Sancho en la Plaza
Sancho que tiene cuatro años y medio estuvo un rato solo en la plaza mientras Maribel y yo
mirábamos los progresos de la obra en nuestra casa que está enfrente.
Cuando volví para estar con él me impresionó esa soledad. No
había nadie más a la vista. Nadie lo veía. Era la única mancha de color con
movimiento.
Como la sombra de un nubarrón en un día de viento me
rozó la cabeza la pregunta budista: Si un árbol cae en el bosque y nadie está
para presenciarlo ¿hace ruido?
Cada mañana cuando se despierta hacemos una fiesta y lo
abrazamos y besamos. Sus ladrillos están pegados con ese cemento. Mi infancia
fue diferente.
Cuando yo era unos meses menor que lo que él es ahora fui con mi abuela a vivir en la casa
que mis padres habían comprado que estaba en obra, y que mi familia compartiría
con ella, recientemente viuda, una vez terminada. Cuando yo despertaba
la llamaba y ella subía a vestirme con mucho cariño. Me preparaba el desayuno y
me ponía un gorro de lana azul con pampón
para salir a hacer las compras. Pero el día tenía muchas horas en que yo estaba
solo. Con la casa habíamos adquirido un perro de nombre Zazú que era mezcla de
ovejero alemán y perro de trineo. El no
tenía problema con estar solo mucho tiempo, se echaba y dormía. Pasé muchas
tardes a su lado. Recuerdo haberme propuesto acariciarlo y acariciarlo sin
parar, para que me quisiera mucho. Mi abuela era la única persona conocida que yo veía en esos días. Cada tanto tomábamos el tren en la estación
Punta Chica y nos íbamos a Retiro y de allí al departamento de Callao donde vivían
mis padres y hermanos, de visita. Era el
año 58 en que hubo una gran inundación y el agua llegaba hasta las vías. El
tren tenía una locomotora muy ruidosa y mi abuela me hizo notar que parecía
decir “cinco pesos poca plata cinco pesos poca plata”. En el jardín de la casa había un limonero y yo
lo trepaba y comía limones. Pensaba que había algo heroico en vencer la acidez
y que de alguna manera me estaba haciendo acreedor de algún beneficio futuro. Recuerdo
con absoluta claridad haber estado sólo en el jardín, haber cortado una hoja de
malvón, haber olido la savia que brotaba y haber deseado que fuera un olor más
interesante. Ese año llovió mucho. Casi
todos los días. Era muy triste levantarse a la mañana y ver que otra vez llovía.
Yo extrañaba a mi familia sin parar y sin darme cuenta.
Camino hacia Sancho que está sentado en un murete de
ladrillos que hay en la plaza. Lo veo de perfil mirándose las manos que juegan sobre su panza mientras murmura
alguna cosa como hacen, a veces, los chicos cuando están solos. No nota que me
acerco. Me detengo. Se levanta una brisa y un árbol deja caer una gota sobre mi hombro. Es de una lluvia reciente.
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