Sunday, July 05, 2015

Asadito


 

Se vino para acá,  tambaleado desde su damajuana de vino, con una cicatriz al costado de la boca y un cuchillo de asado en la mano.

Uno de sus amigos me había pedido, cinco o diez minutos antes, que le compartiésemos la carne porque  eran de no sé qué sindicato, y yo les había dicho que teníamos lo  justo.

Mis hijos estaban a buena distancia, jugando en el arenero, un poco más lejos del río,  miré para atrás y vi a mi mujer hablando con su amiga y pensé que tal vez yo muriera sin despedirme y sin hablar algunas cosas que teníamos pendientes. Me propuse ser prudente. Había mucha gente, pero cada uno en lo suyo, haciendo su asadito de domingo en el parque municipal del río,  y evalué que nadie serviría para amortiguar el impulso de un borracho agresivo.

-          Vos tenés cara de patrón garca – me dijo cuando llegó a mi lado. Había bajado el cuchillo junto a su muslo. Pensé que eso era peor. La mordida podría aparecer de sorpresa.

-          Vos tenés cara de buen tipo….  Creo que soy amigo de un amigo tuyo.-  Me salió decir eso. Dos frases que (alguna vez había pensado) podían ser útiles si alguien me asaltaba.

-          Yo no tengo amigos putos- me dijo en un tono amargo.

-          ¿Te convido un choripán? - Le dije mientras agarraba el fierro de acomodar las brasas y me alejaba de él medio metro con la simulada intención de cuidar el asado.

-          ¿Ahora te haces el bueno? – dijo. Y antes de que pudiera agregar una sílaba más le dí con el fierro en la cabeza con mucha fuerza.

Cayó al pie de la parrilla. Miré si alguno de sus amigos estaba atento y no pude estar seguro. Le grité a mi mujer que agarrara los chicos y corriera hacia el auto. Tardó tanto en reaccionar que fui yo a agarrar los chicos y al pasar le repetí que corriera hacia el auto. Los arranqué de lo que estaban haciendo en el arenero y salí disparado hacia el estacionamiento. Los chicos estaban mudos cuando los solté junto al auto para buscar las llaves en mis  bolsillos. Nunca en mi vida me resultó tan espantoso no encontrar las llaves.

-          Tenés las llaves del auto?-  Le dije gritando en voz baja mi mujer….- pero no las tenía, y opté por huir corriendo por la calle. Cargando dos hijos y con mi mujer fuera de estado físico era una pésima idea pero todavía la adrenalina no me permitía mucho cambio de planes. Ni siquiera me permitía mirar para atrás. Buscaba un taxi. Pero las calles de San Fernando en un domingo a las dos de la tarde están semidesiertas.

Corrimos tres cuadras y paramos un colectivo que iba a cualquier lado. Nos subimos jadeando. Pagué, porque no tenía tarjeta,  con un billete y le dije que no me diera el vuelto, que era una emergencia. Me dijo que nos tenía  que bajar en cuatro cuadras porque después podía subir un inspector.

-          Dejame en una parada de remis o taxi- le dije

-          Por acá no conozco ninguna-

-          Y una parada de colectivo que me lleve  San Isidro?-

-          En la próxima pasa el 60-

-          Okey-

Mis dos hijos lloraban y mi mujer en vez de reclamarme nada se ocupaba de serenarlos. Me sentía tan culpable que valoré infinitamente que no me reclamara nada. “Es una buena compañera” pensé.

Nos subimos al 60 y yo sólo temía que los amigos del de la cicatriz  estuvieran esperando para parar el colectivo y agarrarnos. Cuando pasamos el lugar del recreo y seguimos sin problemas respiré aliviado y pude hablar algo con mi mujer y los chicos. Después empecé a preocuparme por el auto.

Al día siguiente, después de dormir apenas tres horas (y eso gracias a dos pastillas de mi mujer) le pedí al automóvil club que buscara mi auto con la excusa de que había perdido la llave.

Lo fui a esperar unas cuadras antes y me aseguré que nadie lo siguiera.

Dos o tres semanas después empecé a sentirme libre del episodio y a volver a una vida normal.

Calculo que fue seis años después, cuando ya era gerente de ventas nacional que mi hija cumplió los quince y entre el viaje y la fiesta eligió la fiesta. Un vecino me puso en contacto con su cuñado subcomisario de la 23 de San Fernando para contratar la seguridad. Vinieron dos tipos macanudos.  Les convidé café y torta. Charlamos un rato mientras los pibes bailaban adentro.

El mayor había sido custodio del recreo del río. Parecía muy buen tipo. Después de un rato le dije:

-          Un amigo mío se peleó con un sindicalista en un asado de domingo y le pegó un fierrazo por la cabeza.

-          No me joda. ¿Usted conoce al que mató al sindicalista? –

1 Comments:

Blogger Mikel said...

Tremendo. Me encantó. Y eso que el comienzo, entre la damajuana, la cicatriz, y el cuchillo de asado, me traía un poco sin cuidado, pero le ganaste.
Hay varias frases que intuitivamente me parecen geniales, tipo "Vinieron dos tipos macanudos" y "Pensé que eso era peor" (el cuchillo junto al muslo). Creo que la comparación con el perro que viene después sobra.
Obviamente, el final. Todas sus precauciones, que en la primera lectura parecen paranoicas, terminan siendo la clave de su libertad y su ignorancia, si es que es verosímil que no lleguen a él por el auto. Pero esto no importa, realmente no importa, y al eliminarse la ignorancia también, probablemente, se elimine la libertad, porque a ver cómo sale de ésta.
Felicitaciones. Va a quedar bien en el libro, con el protagonista un padre de familia como en tantos de tus cuentos.

2:37 AM  

Post a Comment

<< Home