y está proponiendo seriamente violar a la
Humanidad y vivir para contarlo. Peor: sabe que lo entiendo y que le creo y que
el arte es una cosa menor comparado con violar la Humanidad y vivir para
contarlo.
El baño está lleno de minúsculos pifios de pajarillos como
si espadearan unos contra otros con los picos y ese ruido fuera el tronar de
una batalla multitudinaria.
El pelado desaparece en los azulejos, junto a las toallas
blancas. Me siento en el banquito. Soy pelado ahora. Si hubiera muerto a los
quince con aquella melena y esos poemas casi buenos recién escritos en el bolsillo… Si hubiera muerto en jeans, el dolor en el entierro hubiera tenido una violenta nota de cocodrilo que intenta zafar del lazo. Un color de atardecer que grita. Un olor a ácido en la herida. Se
hubieran revelado. Hubiera muerto algo más que yo en esa multitud enardecida de
muelas impotentes. Hubieran arrancado la tierra del suelo con las uñas y hubieran puesto el cielo negro a escupitajos. Pero hoy ya no.
¿En qué me gasté ese crédito? ¿Con que mediocridad lijé esa fe? ¿Por qué me van a dar, ahora, un
entierro de rutina? ¿Con quien te volvés..? ¿te llevo? ¿Qué sucesión de arrugas
y películas mediocres le quitaron el filo al dramatismo de mi muerte, segundo a
segundo desde que no morí a los quince?
Si desenterramos el cadáver de la vieja. Si decido ser Dios.
O si no muero nunca.
Si pierdo el miedo. Si digo la verdad. Si no hablo nunca más.
Si me paso el resto de la vida tomando colectivos, uno tras otro.
O quizás si vuelvo a la cama y logro dormir hasta las diez.
A veces dormís hasta las diez. Nadie sabe por qué.
Pero habitualmente ni bien se destiñe la oscuridad afloja el
peso del sueño y los personajes oníricos se retiran sin explicaciones.
Tomás la píldora y te lavás los dientes. Odiás justificadamente
a los cientos de pajaritos que chisporrotean un parloteo monótono en los árboles de la
ventana del baño.
Son miles quizá. Cuando no dormís hasta las diez los odiás. Cuando
afloja el peso del sueño. Cuando retroceden los personajes de lo que estabas
soñando, inexpresivos, calvos, como si no quisieran darte pistas para que logres
alguna interpretación.
Podrías dormir un rato más si no fuera por el alboroto
prematuro y excitado que gorgojean los hijos de puta pajaritos que después
desaparecen por el resto del día.
Los odiás justificadamente. ¿Por qué no esperan a que salga
el sol para poner tanto entusiasmo? Tomás el remedio, te lavás los dientes y en
medio de la cepillada te das cuenta: son miles. Y de vida corta. A uno de ellos
se le ha muerto la madre ayer.
Escupís la pasta dentífrica: espuma verde. Infinitas burbujas
microscópicas.
¿Será entusiasmo lo que ponen esos hijueputas o será dolor insostenible?
Uno de los pelados del sueño ha vuelto. Su idea se sienta en
el inodoro.
- Desenterremos a la vieja – me dijo anoche. Yo anoche
pensé que era una buena idea pero sacudiendo la cerveza le insinué que estaba
borracho.
Meto lentamente el cepillo en el vaso. Nadie se anima a
desenterrar a su madre y abrazar el cadáver en descomposición. El pelado es algún
hijo mío y está borracho pero sabe que la fuerza del alcohol lo ha ayudado a
superar la estupidez de la borrachera y está proponiendo seriamente violar a la
Humanidad y vivir para contarlo. Peor: sabe que lo entiendo y que le creo y que
el arte es una cosa menor comparado con violar la Humanidad y vivir para
contarlo.
El baño está lleno de minúsculos pifios de pajarillos como
si espadearan unos contra otros con los picos y ese ruido fuera el tronar de
una batalla multitudinaria.
El pelado desaparece en los azulejos, junto a las toallas
blancas. Me siento en el banquito. Soy pelado ahora. Si hubiera muerto a los
quince con aquella melena y esos poemas casi buenos recién escritos en el bolsillo… Si hubiera muerto en jeans, el dolor en el entierro hubiera tenido una violenta nota de cocodrilo que intenta zafar del lazo. Un color de atardecer que grita. Un olor a ácido en la herida. Se
hubieran revelado. Hubiera muerto algo más que yo en esa multitud enardecida de
muelas impotentes. Hubieran arrancado la tierra del suelo con las uñas y hubieran puesto el cielo negro a escupitajos. Pero hoy ya no.
¿En qué me gasté ese crédito? ¿Con que mediocridad lijé esa fe? ¿Por qué me van a dar, ahora, un
entierro de rutina? ¿Con quien te volvés..? ¿te llevo? ¿Qué sucesión de arrugas
y películas mediocres le quitaron el filo al dramatismo de mi muerte, segundo a
segundo desde que no morí a los quince?
Si desenterramos el cadáver de la vieja. Si decido ser Dios.
O si no muero nunca.
Si pierdo el miedo. Si digo la verdad. Si no hablo nunca más.
Si me paso el resto de la vida tomando colectivos, uno tras otro.
O quizás si vuelvo a la cama y logro dormir hasta las diez.
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