Pis in the World

Un mediocre urólogo de Finlandia descubrió, por error y de forma irrefutable, que el alma humana se localizaba en la orina.
A partir de ese momento cambió nuestra cosmogonía y con ella todo lo demás. Desde la liturgia de las religiones hasta la arquitectura de los baños de las casas, los mingitorios de las oficinas, las letrinas públicas.
Tomó dos generaciones que la palabra cielo perdiera su valor sagrado y que arriba dejara de ser mejor que abajo.
Los caños, cloacas y pozos ciegos tomaron el status que antes tenían las alturas celestiales.
La gente empezó a pensar sobre el paradero físico de los litros diarios que habían despedido durante años y no fue difícil pasar de eso a preguntarse dónde andarían los litros soltados en su vida por Colón, Julio César o Perón.
La idea de que reencontramos el alma de los seres queridos y perdidos cuando vamos al mar, destino final de casi todos los fluidos, fue recibida con beneplácito por la mayoría.
Más movilizante resultó la idea de que el alma del enemigo acérrimo, odiado con impaciencia, se mezclaba en forma simple y rutinaria con la propia en los oscuros ductos públicos.
Alguno aventuró que “si en las nobles bajezas subterráneas reina la armonía dorada de los flujos, en las no tan dignas alturas de la superficie terrestre debemos imitar ese orden y aceptar, al plural otro, sin pugnas”. Esta idea no hizo más que expresar lo que pensaba la gente cada vez que tiraba la cadena, sintiendo que ponía el alma en libertad para que se uniera a las demás.
Y creció, (quién lo hubiese imaginado?) esa paz para mundial que tantas veces nos deseamos a fin de año en brindis y tarjetas pero que creíamos ajena a nuestra condición humana.
Yo mismo he tratado de darle un toque de maldad nihilista a este texto para acceder a círculos algo más intelectuales, pero ya ven que no he podido...