Sunday, May 16, 2010

You don't realy need it.

Me escribió Jane, hace un mes.

Una carta de papel que tardó más de diez días en llegar.

Desde la cárcel. Está presa en el Norte de California, a cuarenta y cinco minutos de auto de su fantástica casa sobre los acantilados donde se aparean las focas (o los elefantes marinos, no me acuerdo bien).

Es un buen capítulo para su vida. Hacía rato que no pasaba nada y en alguna parte de los comandos generales del universo debe haber sonado una alarma. La vida de Jane no podía terminar totalmente aburguesada.

Nos conocimos en el Monte Vista Highschool de Danville, Cerca de San Francisco. Ella era gorda y no muy linda pero tenía una personalidad fascinante, escribía poesía y a los diez y siete años declaraba haber intentado suicidarse más de una vez. Yo era un estudiante argentino de intercambio, proveniente de un colegio de todos varones, que aterrizaba en un highschool con setecientas chicas de entre catorce y dieciocho. En esos seis meses tuve muchas novias y cosas parecidas, pero Jane, sin ser novia ni cosa parecida, fue la más importante de todas. Estaba en mi clase de arte, en la que la profesora nos daba mucha libertad y el colegio proveía de todo tipo de materiales de dibujo, pintura, papeles, telas, cerámica y demás. Recuerdo que ella, una vez, construyó una caja y la forró con fotos de manos. Eran fotos en blanco y negro sacadas de avisos de diarios. Esa ensalada gris de manos ciegas, recubriendo una especie de pequeño ataúd, tenía un aspecto sorprendente. Sin duda era algo diferente a la suma aritmética de caja y manos.

Me la dio. Yo le había despertado un metejón instantáneo con mis frases surrealistas, mi acento extranjero, mi actitud de latino y mis sweaters suavecitos (lo de los sweaters es la única causa confirmada ya que me lo dijo ella). Así que me regaló la caja ni bien la terminó. La tomé en mis manos. La miré. Pregunté si era mía y si podía hacer lo que yo quisiera con ella y ni bien asintió con la cabeza la destruí a puñaladas con una tijera. Pagaría por volver a ver la expresión de su cara. Lo primero fue dolor, que reprimió como pudo para que no asomara en su cara, pero después, de inmediato, le encontró una explicación genial a mi conducta y se sintió orgullosa de ser ella la protagonista de esa situación y de entender. Entonces el chispazo de odio que había aflorado en sus ojos se transformó en sonrisa, también reprimida, porque a un son of a bitch que rompe el regalo tampoco le vas a festejar el chiste.

En cuanto me contó por qué estaba presa recordé esa anécdota. La conexión no es obvia pero al terminar la carta me encontré con una posdata que decía: Vos sabías que no necesitabas realmente la caja. Todo esto que me está pasando debe ser culpa tuya.

Esa posdata me hizo reír en voz alta pero antes de terminar de reír estaba llorando. Creo que vale la pena vivir para recibir esas estocadas. Habían pasado treinta y ocho años desde aquella tarde, y nunca la habíamos mencionado. Me da un poco avergüenza contarlo porque parece inventado.

Terminado el colegio Jane se vino a visitarme a Buenos Aires. Tenía casi veinte, un año y medio después de que nos conociéramos. Lo interesante es que se vino por tierra. Estamos hablando de hace treinta y cinco años... principios de la década de los setenta. Desde San Francisco a Buenos Aires por tierra, una rubia de diecinueve que no hablaba castellano. Apenas recuerdo un par de cosas de su viaje. Que encontró una rata ahogada en el inodoro de su hotel en Honduras, que un militar brasilero la hizo arrestar porque ella salió en defensa de unos artesanos a quienes el milico les pagaba de menos y que traía para mí "uno de esos sweaters suavecitos que te gustan a vos" en una valija que le robaron. Cuando leía su carta pensé que iba a mencionar el sweater, pero se ve que no lo tiene tan presente como yo. A pesar de que le dije una vez que, de todos los sweater del mundo, ese siempre ha sido el que más he recordado y quizás el que más quiero. (Recién ahora e me ocurre pensar que ni sé de qué color era). Cada vez que pienso en ese sweater pienso en el bastón de Hatsun Sacha. He contado la historia de ese bastón un par de veces y nadie pareció valorarla. Por qué será que sigo pensando que es un gran cuento?

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Fantástico. Amor y sordidez.
Silvia

5:42 AM  
Anonymous Anonymous said...

Que suerte que reapareciste Silvia...
me preguntaba por vos...
cómo va todo?
boy

1:26 PM  
Anonymous Anonymous said...

Va bien...
siempre veo tu blog, solo que no quise entrar en las cuestiones de dios. Me enseñaron de chiquita a no polemizar sobre política ni religión.
Por suerte has vuelto a contar el pasado en forma literaria. Te sale muy bien. Beso
Sil

1:54 PM  
Anonymous Anonymous said...

el antrior de pis tacho no era de dios

5:43 PM  
Blogger Mundo en Flor said...

Genial, como casi siempre.

8:26 AM  

Post a Comment

<< Home