Canto del Pájaro

El pájaro canta y con eso actualiza su declaración de local,  marcando el territorio.

Es un título de propiedad sin escribano que dura en la conciencia de los potenciales intrusos apenas minutos o segundos. Y no hay más remedio que repetir la amenaza. Volver y volver a cantar.

Los dibujos que hice y guardé en el baúl, han durado un poco más, pero,  a la tinta de birome azul con que los hice, ya se la siente en retirada. Quién ha visto los juguetes vivos de Toy Story sabe que en la expresión congelada de cualquier de ellos se esconde una pasión disimulada  y al acecho. Eso veo en mis dibujos de los años setenta. No se les mueve un pelo. Ay, no me animo a tirarlos pero a veces la cicatriz que marcan en el tiempo de papel me duele más de lo que dolía entonces. Quise atrapar el infinito en una explicación que no entendía. Quise atajar fugaces puñaladas del espacio. Y, con los años, el papel desteñido y quebradizo es más fiel al temor que a la constancia. Mi territorio ha perdido su arrogancia. Cuando me mira una  mujer entiendo un mutuo condolernos y una aceptación de que no iremos a caballo al rancho, sino a caminar bajo la sombra por el ancho camino que va al tambo.

No he logrado establecer un territorio ni en el ficticio tiempo ni en la idea.

Solo una gota he logrado que lloviera. La que dice sin sabor, sin entusiasmo, sin intención siquiera… y sin todo eso declara firmemente que es de veras. La que me abre a la nueva era de tomar mis carabelas y llegar por el otro lado a lo que siempre fuera. Llegar por el despojo a lo que puedo tener. Por la nada a marcar el territorio. Con silencio construir mi casa del vacío. Y cantar como un pájaro inexistente: esto es lo mío.