Protegete Vos, Papá
Darle unos martillazos a tres o cuatro clavo para dejar a un
condenado en su cruz fue parte mi
trabajo durante varios años, pero no es lo que más recuerdo de esa época. Yo
era un centurión joven y me interesaban
más otras cosas. Acompañar a recaudadores a villas periféricas más de una vez
me permitió ir río abajo y poner el clavo en una lavandera que se había alejado
algo del grupo. La primera vez fue una bendición de los dioses quienes la
pusieron en un lugar donde no estaba yo buscando nada. Las otras veces ya iba yo
con la intención y la esperanza erecta y volvía de mal humor cuando la
oportunidad no se presentaba. Algunos recaudadores no facilitaban las cosas ya que
de tan cobardes querían su guardia día y noche junto a ellos. Yo me acostumbré
a hacer los sacrificios que mi bolsa permitía para propiciar ese recodo en el río
en que encontraba una mujer, y aunque al principio las pedí dispuestas, con el
tiempo empecé a preferir la mirada asustada y la intención de huir, que hacía
tanto más fuerte el encuentro de sus piernas de venado temeroso con mi lanza de
cazador certero. De aquellos viajes de joven soltero puedo alardear que
contribuí a las arcas del Cesar con grandes tributos que sin mi amenazante
figura los recaudadores no hubiesen obtenido, y de apenas un hijo, que fue
varón. Alguna moneda de plata le entregué al marido de su madre de vez en cuando,
porque veía al niño flaco y chorreando
de su nariz como una vaca enferma. Pero cuando las tropas romanas fueron requeridas
para la guerra contra el bárbaro que se levantaba en Germania, la idea de no
verlo más me tuvo un rato de una noche tratando de entender lo que le deparaban
los astros… y preguntándome si los dioses sabrían que era sangre de mi sangre.
Tras sojuzgar a Wilfredo en la provincia de Germania y
volver a Roma, me sentía un hombre
completo. Mi botín era modesto pero suficiente. El respeto de los ciudadanos de
Roma parecía omnipresente. Ya algunas canas me ayudaban a caminar con orgullo
por las calles que quisiera y entraba a los templos antes que otros, que me franqueaban
el paso. Casé bien y mi mujer me dio dos hijas. Trabé amistad con un par de
entrenadores que manejaban gladiadores y me entretuve (por alguna paga que no
era insignificante) entrenando a los que pisarían la arena del Circo y dejarían allí su sangre
para que otros la pisaran. Fui escolta de un senador, y logré con eso que mis hijas se casaran por
arriba de sus padres.
Una fiebre me sorprendió un día de sacrificios. Vi la sangre
y sentí un viento por dentro. Las piernas, que me habían llevado al oriente y
de allí me habían traído de vuelta, se doblaron como juncos y mi cabeza cayó de
su altura hasta dar con la obscuridad. Cuando un guerrero ve la noche
lejos de la batalla mira hacia el costado negándose a aceptar.
Desperté rodeado, no de muertos ni de
espadas, sino de las miradas de mis
hijas y de una nieta que no conocía, que envuelta en paños decía con los ojos que todo le daba igual. Los
dioses me hicieron creer que solo ella sabía y que ella debía responder, y con
la boca seca me esforcé en preguntarle:
“Dónde está tu tío, mi hijo, Aaron, el de Israel”.
Nadie oyó del todo ni quiso recordar la pregunta del enfermo
o de su enfermedad.
Pero las fuerzas volvieron a mis piernas y a mi voluntad y
una tarde en que, sobre un diván de un lupanar respetado, me dejaba yo
alimentar y recibía mis masajes con aceites de Egipto, llegó la noticia de que
el Circo había traído de Israel un gran grupo de judíos rebeldes de la nueva
secta fanática que adoraban a un Rey de
los judíos, muerto en la cruz y vuelto a
renacer cerca del Monte de los Olivos,
donde yo había pasado años de juventud. Se habló de que allá en Oriente
sabían trucos para resucitar, que eran brujos aún los pobres, aún aquellos que
no eran capaces ni de entender el latín.
Al día siguiente fui al Circo donde preparaban a los gladiadores. Mis
amigos me convidaron vino con resinas griegas. En ese momento de la noche de
bebidas en que la amistad se hace más audaz, les dije que quería ver a los judíos.
Y fuimos en desordenado tropel, con antorchas, por las galerías, pasando leones
y osos y toros dormidos.
El vino me mantuvo en pie. Era una escena triste. Junto al
río una mujer de esas que allí sufrían, era otra cosa, (al sol cuánto más valían, con el olor de su
piel!). Pero eran más los hombres, y entre ellos vi a los hijos de los que
pagaban impuestos a los recaudadores que yo protegía. Y, los dioses me
perdonen, también mi vista encontró, lo que fui a buscar yo, y no quería
encontrar, a un joven que podría ser el Aron que concebí. Mi único varón.
Al día siguiente volví y logré que me lo dieran para
entrenarlo. Pero él no quería aprender. En el poco idioma que recordaba lo
acusé de cobarde. Y él sonrió. Supe que era mi hijo en esa sonrisa, y recordé
el sol sobre el río y la ropa mojada.
Me lo traje a casa a tomar mate y le dije que era un forro irresponsable
que se creía superior. Pero mis palabras no le llegaban. Y por temor a la
muerte estuve dispuesto a todo. Apagué la música y de rodillas le pregunté qué
debía hacer. El ruido de la autopista, apenas a dos cuadras de casa, hizo las
veces de silencio. Y él no habló. Prendí un cigarrillo para darle tiempo. Le
ofrecí uno pero no le interesó. Le ofrecí un whisky. Pero no. Me pregunté cuanto
tiempo nos quedaba, y no supe. Entonces, sin ponerme de rodillas esta vez, le
pedí perdón. Hizo un gesto con la mano para indicar que no era necesario.
Entonces le dije: Me parece que yo lo maté, por los años en que ocurrió, según
dicen. Yo era el que clavaba la gente en las cruces. Y creo recordar a ese que
tenía varios seguidores. Era uno más.
Dicen que mañana salimos a la arena, me dijo. Te puedo
enseñar a defenderte, respondí. De qué? dijo el puto irrespetuoso y perdí la
paciencia: “De la droga, del sida, de los accidentes de autos, de las malas
compañías!” Le grité… “De vos mismo y tu puta indiferencia!”
Por un momento pensé que me había aceptado. Pero después de
una pausa me dijo: protegete vos.
Y cuando vio que se me caían las lágrimas me dijo en un tono
algo más suave:
Protegete vos, Papá.
5 Comments:
Hace un par de meses que estoy dominado por la idea de que mi literatura va a transformarse en un libro de Papel. Pensé, de chico , que mi prime libro iba a salir a los 15 años de edad. Le erré por 45. Pero sigo con el fervor de la adolescencia al respecto. Y eso a derrumbado mi creatividad para escribir cosas nuevas. Mis últimos aportes a la literatura universal son pedorros. Sin embargo hoy siento algo de resurrección. Vine a la compu con la intención de escribir algo diferente: tenía en mente una especie de sol en que cada rayo dijera una cosa de distinto orden... desconectado con los otros rayos, surrealista, diferente. Sin embargo salió esto, que tiene su quiebre, uno sólo, pero vital. Debo admitir que me sorprendió y que ha diferencia de los demás de los últimos tiempos me gustó.
Espero que comenten. No seais malos ni seais gallinas. Beso grande a los fieles seguidores.
releyendo veo que una h se mudó de donde debía estar a donde no era deseada... del verbo haber a la preposición "a"... dos errores de colegio.
Muy bueno, con el brillo creativo de Mat.
Confieso que leí el primer párrafo y me dispuse a enfocar mi atención a alguna otra actividad como contemplar el vacío en que el universo flota o escuchar el pasmoso silencio sobre el cual la música es audible, pero la ventana se desplazó a los comentarios, tan vitales como el post mismo, que hicieron volver mis pasos sobre el texto, pagando la visita por el blog con creces.
Saludos.
Me encantó que Leandro no estuviera muy en desacuerdo con mi entusiasmo. Silvia Bonetti dijo esto cuando se lo mandé por mail: "Está espectacular!, (...) me gustó mucho, como un vino fuerte...gracias por enviarmelo, es borgiano, la cepa humana desdoblada en las eras y las arenas del pensamiento, que aveces destellan un sesgo del origen". Gracias a ambos
Buenísimo, papá. De tus mejores cuentos. Me hizo acordar a "hoy temprano" de Mairal, pero con más centuriones. Lo voy a volver a leer cuando tenga hijos, y estoy seguro de que le voy a encontrar otra vuelta de tuerca. Te quiero.
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