Autobiografía Anónima

Dejo este texto en manos de mi albacea para que sea publicado luego de mi muerte:

Hay quienes se obsesionan con la relación entre la ficción y la realidad. A tal punto que se ha popularizado la estúpida frase que declara con asombro y alegría que la realidad a menudo supera a la ficción. Cuanto más tarado el que la dice, más orgullo pone en su enunciación, como si él fuese el autor de la realidad.
Irving J. Poper, uno de los escritores más reconocidos del Noreste Indio, padeció de ese mal. Desde que alguien dijo que una revista literaria inglesa lo mencionaba como posible candidato al Nobel su estupidez comenzó a hacerse menos disimulada.
Admito que sólo había leído un par de sus novelas policiales antes que esta autobiografía anónima que se le atribuye y por la que ha terminado preso. Este libro se llama “Autobiografía del Criminal Perfecto”. Donde debiera estar el nombre del autor dice cándidamente: “Anónimo”. El hecho de que haya salido publicada bajo el mismo sello de la misma editorial no se le escapó a nadie. En ella el escritor narra hechos privados (que prácticamente nadie puede atestiguar) de una vida conflictuda, con un estilo bastante más introspectivo e interesante que el que se lee en sus novelas de suspenso. En el capítulo tres se da al lector un mensaje claro: quien lea atentamente podrá identificar al protagonista de la biografía y desenmascararlo para que pague sus culpas. Una de las reseñas que leí subrayaba este hecho como una contradicción infantil ya que si, según el libro el protagonista cometió el crimen perfecto, no debieran haber quedado pistas como para que el lector las descubriera.
Sin embargo, varios detectives del departamento de Policía de Adreim, al Sur de Bombay, lectores habituales de Poper, relacionaron una de las cosas que se decían en el libro con un asesinato ocurrido en su jurisdicción que había quedado sin resolver. A partir de ese momento el libro comenzó a ser leído por todos los detectives que habían estado en ese caso con un interés que sobrepasaba lo literario. Quienes aman que la realidad supere a la ficción y tenga hijos con ella se maravillaron cuando el Bombay Herald señaló que el libro había despertado el interés de los detectives y citó tres párrafos en que se indicaban en forma siempre vaga o indirecta datos concretos para buscar al culpable del crimen de Adreim. Un mes más tarde una carta de lectores dirigida a una revista de palabras cruzadas y juegos de ingenio de Bombay aportaba un método mediante el cual podía leerse un mensaje cifrado en el anteúltimo capítulo del libro. Casi al mismo tiempo el Herald anticipó la gran noticia que al día siguiente estaba en todos los medios: había un detenido. El abogado representante de artistas Carl Eteros. Las pistas habían podido verificarse. El arma del crimen había aparecido con restos de sangre y huellas del sospechoso. Era un cuchillo de cocina. La autopsia había determinado que un elemento de esas características habría provocado la muerte.
El sospechoso se declaró inocente y acusó al escritor de querer incriminarlo por celos pasionales ya que ambos habían cortejado a la misma mujer, una tal Soraya. Los tabloides sensacionalistas publicaron una foto de dicha mujer que la mostraba en su juventud actuando en una película y con escasa ropa. Ante el revuelo periodístico un canal de TV investigó el pasado y descubrió que el hombre asesinado en Adreim, un comerciante vendedor de autos y tractores, había sido empleador de a la mujer antes de que se dedicara a la actuación. Las conjeturas al respecto fueron abundantes. El periodismo en pleno se dedicó a tratar de obtener una entrevista con Poper quien no hizo más que negar, por escrito y sin dar la cara, que el libro fuera obra suya o que tuviera algo que ver con todo el escándalo. Al mismo tiempo anunció que se casaba con Soraya e insinuó que mal podía estar resentido con Eteros si Soraya se estaba transformando en su esposa.
Una semana más tarde un periodista logró (todos suponen que pagó una fortuna) una fotocopia de la carta que acompañaba el manuscrito de la “Autobiografía…” recibida por la editorial. En ella Poper, que no firmaba, solicitaba la publicación anónima y declaraba que si la Editorial daba a la luz su autoría él la negaría y entablaría juicio por calumnias. Al final de la carta había instrucciones para depositar las ganancias que correspondiesen al autor en una cuenta numerada de un banco Inglés en las Islas Caimán. En la fotocopia el número estaba tachado para hacerlo ilegible.
Eteros pasó dos semanas detenido. Su fiel secretaria descubrió que a la noche en que ocurrió el crimen el señor Eteros estaba en un recital a beneficio de los damnificados por el tsunami en el cual tocaba una banda representada por él, y que su cara era bien visible entre el público de la primera fila. Otros de los presentes testificaron haberlo visto allí. Los medios periodísticos estaban desorientados pero el mismo Carl Eteros les dio tema para vender millones de ejemplares. Acusó a Poper de calumnias con intención de ponerlo tras las rejas y le inició un juicio penal. El banco de las Caimán admitió que la cuenta era de Poper. Eteros mostró la denuncia que había hecho dos meses antes del crimen por un robo ocurrido en su casa en el cual, entre otras cosas, le fuera sustraído el cuchillo de cocina. Un recluso de un penal de Bombay admitió haber cometido el robo por orden de un cabalero anónimo de finos modales que le pagó muy bien por la tarea y cuya cara era la de la foto que le mostraron de Poper. Al día siguiente en el Bombay Times el título decía: “Caballero Anónimo encomienda robo para incriminar a Eteros en asesinato.”
En la India no nos tomamos mucho trabajo para evitar que los jurados sean influidos por la prensa o la opinión popular. Poper fue condenado. Mi opinión es que se lo merecía por otros motivos y que se hizo justicia.
Me interesa aclarar póstumamente, que se hizo justicia gracias a mí, que escribí esa estúpida autobiografía imitando su estilo y que le pagué al recluso para que lo acusara durante las dos semanas que pasé preso (total, el no tenía mucho que perder, estando ya en la cárcel). La sangre del cuchillo no era de la víctima, pero en India no hay presupuesto para hacer un ADN en cada uno de los diez mil juicios anuales que se hacen en cada provincia. Las huellas sí, obviamente eran mías, y era obvio que las tuiera ya que supuestamente había sido robado de mi casa por el recluso y escondido por Poper para luego revelar su paradero e incriminarme. Cuando empecé a planear todo tuve un golpe de suerte. Me visitó un vendedor de seguros de vida y entre los argumentos que usó para conquistarme dijo que el famoso escritor era su cliente. Llamé una tarde al famoso escritor en nombre de la compañía de seguros y le informé que por una revalorización de riesgos estábamos en condiciones de hacerle llegar una interesante suma de reintegro que podía depositar en alguna cuenta del extranjero sin pagar impuestos. De inmediato me dio el número y lo incluí en la carta a la editorial acompañando el manuscrito. Soraya, mi pareja fiel, aceptó visitar a Poper cuando empezó el escándalo y al verlo tan desesperado le ofreció casamiento (una cosa meramente formal, le dijo, para ahuyentarla maledicencia. En la desesperación no imaginó Poper que su fortuna quedaría en manos de Soraya si él tuviese la desgracia de ir preso. Yo sí.

Carl Eteros