Tuesday, July 09, 2013

Sancho en la Plaza


Sancho que tiene cuatro años y medio  estuvo un rato solo en la plaza mientras Maribel y yo mirábamos los progresos de la obra en nuestra casa que está enfrente.

Cuando volví para estar con él me impresionó esa soledad. No había nadie más a la vista. Nadie lo veía. Era la única mancha de color con movimiento.

Como la sombra de un nubarrón en un día de viento me rozó la cabeza la pregunta budista: Si un árbol cae en el bosque y nadie está para presenciarlo ¿hace ruido?


Cada mañana cuando se despierta hacemos una fiesta y lo abrazamos y besamos. Sus ladrillos están pegados con ese cemento. Mi infancia fue diferente.


Cuando yo era unos meses menor que lo que  él es ahora  fui con mi abuela a vivir en la casa que mis padres habían comprado que estaba en obra, y que mi familia compartiría con ella, recientemente viuda, una vez terminada. Cuando yo despertaba la llamaba y ella subía a vestirme con mucho cariño. Me preparaba el desayuno y me ponía un gorro  de lana azul con pampón para salir a hacer las compras. Pero el día tenía muchas horas en que yo estaba solo. Con la casa habíamos adquirido un perro de nombre Zazú que era mezcla de ovejero alemán y perro de trineo.  El no tenía problema con estar solo mucho tiempo, se echaba y dormía. Pasé muchas tardes a su lado. Recuerdo haberme propuesto acariciarlo y acariciarlo sin parar, para que me quisiera mucho. Mi abuela era la única persona conocida que yo veía en esos días. Cada tanto tomábamos el tren en la estación Punta Chica y nos íbamos a Retiro y de allí al departamento de Callao donde vivían  mis padres y hermanos, de visita. Era el año 58 en que hubo una gran inundación y el agua llegaba hasta las vías. El tren tenía una locomotora muy ruidosa y mi abuela me hizo notar que parecía decir “cinco pesos poca plata cinco pesos poca plata”.  En el jardín de la casa había un limonero y yo lo trepaba y comía limones. Pensaba que había algo heroico en vencer la acidez y que de alguna manera me estaba haciendo acreedor de algún beneficio futuro. Recuerdo con absoluta claridad haber estado sólo en el jardín, haber cortado una hoja de malvón, haber olido la savia que brotaba y  haber deseado que fuera un olor más interesante.  Ese año llovió mucho. Casi todos los días. Era muy triste levantarse a la mañana y ver que otra vez llovía. Yo extrañaba a mi familia sin parar y  sin darme cuenta.
 

Camino hacia Sancho que está sentado en un murete de ladrillos que hay en la plaza. Lo veo de perfil mirándose  las manos  que juegan sobre su panza mientras murmura alguna cosa como hacen, a veces, los chicos cuando están solos. No nota que me acerco. Me detengo. Se levanta una  brisa y un árbol deja caer una gota sobre mi hombro. Es de una lluvia reciente.

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