Tuesday, June 20, 2006

Un cuento del archivo: "Esta no"

Esta no.

Nadie quería estar en el regimiento de Granaderos a Caballo.
La idea dominante en los que hacíamos el servicio militar era irnos.
De franco, de licencia, de baja… cualquier excusa que nos llevara del otro lado de esos muros era buena.
Generación tras generación, año a año, el aliento y el olor de cientos de soldados que se querían ir parecía haber penetrado las paredes de esos edificios y signado el carácter del lugar. En las grietas y las sombras de ese conjunto de edificios se juntaba la angustia colectiva como un liquen. Estaba compuesto por cinco barracas llamadas cuadras donde dormíamos los mil soldados. Un comedor y una cocina. Caballerizas para unos doscientos caballos. Casino de oficiales y de suboficiales. Talleres, oficinas y algunas otras dependencias a las que nunca tuve acceso. La guardia. Y la enfermería.
En un regimiento donde nadie quería estar había diferentes zonas según las intensidades de no querer. De todos los lugares, la enfermería quizá sea el que mejor competía con el calabozo en la lucha por el primer puesto.
Quién quiere estar enfermo. Quién quiere estar enfermo en manos de gente que no quiere estar allí. Quién quiere estar enfermo en manos de soldados que no eligieron ser enfermeros pero se les ordenó que lo fueran.
Una neumonía me llevó a esa enfermería con más de cuarenta y un grados de fiebre.
Mientras la fiebre era una excitación, al principio, alcancé a hablar con un médico y le oí decir que me dieran inyecciones con un cóctel de varios antibióticos y dipirona. Le dije que no quería antibióticos pero me ignoró. Dos por día. La primera fue dolorosa. La segunda también. Pero la tercera y todas las que vinieron después cayeron sobre tejidos ya doloridos y fueron peores. Entre una y otra la fiebre volvía a los cuarenta grados. Y al bajar, con el efecto de los remedios, transpiraba tanto que empapaba las sabanas, la manta y el colchón y al rato estaba temblando de frío en esa trampa mojada.
A pesar del infinito dolor de cabeza y la debilidad, me las ingenié para conseguir unos diarios cada vez que me inyectaban. Los desplegaba dentro de la cama y me acostaba sobre ellos. Entonces empapaba el papel y se mojaba menos el colchón y la ropa de cama. Después tiraba esos diarios ensopados y el pijama al pie de la cama y me quedaba la maravilla de una camita seca para estar desnudo, solo, quieto y en silencio.
Una noche me despertó un mal sueño. El miedo, en medio de la noche no encuentra oposición y se hace dueño hasta que uno se despierta más y empieza a controlarlo todo lo que pueda. Finalmente junte fuerzas y busqué con los pies las chancletas para ir al baño. El baño estaba a oscuras pero llegaba la luz del cuarto donde dormía el enfermero de turno. Además uno ya se lo conocía medio de memoria. Mijitorios enfrentados a letrinas sin puertas por un lado y lavatorios por el otro. En la segunda letrina me esperaba la muerte.
La reconocí como se reconoce a la madre, sin duda alguna. Todo el miedo que había logrado controlar me empezó a gritar en los oídos y yo sentía que no tenía fuerzas para hacerle caso a tanto terror.
Empecé a decir que no, con la misma pasión y ritmo con que los amantes repiten el sí. Me miró sin expresión hasta que entendió que estaba aterrado. Eso pareció confundirla, contrariarla o desilusionarla. Estaba vestida casi como en los dibujos. Era un hombre, feminoide pero fuerte y grande. Tenía la típica capucha negra y la cara se veía poco (creo que era un buzo negro de esos que usan los boxeadores). En medio de mi terror estaba muy atento a sus reacciones. Tenía esperanzas de convencerla. Su disgusto ante mi insistencia me angustiaba más, parecía que estaba en la naturaleza de la muerte nunca dejarse convencer y que mi insistencia demostraba ser el camino equivocado.
Vi del disgusto pasaba a la irritación y que me hablaba: “Miedo?” me dijo “Miedo!?... nadie jamás llega con miedo a este punto… ¿qué te pasa?” y ese “que te pasa” no era una pregunta sino una sentencia. Yo no le servía. Me dio la espalda, una espalda temblorosa de desilusión. Mi pesadilla de toda la vida se estaba concretando: ser el único que falle. “Nadie más” había dicho ella. Todos los otros logran entender. Nadie se queda aferrado al estúpido miedo cuando llega el momento importante de soltarlo. Y me quedé sólo en el baño recuperando mi debilidad, hasta que entendí las consecuencias.
Entonces corrí tras ella. La busqué inútilmente en todo el regimiento. Semidesnudo y desoyendo las advertencias de los soldados que hacían guardia que, al no haber respondido debieran haber tirado al aire primero y ametrallarme después. Pero no me mataron ellos ni se agravó la neumonía por andar desabrigado y descalzo a esas horas de la noche. El riesgo había abandonado mi existencia.
No encuentro a quién pedirle perdón. No sé cuáles de mis excusas puedan ser valederas. Me repito, tratando que eso sea convincente, que yo no pedí nacer. Pero no tengo con quién hablar. Temo que la sentencia sea definitiva. Intuyo que la muerte no perdona.

4 Comments:

Blogger tazelaar said...

fue el papel de diario. si no hubiese puesto el papel de diario en el momento del encuentro hubieses estado tan molesto e irritado que no hubieses sentido miedo. el recuerdo de la cama calentita te bañó de caca.

1:16 PM  
Blogger tazelaar said...

This comment has been removed by a blog administrator.

1:16 PM  
Blogger silencio said...

Me hiciste volver en el tiempo a la colimba y sus historias, algunas te llevaban a situaciones que nunca hubieras pensado, ni querido, vivir. Me acuerdo que lo bueno era saber que, almenos en mi caso, se terminaba exactamente al año. Mi estrategia era pasar desapercibido hasta que un oficial descubrió que había nacido en Londres y pasé a ser, para contento de mis ancestros irlandeses, "el inglés"...

7:28 AM  
Anonymous Anonymous said...

Porque no me llamaste ???
La muerte perdona mucho mas de lo que crees, te lo aseguro.

10:53 AM  

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