Wednesday, April 11, 2007

Escapar para acá

Capítulo dos





Cuando viajo en avión, invariablemente me enamoro de la azafata. De joven, que no volaba tanto, me lo tomaba más en serio y hasta recordaba sus nombres por un tiempo. Después me di cuenta de que era mi miedo a que se cayera el avión lo que me producía ese efecto ventosa. La reacción de un bebe que está inquieto y pide teta. Con dos o tres vuelos por mes, ahora, este enamoramiento es un trámite rutinario como mirar las vidrieras del free shop, pero no ha perdido su encanto.
El problema está cuando me toca viajar en tren, ya que los trenes no tienen azafata. Podría argumentarse que los trenes no se caen. Pero el miedo no es sonso. El miedo sabe que cualquier cosa puede caerse.
Viajo poco en tren. Y eso no hace más que agravar las cosas. La rutina tiende a tranquilizarme y con el tren no llego a hacerme una rutina. Cuando viajo en ferrocarril suele ser por motivos siempre diferentes, en lugares donde nunca lo he hecho y eso hace que mi inquietud suba un par de puntos. Uno podría pensar que me deprimo y viajo arrinconado contra la ventana mirando para adentro y secándome la frente cada tanto con un pañuelo blanco... pues no. Más bien todo lo contrario. Me pongo simpático y expansivo y entablo conversaciones con la persona que me toca en el asiento de al lado. En general prefiero que sean mujeres. Aunque sean feas y viejas, me resultan más simpáticas que los hombres. Por eso cuando en mi viaje a Boston desde Stamford, Nueva York, se sentó a mi lado un señor con cara de contador público, yo me sentía disconforme con mi suerte.
Iniciar la conversación siempre es la parte más difícil. Hasta que no empiezan a hablar y a contar una gran variedad de cosas con entusiasmo, aún las personas más simpáticas parecen hoscas y poco dispuestas.
El truco consiste en encontrar un asunto que parezca necesario. Por ejemplo, disculpe, ¿usted sabe si estamos llegando con atraso a Boston? Entonces viene una respuesta formal, pero con una o dos palabras de más, como para ir avisando que hay buena voluntad, que el personaje de gélido e inmutable pasajero autosuficiente era sólo un maquillaje de dignidad que como una pantalla solar protege del silencio y la desconexión en el hacinamiento impersonal del lugar público. Cuando se rompe la tensión superficial de una gota de agua mediante el contacto con otra, disminuye en ambas algo de la tirantez interna y como nueva integración pasan a ser un poco más fluidas.
Este hombre usaba un sobretodo gris plomo con solapas de terciopelo negro, lo que me pareció demasiado elegante para viajar en tren y demasiado abrigado para la época. Se paró, a poco de sentarse, para quitárselo y me sorprendió ver que debajo había ropa informal. Una camisa de cuello Mao y unos pantalones con bolsillos de adolescente. No parecía tener más de cuarenta años. Seguramente no hacía deporte y comía mal, trabajaba de más y miraba mucha televisión. Quizá tuviera algún hobby absurdo como criar anguilas eléctricas o decorar tragos largos con frutas, escarbadientes, banderitas y sombrillas.
Todas estas adivinanzas resultaron estar totalmente erradas. En las tres horas de viaje que compartimos, pasamos por distintas etapas avanzando siempre hacia una apertura sincera y abundante traspaso de información. La primera sorpresa fue que el tipo era argentino, como yo. Decía llamarse nada menos que Geranio Trenquelauquen. De su padre, fallecido hacía poco, por quien no parecía tener ni el sincero cariño ni el resignado respeto que en general adoptamos los argentinos, hizo una descripción desapasionada: un líder indígena de La Pampa de improbable sangre aborigen que había alcanzado cierta fama por una nota de National Geographic. Algún funcionario internacional había leído la nota y a raíz de eso, subvencionado por un programa de Naciones Unidas, había viajado mucho a reuniones internacionales de asuntos indígenas. De uno de los viajes nunca volvió. Mandaba cada tanto algo de plata a la familia, y eventualmente lo invitó a Geranio a vivir con él en Nueva York.
Geranio contaba sin interés. Parecía estar cumpliendo con el mínimo de la información necesaria para responder a las preguntas, pero como si no le interesase que yo no captase la esencia de las cosas. Como si supiese que no valía la pena porque yo, como el resto de la gente, no entendería lo importante de su vida. Cuando teorizaba en cambio se ponía más vehemente.
- Los chicos no deben estudiar hasta los doce años. Esa es época de jugar. Para qué le sirve la matemáticas, la historia, el análisis sintáctico a un chico que lo que necesita es jugar.... Haga memoria, ¿no recuerda el entusiasmo que uno ponía en los juegos? ¿y la aplastante abulia con que se vivía en el aula? Han pisoteado lo mejor de nuestro talento para aprender. Mire usted, esa pasión que uno siente por una mujer, ese imán que nos lleva a caminar dos leguas para ir a un baile... la energía que ponemos cuando estamos cazando... ¿usted ha cazado alguna vez?
- Si, alguna vez...
- Bueno, habrá sentido como se apodera de uno esa determinación que nos hace capaces de cosas que no haríamos de otra manera. Un amigo mío se pasa veinte horas en silencio escondido en un refugio del monte esperando que aparezca un jabalí. Y le apasiona. Es el instinto de la caza. Fíjese como se tensa el cuerpo de un perro cuando huele una pista, como la vida adquiere sentido.
- ¿Pero que tiene que ver eso con la educación? ¿Usted cree que alcanza con el instinto y que podemos vivir en sociedad sin educación?
- No, hombre. No digo eso. Lo que digo es que los chicos tienen ese impulso puesto en el juego, y un chico que está jugando aprende hasta por los codos, pero los maestros creen que si no están haciendo un esfuerzo, si no están sufriendo... puta, si no están sufriendo, creen que no están aprendiendo.
- Algo de eso recuerdo en mi maestra de tercer grado...
- En todas hombre, en todas! Y no solo las maestras. Vea, mi tío trabajaba en un quilombo... manejaba el bar y se ocupaba del mantenimiento, pero tenía ciática y a veces, de chico, yo iba a ayudarlo cuando no se podía mover. Y las chicas me tenían cariño, pero siempre me decían que estudiara y se enojaban si yo quería faltar al colegio para jugar al fútbol. ¿Se da cuenta? ¡Hasta las putas!
- Bueno... estoy seguro que ellas algo saben de la vida.
- Usted no me está entendiendo. Puede que sepan un montón de cosas pero nadie entiende a los chicos. Ni bien dejan de ser chicos se pasan al enemigo en forma cruel... o peor que cruel, le diría, desconsiderada.
Esas últimas palabras me dejaron pensando. En mi fuero íntimo admito ser muy infiel al chico que fui. Como si la explosión de la adolescencia hubiese dejado un profundo cráter, un abismo que separara el mundo de mi niñez del mundo al que pertenezco ahora. Como si esa explosión me hubiese dejado sordo y hubiese muerto gente y yo hubiese quedado temeroso y obediente. Y ese abismo todavía humeante no me dejase ver bien del otro lado. Podría decirse que traicionar al chico que fui, si beneficia al adulto, no es tan grave. Pero el temor, el miedo... ese es un síntoma sospechoso.
El tren, a doscientos kilómetros por hora, surcaba como un bisturí las entrañas de una comunidad de Nueva Inglaterra. Jardines, perros, toboganes de colores, autos en arreglo y de vez en cuando una persona cuya cara no pasaba de ser una pincelada de color devorada inmediatamente por más jardines, autos, plazas, terrazas de centros comerciales. Las imágenes parecían puestas allí para ilustrar mis pensamientos. La velocidad del temeroso, saltando sobre las cosas. Sin animarse a un contacto de verdad.
En ese momento me propuse aprender lo básico de la vida... volver al jardín de infantes. Me comprometí a empezar de nuevo y aprender a estar en algún lugar. Hacer los palotes derechitos y pintar sin cruzar la línea. O quizá tuviera razón Geranio... no era cuestión de volver a la educación formal. No hacía falta forzarme a aprender sino simplemente aprender a jugar. Acá mismo. Ahora.
El tren se metió en un túnel, algo que estaban construyendo. Acostumbrados a la fuerte luz, mis ojos no vieron nada hasta que salimos. Geranio retomó la conversación. Así como él seguía a mi lado a la salida del túnel, su mente parecía haber seguido a mi lado en los recorridos de mi pensamiento:
- Hay un proverbio polaco que dice “nunca pases junto a un chico sin pensar en él”
Quien hubiera dicho, pensé, que algún polaco dedicaría tiempo de su vida a elucubrar cosas que tuvieran que ver con esto que estamos charlando y que a suficientes polacos, después, les parecería que la frase era digna de ser repetida, al punto de transformarla en dicho popular.
- Me encantó el proverbio.- le dije - La mayoría de los refranes que conozco se basan en la conveniencia, en el sentido común, como “al que madruga Dios lo ayuda” o “donde fueres haz lo que vieres” pero este refrán es más liviano. Si los otros son cerdos, este es una mariposa.
- ¿Verdad? Casi parece un refrán inútil.
- Pero yo creo que sería un hombre más feliz si en vez de hacer tantas cosas hubiese pensado más en los chicos que vi.
- A que cosas se refiere? ¿Que cosas hizo usted?
- Bueno... logros, cosas que me parecían importantes.
- ¿Pero cosas malas?
- ¿Malas? ¡Je! Simpático que use esa palabra .. Hace tiempo que no la uso. Qué se yo, cosas como armar una empresa, publicar cosas... Plata, incluso. Viajes...
- Y ahora le parece que hubiese sido mejor hacer menos.
- Mmm... Le voy a retribuir el regalo de ese buenísimo refrán con otro... que un poco explica lo que siento. En realidad no es un refrán sino el título de un libro (que no leí) pero que considero una joya. Y usted podrá apreciarlo porque habla inglés... al traducirse al castellano pierde su gracia: dice así: Don’t just do something... Sit there!
Geranio no se rió. Ni siquiera me premió con una sonrisa. Después de un silencio inexpresivo dijo:
- Es simplemente la inversión de un dicho irritante que nos azuza a salir de la inactividad.
- Si... en fin, a mi me parece simpático...
- Simpático?
- Creo que tiene algo de gracia.. no sé... será que escuché tantas veces el otro el “Don’t just sit there, do something!”...
- Es genial.
- ¿Qué cosa?
- Este asunto.
- Ah, ¿le gusta?
- Es genial.
- Bueno me alegro, pensé que no le gustaba.
- Genial.
- Je je...
- ¿Usted no lo cree?
- Pero claro, hombre... si yo se lo conté a usted.
- ¿Cuanto genio hace falta para invertir el sentido de una frase?
- No entiendo... ¿usted lo dice con ironía? ...yo creo que el valor de la frase está... bueno, hay unos supuestos previos... A mí personalmente me parece que... quizá usted no lo comparta pero, a veces la acción no es tan positiva como parece... a veces es un escapismo, una adicción, una excusa. ¿Qué hay de malo con no hacer?
- Estoy de acuerdo, Francisco. La frase es genial. Y nadie la vio antes porque estaba apuntando para el otro lado. Hace falta mucho genio para buscar la solución en el problema. Como los que inventaron las vacunas.
- Claro, o los que queman el bosque para que no se expanda el incendio...
- Los que usan la muerte para exaltar la vida.
- Vio el incendio de California en el noticiero ayer? Estaban haciendo justo eso.
- La muerte está siempre a la vista. Todo está a la vista, pero la muerte más. Hay que saber usarla.

7 Comments:

Blogger Boy said...

usted dirá... qué tiene que ver el capítulo dos con el uno? que paso con los gatos?
paciencia en el tres se retoma el tema de lso gatos y en el cuatro se retoma este diálogo...

me pagan por página
Papaf

5:55 AM  
Anonymous Anonymous said...

Tiene razon Mateo, estas posteando (que bien suena!) cosas viejas, postea la vaca (nunca me imagine escribir algo asi).
Perdon muchachos si no explico lo de Chapter 7, sucede que no puedo explicar las cosas que no entiendo muy bien.
Basta de gatos, diganle si a la honestidad femenina...Flor de Abril en Haiti

6:46 AM  
Anonymous Anonymous said...

mateo es un traicionero por que fue idea de él
y en cuanto a flor de abril, le voy a dejar de darde comer a los tiburones a ver que tal te va cruzando el mar enfiestao...

papaf

8:19 PM  
Anonymous Anonymous said...

Que caracter, eh??? Asi te vas a quedar soltero...
No me da miedo lo de los tiburones, porque no se alimentan a flores de abril.

7:28 AM  
Anonymous Anonymous said...

PERO NO ME CIERRES LA CANCHA DE BOCHAS!!!!!!!!!!! POR FAVOOOOOOOOOOOR. Flor

7:52 AM  
Blogger tazelaar said...

que es todo este alboroto? no tengo tiempo ni de leer. cuanto trabajo cuesta poner en condiciones todo, para ponerse a trabajar en otras condiciones que me van a permitir trabajar mas. aparte, mi cabeza siempre encuentra lugar y tiempo para nada. para la. yo pensaba que si te dolia el culo la cabeza ya no. y ahora me duelen las dos cosas.

11:45 AM  
Anonymous Anonymous said...

taze
mandame diccionario, linterna, brújula y traductor

Paf

4:48 PM  

Post a Comment

<< Home