Monday, December 29, 2014

El que nada



                                                                      Dedicado a Ana, Pediatra amigo de Flor .

En un libro de zen que recoge frases de todo tipo leí una que me repito cada tanto desde entonces. Era extraída de un libro de golf. Decía “Put nothingness into your shots”. Es decir recomienda poner la nada en el swing, en los tiros. Milenios del humano haciendo cosa hasta que un inglés jugando al golf descubre que es mejor nada.

Entro a la pileta con la intención de nadar. Sé que es aburrido pero es sano y quiero bajar de peso. Me propongo cuarenta y cinco minutos. Está probado que la combinación de aburrimiento y cansancio me los hará eternos y que ante la menor excusa abandonaré. Suele pasarme.

Me propongo entonces aprovechar el tiempo pensando algo útil. Me propongo la estrategia para el año que está por empezar. O Sancho, y cómo ser mejor su padre. O para qué vivo. Pero desconfío de la calidad del razonamiento al servicio de esas causas. Intuitivamente oigo un silencio que viene desde extramuros queriendo decir algo. A esta altura ya he hecho varias piletas y la respiración que suelto siempre con algo de ruido, casi como un ohm, me recuerda la posibilidad de rezar.

 

El ateo, nadando y rezando. No puedo dejar de repasar esa idea antes de empezar. Me digo que el ateo absoluto no existe… que el misterio de la inmensidad del universo es una idea con jerarquía de Dios. Me recuerdo una vez más y siento las mariposas en el estómago al hacerlo: No se puede ser sujeto y observar al universo como objeto porque yo soy tan universo como cualquier otra cosa. Ya está… eso me colocó y estoy nadando con ganas y sin sentir que hago fuerza. Voy fluyendo y estoy listo para rezar.

Acá cabe un flashback que casi podría ir en sepia: A los veintipico acompaño a Carmen a Misa y un cura dice, entre otras cosas, que el creyente no debe hablar de dios sino ser feliz. Lo agarro a la salida y le digo usted es cura y yo ateo pero pensamos igual… uno de los dos tiene que cambiar. Sonríe y me invita a unos mates. Pesca al vuelo que a mí no me puede hablar de fe ni religión ni dogma sino de espiritualidad y me invita a su escuelita de oración. No pone énfasis en las palabras de la oración sino en el acto de repetir como para entrar en estados de conexión con algo que él llama Dios y yo no. Una de las oraciones que me enseñó fue la de repetir Abba que significa Padre en arameo. Y recuerdo que me aconsejaba: podés levantar los brazos como el chiquito que pide que le hagan upa.  Otra era repetir: Espíritu santo, ven. Yo tenía  experiencia en meditación trascendental, adquirida a los diez y ocho, cuando una mujer que había aprendido en India me dio un mantra secreto, me dijo que nunca lo dijera en voz alta y me inició en la práctica de repetirlo para adentro hasta que dejara de ser un sonido.  El Ave María calzó en aquel molde. La sonoridad de sus frases era como el ruido que oí una vez buceando en Brasil, cuando el flujo y reflujo de un  mar  tranquilo movía las rocas que rodaban una sobre otras  en la orilla de la isla. Esta práctica duró unos meses. Suelo ser incapaz de hacer algo sin jugar con sus piezas, sin cuestionarlo, sin probarlo al revés o romperlo para ver qué hay adentro. En muchas actividades esto ha sido un grave obstáculo para el éxito, y en otras, una gran satisfacción. En la oración no había medición de resultados. Era un fluido intangible mientras  a mí alrededor caían bombas de realidad, como la facultad, la novia, el trabajo, el deporte, la familia…  Y en ese contexto y en la soledad de mi interior yo inventaba formas de oración diferentes.  Una era sentir  (imaginar) como Jesús me hacia un masaje en la espalda. Otra era pensar que mientras yo trataba de dormir Jesús entraba en la oficina donde yo trabajaba, por la puerta de Cerrito, tomaba el ascensor hasta mi  piso y caminaba por los pasillos. Se metía en mi cubículo, se sentaba miraba mis papeles, recorría todos los mismos lugares que yo… A pesar de ser ateo, me permitía usar a Jesús. Si existiera no le molestaría, pensaba.

Pero hubo una experiencia que fue más importante para mí. En la oración del Ave María empezaba a velocidad normal e iba disminuyendo como un auto en el que se suelta el acelerador.  El motor seguía en marcha pero de tanto disminuir la velocidad, me iba deteniendo en una frase, en una palabra, en un silencio. De alguna manera no negaba que estuviese avanzando pero el avance era tan tenue que se hacía transparente, irregistrable. Y a cambio… una cosa nueva. La primera cosa nueva de mi vida.

Cuando intenté poner en palabras el asunto dije que la eternidad no era a lo largo sino a lo ancho.

Ahora estoy en la pileta. Agua, agua, agua, agua, pared, agua, agua, agua, pared... El equipo de calentamiento solar que en invierno usamos para la calefacción de la casa, en verano sube la temperatura de la pileta y el frío ya no se suma a los motivos para abandonar el agua antes de tiempo. Ahora, con la idea de que soy el  universo, de que la respiración es ohm, de que puedo orar al nadar y poner “nothingness” en mi fluir, se ha disipado la ansiedad… La mente no está todo el tiempo pensando cuánto falta, cuánto falta… porque ese apuro, que no es un apuro sólo de la natación, se ha desvanecido como las sombras al amanecer.

Nado y rezo el Ave María. Y de golpe me detengo en la palabra muerte. Ahora y en la hora de nuestra muerte. Y en cada respiración digo muerte. Y el agua se pone más presente y a la vez más impersonal e indiferente. El  universo dejará que me muera. Y me corrijo con amor: yo soy el universo, yo seré el que… y me doy cuenta que la idea es más amplia de lo que puedo pensar y dejo que la idea sea el agua… y  dejo que la maravilla de la pregunta me de la paz que buscaba en la respuesta. Y sigo rezando y nadando. Y me detengo en la palabra ahora y cada brazada es un clavo en el ahora para fijarlo y que no haya otra cosa que eso. Y viene la muerte y se acurruca a dormitar a los pies del ahora como un gato de buen humor. Ahora y en la hora de nuestra muerte. La hora es un eco del ahora. Como las piedras bajo el agua de Brasil.

Me pasaron más cosas en esta pileta ese día y me maravillaba que el helicóptero que cruzó el cielo en un instante supiera tan poco de lo que yo estaba tocando en este otro mundo. Hasta el momento en que pongo estas letras en orden, es algo que sólo ocurría en ese pedacito de horizonte que era yo en esa pileta.  De todas las otras  que me pasaron contaré una más:

Las palabras existen en la mente antes de decirlas. Hay una etapa, previa al decir, en que las palabras todavía no tienen dientes. En un momento de mi oración sentí la palabra en esa forma embrionaria y antes de ponerle cuerpo le fui sacando pétalos… le fui borrando los lugares donde irían las letras. Fui desde el final de la palabra hacia el principio callando la idea ya que aún no tenía sonido para apagar. Y finalmente, entre las burbujas de mis exhalaciones bajo el agua, llegué al punto anterior a la primera palabra. No a la pausa entre una  y otra sino a una ausencia mayor. Sin color ni aire. Y estaba bien.

2 Comments:

Blogger Silvia Bonetti said...

Está lindo, pero hay un pastiche de creencias en este copy, ¿pudiste bajar de peso?

10:35 AM  
Blogger Mundo en Flor said...

Muchísimas gracias por habérselo dedicado a Ana! No puedo entender cómo vos "desconfíes de la calidad de tus razonamientos en la causa humana" (sic). Me gustó mucho, aunque me temo que mi opinión no será valida hasta mañana, que seré vista por un gran grupo de neurólogos solo porque después de mi accidente, vi un 23 anotado y pregunté "qué es un 23"? . Gracias, Ana hubiese amado tu piscina.

11:53 AM  

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