Monday, May 17, 2010

You don't really need it. (2)

El Bastón de Hatsun Sacha.


A fines de los ochenta hice mi primer viaje a Ecuador.
La idea era capacitarme en la fundación Altura para poder, después, enseñar management a los líderes de organizaciones ambientalistas, como parte de mi trabajo voluntario en otra fundación de Buenos Aires.
Para ello tenía una larga agenda de entrevistas con muchos de los funcionarios de esta ONG quienes me enseñarían como la manejaban. Cuando estuvo listo el acuerdo de todo lo que yo haría y las fechas, mandé un fax confirmando que iba para allá, y (típico de mi optimismo e irresponsabilidad de aquella época) fui sin verificar que el fax hubiese llegado.
De hecho el fax fue a un número viejo y nadie lo recibió. Y yo llegué al aeropuerto de Quito y nadie me recibió. Me fui al hotel y tampoco había nadie para mí. Ni mensajes.
Me habían dicho que tuviera mucho cuidado con la altura, que no hiciese esfuerzos, no subiera escaleras, no comiera pesado. Asique me metí en mi cuarto y medité, cosa que no era frecuente en mí, repitiendo un mantra que me habían enseñado unos cuantos años antes en una ceremonia de iniciación budista. Sabía que ya llegarían a buscarme y tenía que llenar el tiempo con algo. Terminada la meditación me di un largo baño y después comí un almuerzo liviano tratando de alargar lo más posible cada cosa que hacía porque no tenía ninguna otra actividad en qué ocuparme. Esa lentitud era absolutamente nueva para mí, un emprendedor publicitario cuentapropista que tomaba tres grandes tazas de café a lo largo de cada mañana y vivía, acelerado, tratando de conquistar clientes y de presentar campañas publicitarias siempre urgentes. En Quito, en cambio, tenía la absoluta certeza de no conocer a nadie. No había nada que pudiera involucrarme. Nadie tenía nada que decirme. Nadie me necesitaba... ni sabía que yo existía. Y el tiempo pasaba sin que eso cambiara en lo más mínimo.
Al segundo día salí a caminar y mirando el enorme valle cubierto de techos desde un balcón natural entablé diálogo con otro ser inexistente. Un hombre de enorme barba negra y pelo largo con capucha y sotana que hablaba mal inglés y nada de castellano. Había ido a Quito a un encuentro de curas ortodoxos griegos. De qué podemos haber hablado? Ese y yo.
Cuando volví al hotel y comprobé una vez más que no había mensajes decidí entrar en acción. Llamé, una vez más, a pesar de que era domingo, al número que tenía de la Fundación Altura. Para mi gran sorpresa una voz ronca dijo: "Seguridad" Era el sereno de la fundación. El wachimán como les dicen en Quito. Y cuando le expliqué mi situación se limitó a informarme que hasta el martes no parecería nadie por que el lunes era feriado.
Al tercer día tomé un tour de la ciudad. Cuando miramos una ciudad pasa algo que depende tanto de la persona como de la ciudad. Yo nunca lo había pensado. Pero es así: sujeto y objeto. Y el sujeto en que me había convertido yo, después de dos días de no existir, era varias veces más sensible a la realidad que el que tomaba tres tasas de café negro por día. La imagen que me viene a la mente es de un agua turbulenta y barrosa de un río agitado que es vertida en un botellón de cristal donde se la deja reposar y se decanta y se pone tan transparente que es casi luminosa.
Con esa mirada vi Quito. Vi a los hombres y mujeres de Quito. Vi el fenómeno humano … Vi la diversidad étnica empujando contra sus pieles en un impulso milenario creador de formas en pómulos, narices, espaldas curvas y piernas combas. Manos arrugadas y voces huecas y secas. En colores y cantos. En abrazos y humedades. En obras de adobe y de textil. En el olor a pis de los rincones y el sabor instantáneo del ceviche. Vi el poder de las iglesias, las calles gastadas, los perros sucios, los niños callados. Cada tanto miré al cielo atrapado entre volcanes. Y vi escalones por todos lados. Y vendedores de cualquier cosa y gente sin hacer nada. Y vi las miradas del turismo y sus camisas floreadas tras sus cámaras compradas.
Sin hablar. Porque se me había dormido la boca de mirar. Y porque de pura transparencia me había quedado sin nada que decir.
Al volver al hotel me di cuenta de que estaba enamorado. No me quedó otra que entender que el amor no necesita objeto. Cuando me senté, fue obvio, se sentó un enamorado. Y cuando sonó el teléfono fue la mano del enamorado que levantó el auricular y a todas luces se notó que era un enamorado el que dijo hola.
La que llamaba era una bióloga: Rosario Albaúl. Se había enterado por el wachimán de que yo había llegado. Lamentaba muchísimo el malentendido y se ofrecía a llevarme al bosque protector Pasochoa al día siguiente. Esa era una de las actividades previstas en mi agenda para el jueves pero dado que el lunes era feriado ella podía adelantarla.
No quiero aburrirme contando la actitud de un enamorado mirando un bosque protector (que lo que hace es evitar la erosión de la ladera y suministrar agua ya que la contiene y la libera lentamente) asique voy a ir directamente al momento en que la bióloga, al final del paseo, me contó que el sábado siguiente partiría con 20 estudiantes universitarios de biología y un profesor, todos estadounidenses, a la selva. A una reserva llamada Hatsun Sacha. No sé que cara puse pero sé que ella me dijo " Bueno, si querés podés venir." era un sueño hecho realidad. La selva. Yo nunca había estado en una selva en mi vida. Una selva de verdad.
Que te digan que podés provoca un aprendizaje menos sutil, menos sabio y refinado, que sentir durante tres días que no existís, pero más fálico.
Fue un viaje intenso, desmedido, y signado por el hecho de que encontré allí el bastón que había estado buscando desde chico.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

¿Yyyyyyyy...???
Buenísimo, seguí.
Silvia
Este post habla más de dios que todos los otros.

7:35 AM  
Blogger Mundo en Flor said...

En éste me siento una idiota!!!! Yo balbuceo y el tipo da vuelta la historia, adjetiva, describe...Palabras mayores!!!! Me voy a suicidar y vengo.

8:28 AM  

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