Asadito
Se vino para acá, tambaleado desde su damajuana de vino, con una
cicatriz al costado de la boca y un cuchillo de asado en la mano.
Uno de sus amigos me había pedido, cinco o diez minutos antes,
que le compartiésemos la carne porque eran
de no sé qué sindicato, y yo les había dicho que teníamos lo justo.
Mis hijos estaban a buena distancia, jugando en el arenero,
un poco más lejos del río, miré para
atrás y vi a mi mujer hablando con su amiga y pensé que tal vez yo muriera sin
despedirme y sin hablar algunas cosas que teníamos pendientes. Me propuse ser
prudente. Había mucha gente, pero cada uno en lo suyo, haciendo su asadito de
domingo en el parque municipal del río, y evalué que nadie serviría para amortiguar el
impulso de un borracho agresivo.
-
Vos tenés cara de patrón garca – me dijo cuando
llegó a mi lado. Había bajado el cuchillo junto a su muslo. Pensé que eso era
peor. La mordida podría aparecer de sorpresa.
-
Vos tenés cara de buen tipo…. Creo que soy amigo de un amigo tuyo.- Me salió decir eso. Dos frases que (alguna vez
había pensado) podían ser útiles si alguien me asaltaba.
-
Yo no tengo amigos putos- me dijo en un tono amargo.
-
¿Te convido un choripán? - Le dije mientras
agarraba el fierro de acomodar las brasas y me alejaba de él medio metro con la simulada
intención de cuidar el asado.
-
¿Ahora te haces el bueno? – dijo. Y antes de que
pudiera agregar una sílaba más le dí con el fierro en la cabeza con mucha
fuerza.
Cayó al pie de la parrilla. Miré si alguno de sus amigos
estaba atento y no pude estar seguro. Le grité a mi mujer que agarrara los chicos
y corriera hacia el auto. Tardó tanto en reaccionar que fui yo a agarrar los
chicos y al pasar le repetí que corriera hacia el auto. Los arranqué de lo que
estaban haciendo en el arenero y salí disparado hacia el estacionamiento. Los chicos
estaban mudos cuando los solté junto al auto para buscar las llaves en mis bolsillos. Nunca en mi vida me resultó tan espantoso
no encontrar las llaves.
-
Tenés las llaves del auto?- Le dije gritando en voz baja mi mujer….- pero
no las tenía, y opté por huir corriendo por la calle. Cargando dos hijos y con
mi mujer fuera de estado físico era una pésima idea pero todavía la adrenalina
no me permitía mucho cambio de planes. Ni siquiera me permitía mirar para
atrás. Buscaba un taxi. Pero las calles de San Fernando en un domingo a las dos
de la tarde están semidesiertas.
Corrimos tres cuadras y paramos
un colectivo que iba a cualquier lado. Nos subimos jadeando. Pagué, porque no
tenía tarjeta, con un billete y le dije
que no me diera el vuelto, que era una emergencia. Me dijo que nos tenía que bajar en cuatro cuadras porque después
podía subir un inspector.
-
Dejame en una parada de remis o taxi- le dije
-
Por acá no conozco ninguna-
-
Y una parada de colectivo que me lleve San Isidro?-
-
En la próxima pasa el 60-
-
Okey-
Mis dos hijos lloraban y mi mujer en vez de
reclamarme nada se ocupaba de serenarlos. Me sentía tan culpable que valoré
infinitamente que no me reclamara nada. “Es una buena compañera” pensé.
Nos subimos al 60 y yo sólo temía que los
amigos del de la cicatriz estuvieran
esperando para parar el colectivo y agarrarnos. Cuando pasamos el lugar del
recreo y seguimos sin problemas respiré aliviado y pude hablar algo con mi
mujer y los chicos. Después empecé a preocuparme por el auto.
Al día siguiente, después de dormir apenas
tres horas (y eso gracias a dos pastillas de mi mujer) le pedí al automóvil club
que buscara mi auto con la excusa de que había perdido la llave.
Lo fui a esperar unas cuadras antes y me
aseguré que nadie lo siguiera.
Dos o tres semanas después empecé a
sentirme libre del episodio y a volver a una vida normal.
Calculo que fue seis años después, cuando ya
era gerente de ventas nacional que mi hija cumplió los quince y entre el viaje
y la fiesta eligió la fiesta. Un vecino me puso en contacto con su cuñado subcomisario
de la 23 de San Fernando para contratar la seguridad. Vinieron dos tipos
macanudos. Les convidé café y torta.
Charlamos un rato mientras los pibes bailaban adentro.
El mayor había sido custodio del recreo del
río. Parecía muy buen tipo. Después de un rato le dije:
-
Un amigo mío se peleó con un sindicalista en un asado
de domingo y le pegó un fierrazo por la cabeza.
-
No me joda. ¿Usted conoce al que mató al
sindicalista? –
1 Comments:
Tremendo. Me encantó. Y eso que el comienzo, entre la damajuana, la cicatriz, y el cuchillo de asado, me traía un poco sin cuidado, pero le ganaste.
Hay varias frases que intuitivamente me parecen geniales, tipo "Vinieron dos tipos macanudos" y "Pensé que eso era peor" (el cuchillo junto al muslo). Creo que la comparación con el perro que viene después sobra.
Obviamente, el final. Todas sus precauciones, que en la primera lectura parecen paranoicas, terminan siendo la clave de su libertad y su ignorancia, si es que es verosímil que no lleguen a él por el auto. Pero esto no importa, realmente no importa, y al eliminarse la ignorancia también, probablemente, se elimine la libertad, porque a ver cómo sale de ésta.
Felicitaciones. Va a quedar bien en el libro, con el protagonista un padre de familia como en tantos de tus cuentos.
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