Sunday, May 30, 2010

You don't really need it (6)

Es Atea Para Que Dios Venga a Buscarla .


Nunca me resultó fácil entender precisamente qué motivaba a Jane. Creo que no conozco a otra persona que hubiese reaccionado de aquella forma cuando destruí la caja de las manos que me acababa de regalar. ¿Quién otra hubiese renunciado al trabajo sin darle al jefe una oportunidad de pedirle perdón y ofrecerle el oro y el moro para que se quedara? ¿Qué motivaba su empeño en la cruzada del “You don’t really need it”? Es difícil de explicar.
Su cuñada Carmel (casada con su hermano menor, Olaf), tras algunas cervezas, esbozó su teoría en una charla que tuvimos por teléfono. Dijo que el recuerdo de su padre, comunista, anarquista y difunto, había sido para Jane, una contradicción subyacente, como una espina en su espíritu, durante su carrera en la industria cinematográfica. El conflicto de su salida del estudio la había enojado con el sistema y al mismo tiempo la había colocado en el puesto del peón al servicio de la ideología capitalista: vendedora de electrodomésticos, portaestandarte de la sociedad de consumo. Al principio Jane lo había aceptado como una ironía, con ese gusto suyo por los contrastes absurdos. Pero, según su cuñada, eventualmente tenía que aparecer la oportunidad de dejar actuar el mandato izquierdista paterno. No es casual que ella viera en el polaco a la imagen de su padre.
La teoría no estaba mal pensada. Solo me pareció que la impulsaba ese resabio de celos de la cuñada, que a pesar de respetar y querer a Jane, siempre la vio como la hermana adorada por su marido, con la cual, en el corazón de Olaf, era imposible competir. No digo que Carmel la estuviese criticando, pero interpretar a alguien da siempre una sensación de superioridad que en ese caso parecía una pequeña revancha largamente esp erada.
Yo tengo otra teoría. Que no contradice a esta pero pone énfasis en otros puntos. Para mí, Jane es atea para que Dios la venga a buscar. Qué quiero decir con eso… No es que no quisiera ver a su jefe pidiéndole perdón, arrepentido, cuando abandonó el estudio... es que no quería que ese placer acabara. No quería que la potencia se transformara en acto. El sufrimiento de su jefe quedó congelado para siempre cual mamut en un glaciar. Y ella lleva esa noción en su pecho, como un relicario. Equivale a no querer gastarse la plata para que siga teniendo intacto su mágico poder de satisfacer deseos. Este patrón de conducta hace que Jane no acepte con facilidad la adulación. Cualquier felicitación humana es prematura. Para Jane, sólo si alguien sufre enormemente o muere por una causa ha puesto su moneda en la alcancía de esa causa. Mi sacrificio de su caja de manos fue una estocada de amor en su corazón. Yo la hice inmortal. Si no sacrificábamos esa caja en 1971, hubiera muerto de vieja en algún estante o aplastada por una pila de otras “cosas para tirar” en alguna mudanza o limpieza profunda. La caja, el sweater, el bastón, los electrodomésticos del polaco, la juguera de Mario Baracus, las disculpas del jefe, el amor expresado en “Espejo Roto”… fueron todas muertes prematuras que en su alarido de dolor fijaban un precio. La carrera de Jane en el cine tuvo indicadores de que la querían: el sueldo que le pagaban, la recaudación que indicaba el éxito de sus producciones, el raiting de sus series… pero eran precios de mercado. Transacciones estándar. Gotas de agua en el océano del sistema. Olas, quizá, pero agua en el agua.
El instante en que la vieja sonrió al despedirse, sin mencionar siquiera que no llevaría la juguera que había pedido en primera instancia, eso no era agua en el agua. Eso era una adulación que requería un sacrificio. Implicaba arrancar una porción del mapa del sistema y dejar el agujero. Creo que si damos a elegir a Jane entre dos millones de personas más viendo su serie en la cadena televisiva o la sonrisa de esa vieja al despedirse, elije esta última. La matemáticas no funciona. Los números han muerto. Se tambalea el sistema. La China tiembla.

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