En la frontera de la cultura
El recuerdo más lejano que tengo es de mi tercer cumpleaños. Una imagen borrosa de chicos sentados o gateando en el piso del departamento
del que me mudé a los tres y medio. No está atada a explicaciones ni sentido. No
recuerdo caras y se me ocurre que es porque las caras no tenían un significado.
Yo no conocía a esos chicos, y como uno recuerda ideas que puede entender, no
registré caras… sólo bultos. Por alguna razón que no entiendo, siempre tuve esa imagen y siempre la convicción de que era mi cumpleaños.
Sé qué mis padres jugaban al golf y tengo una foto con mis
hermanos en el club, yo todavía con un bombachón que tal vez ocultara pañales.
Y recuerdo vagamente un diálogo en que mi abuela me
corregía, porque yo había dicho algo que demostraba que confundía el “golf” con
el fútbol en que se gritaba “gol”.
Lo interesante es que apenas ingresado en la cultura humana,
yo escuchaba la corrección de mi abuela y no pasaba súbitamente a diferenciar
los dos deportes de los que no sabía nada. Tengo la sensación de haberme quedado escuchando
la explicación con cara obediente y meditativa, y en una oscuridad total
separar algo que terminaba con sonido de efe de algo que terminaba con sonido
de ele. Diferenciados sólo por ese
atributo, en mi desierto de información, quedaron esperando a cosechar más sentido, cerca de
la frontera donde termina la cultura.
Todo verdor perecerá.
Todo verdor perecerá.
2 Comments:
Simplemente hermoso.
Donde termina la cultura puede ser el amanecer del conocimiento.
Algunos lectores seguimos esperando que se devele el enigma de qué fue primero, si el huevo o la gallina, en la quinta de Dios.
Saludos.
Post a Comment
<< Home