Sunday, May 13, 2007

Colorin Colorado y chau pichu

Capítulo seis





Geranio y yo nos tomamos una segunda cerveza. Ya hablábamos en tono más reposado, como viejos amigos.
- Tiene usted razón.- reflexionó Geranio – No he explicado nada de lo que usted me preguntaba sobre la muerte. Es que no hablo nunca de estas cosas y seguramente en mi cabeza están mezcladas algunas ideas que para los demás están claramente disociadas.
- ¿Por ejemplo?
- No, digo, usted me pregunta de la muerte y yo le hablo de cepillos de dientes.
- ¿Y cómo se asocian esos dos?
- Del todo, del todo claro no lo tengo, como para explicarlo... pero puedo hacer un intento. Es decir, no estoy seguro si puedo porque nunca lo intenté. Veamos... cuando uno se pega un gran susto porque pudo haber muerto en un accidente o algo... ¿qué es lo que le preocupa? ¿Dejar cosas sin hacer? ¿una misión inconclusa? Sin embargo no aprovechamos tanto la vida diaria como para justificar eso. Quiero decir ¿qué hizo la mayoría de la gente en el último año como para que fuese un drama morir el año pasado? Quejarse del trabajo, del país, de la suegra, del tráfico... Miran entre cuatro y ocho horas de televisión diarias, manejan un auto dos o tres horas por día... Dígame usted mismo, Francisco ¿Qué hizo el último año para justificar no haberse muerto?
Lo que realmente pensé en ese momento fue que estaba fascinado con esa conversación y que el refrán polaco con todo lo que significaba reconciliarme con mi infancia eran caminos que no me gustaría abandonar antes de tiempo por una innecesaria muerte. Pero decir eso sonaba a adulación o a declaración excesiva.
- No quisiera tener que defender mi caso.- admití- pero siga con lo del cepillo y la muerte.
- A ver... veamos... La muerte le pone cierta dignidad a las cosas. Este pañuelo por ejemplo, no es un trapo. Fue de mi padre, y aunque yo no me entendiera tan bien con él, por su pañuelo siento algo de veneración. Cómo se explica: La muerte de mi padre de alguna manera sella el destino del pañuelo... lo deja siendo el pañuelo que fue de él. Se hace obvio que el tiempo pasó y que no volverá atrás. La mayoría de la gente usa los velorios y los entierros para entrar en contacto con esta idea. Las visitas a los cementerios, el culto de los muertos... prácticas que en los últimos tiempos se han reemplazado por la televisión, el consumo, la pornografía y otras adicciones.
- ¿Y el cepillo?
- Claro, usted todavía no lo ve... Desde que ocurrió lo del jabón tomé conciencia creciente de que cada cosa, cada acción eran únicas. Una obviedad, nadie lo duda, pero me empezó a pasar. Empecé a ver la muerte en cada cosa o acción, a comprender que el hecho y su muerte son lo mismo: una jugada de ajedrez, un abrir la puerta de la heladera, saludar al encargado del edificio al salir por la mañana, lavar un vaso. Le estoy diciendo casos concretos que me pegaron fuerte. Con el vaso estuve dos horas, parado en la cocina, las manos bajo el chorro de agua, conciente de cada partícula de agua que se iba. Viendo la realidad. Le pido que intente alguna vez estar dos horas sin hacer otra cosa. Si logra diez minutos su visión de la vida va a cambiar.
- ¿Estuvo las dos horas con los ojos abiertos?
- Si. La pregunta es buena. Sí, con los ojos abiertos. La cosa es estar, no irse. Nada mejor que estar.
- Es decir que la frase con la que yo juego se ha hecho parte de su vida: “Don’t just do something, sit there”
- Francisco, esto se dice más fácil de lo que se hace. Yo puedo decirle que vi la luz, no que soy un iluminado. Puedo contarle la maravilla que experimenté, pero acá me ve en mi condición de pasajero.
- ¿Pasajero? Linda palabra. ¿Tiene parentesco con pecador?
- Sí. Quise decir que era uno más, preocupado por el calor y la demora del tren... Y sí , me refería a eso... Me encanta el concepto de pecador del catolicismo que tanto resistí cuando iba al colegio en Argentina. No hay manera de evitar ser pecador, (claro, definiendo el pecado como el dejar de ver la maravilla de la cosa efímera, que hasta ahora es el único dios que reconozco) pero de vez en cuando podemos tocar el cielo.
- ¿Y el cielo está en acompañar la muerte de las pequeñas cosas de la vida?
- Mire usted dice muerte y yo podría reemplazar esa palabra por vida y decir: El cielo está en acompañar la vida de las pequeñas cosas de la vida. Con lo cual no hago más que caer en otra perogrullada: el lenguaje humano es muy limitado para entender el universo.
- Sí. Usted me lo había advertido de entrada. Las verdades que nos pueden iluminar han estado siempre escritas por todas partes. Es el lector el que tiene que hacer su trabajo.
- Y le diré más... Cuando uno va a ver a su equipo, quiere que gane. Lo interesante es que uno en el fondo no quiere que gane fácil. Quiere que gane por lo justo contra un equipo que sea realmente bueno. Uno quiere lo difícil. Y a veces en cuanto lo difícil se hace fácil le perdemos respeto. De allí el éxito de ventas de este universo en el que cada día tenemos que aprender a vivir.
- Ja ja ja, me encantó. Pero digo yo... porque me pasa eso... me sorprendo de lo poco que he progresado en materia de aprender a vivir. La angustia, cuando aparece, es igual de dura que en la infancia. ¿No podría estar yo, a esta altura, negociando aprendizajes de otros niveles...? ¿ no se puede ascender en esta carrera? Por ejemplo los que creen en las reencarnaciones... ¿no dicen que en la siguiente vida están en temas más elevados..?
- Mmm... interesante que usted mencione lo de las reencarnaciones. Pero es un tema del que prefiero no hablar. Lo que puedo decirle es que yo personalmente encuentro que la muerte ayuda a evolucionar. Si uno sabe que las cosas no se van a repetir uno ve.
- ¿Todo el tiempo? Me pareció entender que con la palabra pasajero usted admitía que no se puede ver todo el tiempo, que de a ratos se vuelve a ser uno como cualquiera o como antes.
- Yo puedo, en cualquier momento, tomar conciencia, es decir concentrarme en lo que estoy haciendo o lo que estoy viendo de manera tal que le veo el alma. Se leer. Eso lo puedo hacer en cuanto se me de la gana. Y es siempre placentero. Siempre es como mirar los ojos de esa mujer que le decía, de los pómulos festivos. Siempre puedo leer la respuesta en un hecho cualquiera. Lo que no siempre logro es transformarme en la pregunta que de lugar a esa respuesta.






Capítulo 7






Andrés está parado en el rincón. La lengua le incomoda dentro de la boca. Como los ojos y las manos, se le ha hinchado. A sus espaldas a un metro, el ángulo mismo del vagón donde, en el piso, se apilan algunas decenas de gatos muertos que ha juntado. Él está en una pequeña medialuna libre que hay entre los muertos y los acantilados vivientes que se levantan a menos de dos metros acorralándolo en su rincón. Estas paredes de cuerpos que él enfrenta no son perfectamente verticales. Cada gato es como un granito de arena y como los médanos, estas paredes tienen un declive. Si fueran verticales se desmoronarían. A diferencia de lo que uno suele pensar de los granos de arena, cada uno de estos gatos tiene su personalidad, color, estado de salud, tamaño, peso y humor. Sin embargo la masa se las arregla para tener todo eso en cuenta y dar un resultado final que incluyendo cada uno y todos esos factores, es una sola cosa. Y sobre esa cosa debe pisar Andrés. Busca un punto que le parezca más o menos firme. Va a pisar en mitad de la ladera. Ya no llega con su pie a la parte más alta. Seguramente tendrá que dar dos pasos en la barranca antes de llegar a arriba, ya que lo inestable del apoyo no permitirá una zancada amplia. Quisiera tener bastones... palos, que hubiese alguna cosa además de gatos y él con su vulnerable piel. La otra alternativa es venir con envión, pero eso puede implicar más inestabilidad y descontrol con el consiguiente riesgo.
Apoya por primera vez su pie sobre la masa con intención de pisarlos. Pone parte de su peso sobre esa pisada y descubre dos cosas: una es que la masa es mas blanda de lo esperado. Es decir los gatos están llenos de aire, vísceras y sangre que se desplazan ante su peso. Son menos sólidos y firmes de lo que esperaba. La segunda es que no atacan ni escapan desesperadamente del peso de su cuerpo. Es como si no entendieran qué les está pasando. La primera es mala noticia pero la segunda es buena. Tendrá que aprender a caminar sobre esta masa blandengue, pero aparentemente no hay que temer reacciones desmedidas ni demasiado movimiento de deserción bajo sus pies.
Andrés reconoce que la masa le da miedo y que preferirá una caminata veloz que un proceso lento y cauteloso, como quien prefiere arrancar una cinta adhesiva de una herida con un tirón súbito para no presenciar el dolor hasta que sea irreversible. Se pregunta si podrá tomar carrera desde el rincón y llegar en unas cuantas zancadas rápidas a pegar un salto para alcanzar el borde del agujero por donde entran los gatos. Retrocede para calcular esta posibilidad. Se para en el rincón mismo sobre la pila de gatos muertos. Al afirmarse allí otra idea le hace olvidar el plan: descubre que la pila de muertos es mucho más dura y firme que la de los vivos. En su mente se dispara una claridad como un relámpago. Adquiere una firme y tajante determinación: quiere más muertos. Quiere llenar de muertos el centro del vagón bajo el boquete. Quiere que cuando él llegue en varias zancadas a ese punto bajo el boquete lo reciba una firme plataforma de rigor mortis acumulados que le permita dar un salto al más allá.
Las etapas anteriores de su ánimo, como aceptar que estaba en riesgo de muerte, como dejar de negar la situación por absurda que fuese, como acostumbrarse a que las leyes de este vagón son simples e inexorables, como entender que un plan de escape es el mejor cuando no hay otro... Todas esas ideas se han hundido en su mente como los gatos muertos se hundieron en la masa que lo rodea. Ya no piensa en esas cosas, pero son la base sobre la que se apoyan las demás capas de su mente hasta llegar al tope donde trabaja su conducta superficial.
Y sin dudarlo empieza a pisar los gatos que están accesibles en la fila de abajo. Apoya firmemente el taco de su zapato sobre sus cabezas y larga todo el peso del cuerpo con un estirón final de la pierna que le da más impacto a la descarga, como hacen los cavadores sobre la pala de puntear. El primero que pisa posiblemente estuviera ya muerto porque no reacciona. Otros se agitan frenéticamente en el apuro de sus últimos instantes, pero Andrés no se detiene a mirarlos porque ya está buscando otra cabeza accesible sobre la que apoyar el taco. Los jugos del piso se ponen rojizos. En el rincón la pila crece a buen ritmo. Las etiquetas en los cuellos de los gatos se tiñen y borronean en la sopa de jugos vitales. Algunas nombres de esos propietarios de muertos todavía pueden leerse y recuerdan que afuera hubo otros valores y otras esperanzas.


El rítmico trabajo, el cansancio y la falta de aire dibujan ideas primitivas que se repiten en su mente como letanías. Se siente Robinson Crusoe y se imagina a si mismo caminando por la playa pisando cangrejos. Se ve con barba y sombrero de hojas de banano. Tiene sed.
El cansancio, la sed y la falta de aire no mejorarán. Andrés reconoce que sus limitaciones físicas se suman al riesgo. Puede fracasar por debilidad y el fracaso en este contexto es sinónimo de muerte. Sólo le queda una manera de contrarrestar la disminución irreversible de sus recursos: la tenacidad. Debe reemplazar con perseverancia y una tozudez indeclinable lo que le falte de energía. Debe proponérselo ahora que le queda suficiente lucidez. Grabárselo en cada milímetro de su psiquis para que aún en el caso de perder la cabeza el cuerpo siga luchando solo. La palabra garra parece sintetizar su propósito, y la repite como un mantra cada vez que pisa una cabeza, cada paso que da, cada cuerpo que recoge. Y la repite tozudamente cuando vomita, porque siente un sudor frío y una nausea y se vacía súbitamente a sus pies, sin dejar de repetir “garra” entre un espasmo y otro, sin convicción, pero puntualmente.
La descompostura marca un hito. A partir de ahí está claro que las cosas no van bien. Que la lucha es desfavorable y que se trata de sobrevivir en una situación grave. Sigue pisoteando cabezas y juntando cadáveres. El único plan no debe ser abandonado.





Capítulo 8






- Es curioso- le dije a Geranio – Yo siento que la verdad está cerca, creo que está cerca... y soy yo el que huye. Que siempre estoy planeando dedicarme a la meditación o fantaseando que algún día me retiraré a un lugar donde pueda hacer la vida que hay que hacer... pero es como la zanahoria del burro, se aleja cada vez que doy un paso.
- Y la vida que lleva mientras tanto ¿le gusta?
- Mmm... diría que en ese sentido soy como cualquiera... de a ratos me gusta y de a ratos no.
- Claro... cuando acaba de cambiar el auto está de buen humor- preguntó Geranio con cara de que leía mis pensamientos.
- Je je... Los autos no son mi pasión, pero entiendo lo que quiere decir... cuando me va bien... Puede ser que algo de eso haya... Un mecanismo bastante difundido, incluso entre los creyentes que se acuerdan más de Dios en las situaciones difíciles.
- ¿Pero si supiera que va a morir dentro de un rato, se arrepentiría de no haber hecho algo?
- Mire –dije – es verdad que siempre lo dejo para mañana... pero lo cierto es que no sé bien qué es lo que quisiera hacer. A lo mejor si me enterara de que me voy a morir entendería qué es lo que estoy postergando.
- Acá nuevamente se puede aplicar la idea de invertir el sentido de la frase.- murmuró pensativo Geranio
- ¿De qué forma? –pregunté
- Lo de mañana es una ilusión muy difundida. Fíjese, hablando de proverbios, que hasta el saber popular habla mucho del mañana, con aquello de no dejar para mañana lo que se puede hacer hoy. O eso de que mañana nunca llega. Pero yo diría que hay que usar la tendencia para bien.
- ¿Cómo sería eso? ¿La vacuna de nuevo?- pregunté yo.
- Claro... Cuando yo estudiaba en Buenos Aires tenía un compañero nisei, es decir, hijo de japoneses. Yo era muy buen estudiante y él también y preparábamos las materias juntos. Pero cuando se acercaba un examen a veces me ponía tan ansioso que me paralizaba. Hasta que un día... Su padre era masajista y acupunturista, pero no hablaba español. Nunca le había oído una palabra. Me saludaba con muchos cabezazos y sonrisas, pero tenía el don de desaparecer sin irse. Parecía que no estaba. Casi siempre estudiábamos en el ambiente donde él permanecía sentado leyendo o haciendo nada pero para nosotros prácticamente inexistente. Una tarde, varios días antes de un examen, yo estaba como loco. Al punto que propuse que dejáramos de estudiar y siguiéramos al día siguiente. “Estudiemos mañana, cuando no esté tan nervioso...” repetía yo, o “esto lo voy a ver mañana”. Hasta que de golpe se oyó una voz. Era el padre, cuya presencia había yo olvidado. Sólo dijo dos palabras. Con un timbre de voz que nunca había oído y nunca olvidaré. Dijo clara y secamente: Nervioso...¡ mañana!- Geranio se quedó callado como si estuviera viendo la escena.
- Ahá...
- Nervioso.... mañana.- repitió sonriendo. Pronunciaba con acento japonés.





Capítulo 9 *






Andrés piensa que a algunos milímetros de distancia, tras esa pared metálica, está el mundo real. Inalterado, sereno y soleado... como hace dos o tres horas. Esa proximidad parece decir que hay una solución posible. Que es imposible y absurdo que no haya una solución. Entonces se concentra sobre el plan. Mira lo que ha podido juntar en el rincón. Calcula cuanto le falta. Se pregunta cómo quedarán apilados en el centro bajo el boquete. Piensa cuál será el mejor momento para empezar a lanzarlos. Y si después podrá llegar abriendo las aguas como Moisés o deberá caminar sobre ellas como Jesús. De pronto tiene una visión clara de un hombre que levanta un pie sobre la borda para seguir a Jesús sobre las aguas. La, escena es muy vívida. Se sienten la madera caliente y mojada de la embarcación y los olores de fibras tejidas y pescado rancio. El pie del hombre se ve claramente. Como todos, este es un pie diferente a los demás. Eso prueba que la imagen es real. No es un pie que Andrés recuerde sino uno que está viendo. Crujen los maderos con las ondas del mar que suben y bajan la embarcación. Pero en el aire hay un mensaje claro que es la esencia de la situación: el hombre duda. El hombre se hundirá. La belleza de su barba, el brillo del sudor en sus hombros, el color de las velas, las pinceladas sonoras que aportan las gaviotas... toda esa impactante estética no alcanzará para que haya otro milagro: ese pie se hundirá en el agua. La brisa de ese momento eriza la piel de Andrés. La fe está corriendo un velo. Para casos extremos, situaciones límite como esta, había una reserva de fe escondida capaz de redoblar su energía y determinación o de ayudarle a recibir el fracaso con aceptación. Una infinidad de historias e imágenes sobre Cristo que Andrés ha recibido con poco interés a lo largo de su vida y archivado con descuido pueden ahora ser la materia prima de una fe apasionada. Hay un hombre a punto de pisar en el agua como hizo Cristo, para ir hacia El. Bastaría la fe para que lo logre. Es una idea tan dulce que Andrés siente un impulso de entregarse, pero algo le suena a engaño. A facilismo. No hubiese sido necesario que crujieran los cráneos uno tras otro, de esos gatos que se apilan en el rincón. Ve una vez más al pescador preparándose a caminar sobre las aguas. Y esta vez entiende que lo han sugestionado y metido en un delirio. “¡No te bajes!”, murmura Andrés, “el milagro es el bote... No te bajes.” El pescador parece oír las palabras y su imagen se evapora como un espejismo. En el aire resuena una sentencia: “Hombre de poca fe”.
Andrés ve los gatos nuevamente entre los jirones del sueño que se desvanece. Desde el servicio militar que no dormía de pie.
Andrés vuelve a pisar cabezas. Garra, se dice, garra. Este es mi mar. Y si me tocara aquel izaría las velas para que las hinchase el viento. Y le ofrecería al que camina sobre el agua llevarlo de vuelta a la orilla. Que no insulte mi milenaria mar con ilusiones. Cada una de sus gotas es cosmos y fue la explosión del origen así que sabe qué hacer. Gracias a dios. Porque esta es mi sangre. Sangre de los gatos y las gotas que saben qué hacer. Garra, garra de la nueva y eterna. Por los siglos de los siglos, ahora y en la hora de la muerte, bendito tu eres entre todos los felinos.
El Papa apoya sus manos sobre la cabeza de Andrés, lo bautiza con agua hirviendo. El se friega desesperado porque duele mucho. Encuentra sangre en sus manos y entiende que se ha quedado dormido nuevamente. Un gato (o quizá dos) se le ha trepado a la cabeza. En su frente un arañazo franco y profundo baja hasta la nariz, ensangrentado. Otro más corto baja de su cien a la quijada. Y ocultos en el cuero cabelludo hay más dolor y sangre.
El dolor lo despierta. Se da cuenta de que no puede estar todo el tiempo lúcido. Seguramente por la falta de aire. Las nauseas vuelven cada tanto. Y los gatos siguen llegando. Un diagnóstico conservador de la situación concluiría que, si no se salva inmediatamente, las probabilidades de hacerlo más tarde son cercanas a cero. Llegó la hora de irse, Andrés, se oye decir.







Capítulo 10*






Acabadas las dos cervezas nos pedimos unos whiskys que parecían más apropiados para seguir la charla.

- Interesante que usted asociara con pecador la palabra pasajero. Cuando yo le dije que era un pasajero quise decir que todavía participo de esta bizarra institución de irse a otra parte, y llevar el propio cuerpo, que está tan difundida.- dijo Geranio y miró por la ventana como si allí terminara el tema. Como si sólo hubieses necesitado sacar esa sobra del plato para ponerlo a lavar.
- Cierto – dije yo- Cierto que está difundida. Impresionante como en este país la gente gana grandes sueldos para comprar grandes autos y hacer grandes distancias a sus trabajos. Y mientras no están viajando, o trabajando para pagar la nafta, pierden la gravedad como los astronautas así que tienen que agarrarse de sus televisores para no ser succionados por el vacío cósmico.
- ¡Epa!- dijo Geranio volviendo la vista hacia mí.- Usted bien podría ser crítico de arte...
- ¿Por qué?
- Porque es capaz decir algo incomprensible, aparentemente coherente y hacernos creer que tiene algo que ver con el tema.
- Ah... no entendió y se burla de mí..- me reí con una mirada que insinuaba que mi venganza vendría oportunamente.
- No, sí entendí. Admito lo de la burla, sin embargo... Creo que hablamos de cosas diferentes... ¿Usted sabe lo que es escapar para acá?
- Prefiero que me explique. No quisiera tratar de adivinar.
- La idea se parece a su asunto de “no te limites a hacer algo... quédate sentado”
- Ahá
- Si, ahá. Es, al igual que esa, la simple inversión del sentido de una frase.
- Explíqueme más...- dije
- Mire, si usted se para exactamente en el Polo Sur, el primer paso que dé será inevitablemente hacia el Norte.
- O al este, o al oeste... -objeté
- No, todas las rectas que salen del norte van al sur, el segundo paso podrá ser hacia el este.
- Ahá, claro, es cierto. – tuve que admitir
- Si usted huye, si se escapa, está implícita en su acción la idea de ir hacia otra parte.
- Comprendo.
- Bueno, con la frase “escapar hacia acá” se crea una nueva dimensión. Un espacio al que se puede ir sin alejarse de donde uno está... –dijo Geranio mirándome atentamente a ver si entendía.
- Maravilloso. Más o menos como el tipo que inventó los decimales y fabricó infinitos espacios para nuevos números entre, por ejemplo, el uno y el dos que hasta entonces estaban pegados.
- Es precisamente eso pero para uno mismo.- dijo Geranio.- Un espacio propio a salvo de todo.
- No me estará usted por estafar vendiéndome ahora un terreno en un lugar que no existe?
- ¿Qué mejor que poder entrar /a un lugar que no existe? No hace falta auto, ni trabajo ni nafta.
- ¿Qué garantía tengo que no me está enchufando a un nuevo Dios?
- Dios no anda en estos negocios terrenos... jeje.
- Fuera de joda... usted me está hablando de algo que... digamos ¿usted me está hablando en serio?
- Si.
- ¿Si?
- No creo que la seriedad sea necesaria en esto, pero sin duda le estoy hablando del tema más importante que conozco.- dijo Geranio
- Escapar para acá.- repetí yo para confirmar que eso era lo más importante del mundo para Geranio.
- Hombre, todo el mundo escapa. El secreto está en hacerlo...- buscó varias otras maneras de decirlo. Sus labios empezaron a formar alguna letra para empezar una palabra pero ninguna lo convencía del todo y las abandonaba... al final se resignó - para acá- dijo








Capítulo 11







Llegó la hora de irse, Andrés, se dice de nuevo a sí mismo Andrés mirando su colección de gatos muertos. Agarra uno y lo lanza al medio. Justo a donde siguen aterrizando los que llegan de la realidad. Allí desaparece entre los vivos como si nunca hubiese existido. Pero ya la marea está tan alta que él no alcanza a ver muy bien donde aterrizan. Tratará de tirar todos justo allí, para que armen una plataforma desde donde él pueda saltar a agarrarse del borde. Pero sus ojos están algo turbios y los párpados que no se abren del todo por la hinchazón hacen mal el trabajo de limpiar la mirada. Con suerte esa zona ya tendrá unos cuantos muertos propios que aportarán su volumen. A esta altura las capas de abajo están soportando mucha presión y cuentan con casi nada de aire. Especialmente allí en el medio. Los que Andrés estuvo matando, aunque ubicados abajo no estaban asfixiados porque eran periféricos y no soportaban tanto peso ni estaban tan privados de oxígeno. Allá en el medio quizá todos los de abajo estén asfixiados. Animado por esta esperanza Andrés lanza manojos de tres o cuatro gatos uno tras otro. La intensificación de la lluvia de cuerpos en el centro del vagón promueve migraciones y revueltas. El rincón de Andrés se ve amenazado y en dos ocasiones vuelve a ser atacado por un emigrante enloquecido: en la segunda, Andrés recibe la primera mordedura. Es muy dolorosa porque es en un nudillo de la mano izquierda. Andrés sacó la mano de un tirón y agravó con eso el desgarro. Después de la mordedura volvió a vomitar y los gatos viéndolo doblado se le trepaban uno tras otro, y aunque no lo mordieron se afirmaban en su espalda con las garras, dejando tajos considerables. Así es el mar, no le importa que estés vomitando, piensa Andrés y se dice en voz alta con la rara voz que produce su boca hinchada: Garra, que falta poco, mientras vuelve a la tarea de arrojar cientos de gatos muertos al centro del vagón. Para hacerlo avanza y extiende un poco más su claro del rincón hacia el centro . Si logra mantener ese pasillo despejado, será la pista de despegue sobre la que corra para subir a la plataforma y saltar. Aunque mojado, el suelo áspero del vagón proporciona un buen agarre.
En el lugar donde constantemente arroja cuerpos y donde al mismo tiempo llegan los inocentes novatos desde arriba se hace un hueco de un metro de diámetro porque los vivos huyen de los impactos. Una especie de embudo como el cráter de un volcán o las nubes de un ciclón en foto satelital. Andrés quiere que su pasillo se conecte con ese cráter. Cuando haya descargado todos los cuerpos no le importará que se cierre la marea a sus espaldas en el rincón, pero a cambio quiere acceso para su pasillo a la depresión producida por la caída de los muertos. Sus suposiciones se confirman y al avanzar encuentra que las capas inferiores están muy atontadas o muertas. Para abrirse paso pisa la cabeza de todo lo que no se mueve por sus propios medios y lo suma a la plataforma. Con este progreso su ánimo mejora y siente menos nauseas. Posiblemente porque cerca del boquete haya más aire. Empieza a sentirse realmente optimista cuando ve que los muertos asoman por arriba de la superficie de los vivos en la depresión. En el punto más alto de la parte hundida parece haber ya casi un metro de cuerpos endurecidos. Una posibilidad cierta de escapar empieza a vislumbrarse.
De pronto parece fácil. Andrés se pregunta si no fue siempre fácil y él exageró todo en un absurdo ataque de pánico. Se pregunta cuántas muertes serán como esta, eludibles, tontas, fáciles de evitar. Y si se salva de esta, ¿cuál le resultará inevitable? ¿Un virus de neumonía que esté al acecho en un hospital esperando a alguien con las defensas bajas? ¿un cáncer provocado por una tremenda desilusión para evitar la cual hubiese bastado con no ilusionarse? ¿un descuido ante un colectivo manejado por un hombre al que su padre le pegaba cuando era niño? ¿la adicción al alcohol avanzando guarnecida cada día en una postergación diferente? ¿Un asaltante armado? Andrés no encuentra una que valga la pena más que esta. Y es una lástima que una situación tan alucinante se diluya antes de ser muerte. A Andrés le duele algo espiritual cuando imagina a su jefe refiriéndose a lo ocurrido: un percance, una pérdida de tiempo, un desperfecto, una complicación. Cualquier definición que no incluya la muerte es intrascendente, desleal, irrespetuosa, pornográfica. La muerte que le ha mostrado el rostro en este vagón es una novia que no le conviene, pero que le ha clavado una flecha. No soporta que se hable mal de ella y en secreto fantasea llegar hasta el fin entre la suavidad de sus piernas.
Despreciarla, no llevarla a su culminación es un derroche irredimible y la transforma en alguna cosa baja que no debió ser.






Capítulo 12







Geranio iba a bajar una estación antes que yo, y yo estaba conciente de que no faltaba mucho. Me preguntaba cómo sería la despedida. Que fuéramos argentinos lejos de casa nos autorizaba a un grado de familiaridad superior, pero yo había alcanzado, en el diálogo con él, estados emocionales que sería difícil manifestar en la despedida. Pensé en esos personajes de Borges que “empiezan por omitir la confidencia y terminan por evitar el diálogo”...Yo no era de esos. La conversación con él había removido cosas vitales en mi interior. Pero a mi edad ya había una conciencia de que la vida continúa inmutable, no importa cuánto se apasione uno, y que a la larga todos seguiremos su ejemplo de inmutabilidad. En esos pensamientos estaba cuando Geranio se paró para bajar su valija y su sobretodo. El epílogo acababa de iniciarse claramente.
Cuando yo era chico mi padre me ofreció una recompensa por aprenderme de memoria un monólogo de Shakespeare titulado “To thine own self be true”. Era una serie de consejos que Polonio le daba a su hijo que partía hacia Francia. A mi padre le gustaba mucho ese monólogo y pensó que sería útil par mi saberlo de memoria, de allí la recompensa. Entre los primeros consejos estaba no prestarle lengua a los pensamientos ni acción a ideas desproporcionadas. Cuando deliberadamente llevo a cabo un acto desproporcionado paso previamente por unos instantes de pensar en mi padre. Siempre pienso más o menos la misma secuencia de ideas. Que él entendería que ésta es una ocasión ideal para romper la regla. Que seguramente el evolucionó, que no es dogmático. Y que sería un error dejarlo fijado en una idea por el simple hecho de haber muerto. Como muchos hacen con el dogma, o con sus respectivos dioses y profetas, yo encontraba la manera de ser desproporcionado en mis actos con la aprobación de mi padre y aprovechar el debate previo para sentirme más amigo de él.
Geranio había vuelto al asiento. Empecé por transgredir aquello de no dar lengua a los pensamientos y le conté literalmente lo que estaba pensando sobre nuestra despedida, Shakespeare y mi padre. Me miraba con interés. Creo que quería saber cual era el acto desproporcionado con que planeaba despedirme de él. Y, hombre astuto, sabía que lo mejor que podía hacer era permanecer callado para que yo le contara. Pero el tren ya empezaba a disminuir la velocidad y ambos nos dimos cuenta de que quedaban pocos segundos de charla. Nos paramos. Lo abracé como a un hijo y le dije:
- Conocerte me ayudó a desconocerme. Has abierto un tajo en mi vida. El misterio está por todos lados, ahora, y las cosas (¡qué bueno!) tienen menos sentido y más intensidad. Eso te trasforma en una especie de pariente. Estés donde estés, si me necesitás llamame. Estoy para lo que sea. Incondicional.- Miró al cielo raso del tren con un soplido leve, como si de todas las cosas que podría haber dicho yo, hubiese acertado en una que generaba consecuencias complicadas.
Dijo gracias, muchas gracias. Y después lo repitió mientras iniciaba su camino hacia la puerta con su valija. La dejó en un maletero junto a la salida y volvió a sentarse a mi lado. El tren paró y arrancó de nuevo.
- Me bajo en la otra – dijo al sentarse.
- Me bajo en la otra – dijo de nuevo, serio. Casi parecía enojado. Tenía mi tarjeta en la mano y la deslizaba de canto sobre su falda pensativamente como si estuviese afeitando sus pantalones con ella.
- Me alegro- contesté por llenar el incómodo silencio. Pero él pareció no oírme y siguió hablando.
- Lo que me dijo recién es importante para mí. No es algo que pase seguido. Yo he hecho esto solo. Digamos, estas experiencias. Estas ideas. La forma que usted escuchó me llevó a contarlas. Nunca nadie me escuchó así ni me dijo eso. Ha sido algo especial. Y adivino que a alguna gente no le pasa algo así en toda la vida. Me hace sentir que estoy entrando en otra etapa...- hizo una pausa y arrancó de nuevo como pudo. Parecía tener demasiadas ideas en la cabeza.- Le voy a devolver su tarjeta y no lo llamaré nunca. Pero le quedo muy agradecido y lo recordaré siempre. Es más, usted va a reemplazar al líder indígena.
- ¿En qué sentido? ¿Su padre no ha muerto hace poco?
- El fue mi padre durante algunos años. Todo un personaje... yo lo adopté como padre para mi segunda vida. No fue mala idea elegir un tipo con el que discrepaba en montones de cosas.
- No sé si entiendo.
- Yo decidí hace un tiempo que no hacía falta esperar para reencarnar. Tuve una experiencia previa al jabón que me conectó con la muerte de una manera sublime y si bien no morí, quise beneficiarme con todas sus consecuencias. Principalmente su belleza. Fue como lo del jabón pero aún más poderoso. Lo del jabón fue una segunda etapa de evolución. La primera fue más arrolladora. Nunca se lo he contado a nadie. Pero creo que ha llegado el momento de volver a empezar otra vida... Con lo que sé de usted construiré el personaje de mi nuevo padre... y no nos veremos más... así que le contaré aquel hecho. ¿dispone usted de un rato?-
- Por supuesto- dije sin dudar
El hizo una pausa y el ruido del tren pasó a primer plano. Digeridos por el tibio aire de la noche llegaban a mis oídos los veloces impactos de las ruedas metálicas y las vías, la fiesta de engranajes y motores, el temblor de asientos y ventanas, las voces apagadas de la gente, y el roce del viento contra todas las formas. Intuí que esa maravillosa combinación de sonidos era una respuesta, y que poco a poco yo aprendería a ser la pregunta adecuada.
- Bueno, le cuento... – comenzó Geranio. Me miró a los ojos - En mi primera vida yo estudié sistemas. Vivía en Buenos Aires y trabajaba en robótica para el ferrocarril. Me llamaba Andrés...



fin

3 Comments:

Blogger Boy said...

bueno ... mandé el resto pa sacarmelo de encima

hagan lo que puedan

4:50 PM  
Blogger tazelaar said...

pi...pi....piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

12:33 PM  
Anonymous Anonymous said...

cri cri... cri cri... cri cri...

9:19 PM  

Post a Comment

<< Home