El Timón
Una vela preñada le da paz al rubio, que sostiene el timón con una mano displicente, como quien retiene una copa, entre un trago y otro de champagne. Va a morir en veinte segundos. Y su novia que duerme abajo, desparramada después del amor, en la amplia cama de la cabina, nunca sabrá qué pasó. Despertará tres minutos después cuando el velero tumbe y la despierte el agua fría y salada. Nadará, presa del pánico y encontrará la salida, ya casi sin fuerzas por la falta de aire, y se prenderá de la botavara. En Nueva York sus padres estarán comprando, en ese instante, regalos de navidad para los nietos, sus sobrinos. Cuando ella grite el nombre del rubio, su madre firmará el ticket de la tarjeta de crédito. Y ella seguirá gritando cuando salgan de la juguetería y crucen la calle, con luz verde para los peatones.
Nosotros nunca nos enteraremos de nada. Si visitamos Nueva York quizás pasemos frente a esa juguetería. Si alguien hubiera encontrado a tiempo el cadáver del rubio y hubiese visto que un pequeño meteorito le había arrancado el vientre provocando una muerte casi instantánea, seguramente hubiese llegado el dato a algún periodista que hubiera cubierto los baches de información con interpretaciones más o menos válidas y su escrito hubiese recorrido el mundo plasmando periódicos amarillistas y llegando a ser noticia viral en Internet.
Pero no.
Cuando un planeta tiene siete mil millones de habitantes es simplemente matemático que mueran cerca de diez millones por día. Vistos desde el cielo hay muchas hormiguitas cavando fosas o incinerando cuerpos. De los diez millones no es infrecuente que haya maneras de morir que llamen la atención. Pero no todas pueden llegar a la prensa… sería muy caro.
El padre del rubio (cuando hay tantos millones puede ocurrir) murió de la rotura de un aneurisma tres días antes que su hijo, mientras él era visto por muchos testigos sacando el barco del puerto. Era un judío que inmigró a los Estados cuando él único hijo tenía cuatro años. La patente de la canilla monocomando para combinar el agua caliente y la fría le deparó al inmigrante, por esos descontroles de la economía en sociedades de consumo con un gran mercado, una fortuna difícil de gastar. Y la desaparición de un heredero al poco tiempo de la muerte de su padre despertó el interés de algunos abogados. El hermano mayor de su novia fue uno de ellos, ya que si ella había muerto después que él, el largo y demostrable concubinato que habían mantenido podía usarse en el estado en que vivían para declararla legítima heredera y, si ella había muerto también (después que él), gran parte de esos muchos millones pasarían a su bolsillo. Su hermana, a quien, después de semanas de desaparecida, ya daba por muerta, le ha pedido ayuda con su testamento cuatro años antes. Sin sospechar que eventualmente la fortuna de de su suegro le daría importancia al acto, quiso dejar sus bienes de exitosa representante de modelos, a uno de los hijos de su hermano, con síndrome de Down, para que siempre tuviera una asistencia adecuada, en caso de que sus padres no pudieran dársela. Por su condición de deficiente la herencia estaría a cargo del padre.
Si el abogado, hermano menor de la desaparecida pudiese hallar los cuerpos y demostrar que el rubio murió antes que ella y que convivían desde hacía más de un año, tendría derecho a cobrar una fortuna. Esa herencia aproximadamente significaría la posibilidad de gastar treinta millones de dólares por año por el resto de su vida. Estaba dispuesto a ceder la mitad con tal de que eso ocurriera. Y ocurriera pronto.
Un colega y amigo suyo, que luego de trabajar en el mismo estudio había aceptado la oferta de un competidor, le había contado en un almuerzo que tenía entre manos un caso de un aventurero que tras años de buscar tesoros había encontrado algo. No muy grande pero lo suficiente como para requerir asistencia legal para que no le impidieran quedárselo. A ese hombre recurrió el hermano de la desaparecida para encontrar pruebas que le permitieran a él quedarse con este tesoro proveniente de millones de casas que instalaban canillas monocomando.
El abogado convenció a la viuda del inventor del monocomando que valía la pena invertir lo necesario para encontrar a su hijo y la novia. La pobre vieja tenía la esperanza de que todavía estuviesen vivos. No podía ser que perdiera en el mismo mes a su marido y a su único hijo.
Fotos satelitales que consiguió el busca tesoros le dieron el paradero del barco. Y en dos días lo encontró. Tumbado y silencioso. Enredada a la botavara, atadas sus manos con los cabos estaba el cadáver de la novia del rubio. O lo que quedaba de ella. Llevaron todo a tierra y lo hicieron estudiar por peritos. El meteorito había incrustado partes del rubio en la madera del asiento del timonel. El informe fue muy extenso porque lo pagaron bien. Pero en resumen había tripas del rubio incrustadas en el barco y la madera quemada de alguna manera le permitió afirmar, sin dudas, que había sido un meteorito. Era un caso fácil de reconstruir. El abogado lloró a su hermana sin perder de vista el negocio. Estaba acostumbrado.
Se llevó a cabo el juicio casi veinte meses después. Para ese entonces la viuda del inventor del monocomando había muerto también. Supuestamente de tristeza. Era diabética y en una visita a su casa de fin de semana en Greenwich descuidó sus inyecciones y fue hallada una semana más tarde por el jardinero ecuatoriano que quería cobrar.
El cuñado del rubio despertó al día siguiente de terminado el juicio y le dijo a su mujer “Somos asquerosamente ricos”.
A medio día almorzaron con champagne y le autorizaron a los tres chicos (el que tenía síndrome de Down era el menor, de diez y seis) a tomar una copa. Le gustó al chico el gusto del espumante… y pidió más, y se lo dieron… él nunca entendió la diferencia entres ser clase media y millonario… pero por un instante sostuvo la copa como el rubio sostenía el timón. Sin saber que todo pasa.
Nosotros nunca nos enteraremos de nada. Si visitamos Nueva York quizás pasemos frente a esa juguetería. Si alguien hubiera encontrado a tiempo el cadáver del rubio y hubiese visto que un pequeño meteorito le había arrancado el vientre provocando una muerte casi instantánea, seguramente hubiese llegado el dato a algún periodista que hubiera cubierto los baches de información con interpretaciones más o menos válidas y su escrito hubiese recorrido el mundo plasmando periódicos amarillistas y llegando a ser noticia viral en Internet.
Pero no.
Cuando un planeta tiene siete mil millones de habitantes es simplemente matemático que mueran cerca de diez millones por día. Vistos desde el cielo hay muchas hormiguitas cavando fosas o incinerando cuerpos. De los diez millones no es infrecuente que haya maneras de morir que llamen la atención. Pero no todas pueden llegar a la prensa… sería muy caro.
El padre del rubio (cuando hay tantos millones puede ocurrir) murió de la rotura de un aneurisma tres días antes que su hijo, mientras él era visto por muchos testigos sacando el barco del puerto. Era un judío que inmigró a los Estados cuando él único hijo tenía cuatro años. La patente de la canilla monocomando para combinar el agua caliente y la fría le deparó al inmigrante, por esos descontroles de la economía en sociedades de consumo con un gran mercado, una fortuna difícil de gastar. Y la desaparición de un heredero al poco tiempo de la muerte de su padre despertó el interés de algunos abogados. El hermano mayor de su novia fue uno de ellos, ya que si ella había muerto después que él, el largo y demostrable concubinato que habían mantenido podía usarse en el estado en que vivían para declararla legítima heredera y, si ella había muerto también (después que él), gran parte de esos muchos millones pasarían a su bolsillo. Su hermana, a quien, después de semanas de desaparecida, ya daba por muerta, le ha pedido ayuda con su testamento cuatro años antes. Sin sospechar que eventualmente la fortuna de de su suegro le daría importancia al acto, quiso dejar sus bienes de exitosa representante de modelos, a uno de los hijos de su hermano, con síndrome de Down, para que siempre tuviera una asistencia adecuada, en caso de que sus padres no pudieran dársela. Por su condición de deficiente la herencia estaría a cargo del padre.
Si el abogado, hermano menor de la desaparecida pudiese hallar los cuerpos y demostrar que el rubio murió antes que ella y que convivían desde hacía más de un año, tendría derecho a cobrar una fortuna. Esa herencia aproximadamente significaría la posibilidad de gastar treinta millones de dólares por año por el resto de su vida. Estaba dispuesto a ceder la mitad con tal de que eso ocurriera. Y ocurriera pronto.
Un colega y amigo suyo, que luego de trabajar en el mismo estudio había aceptado la oferta de un competidor, le había contado en un almuerzo que tenía entre manos un caso de un aventurero que tras años de buscar tesoros había encontrado algo. No muy grande pero lo suficiente como para requerir asistencia legal para que no le impidieran quedárselo. A ese hombre recurrió el hermano de la desaparecida para encontrar pruebas que le permitieran a él quedarse con este tesoro proveniente de millones de casas que instalaban canillas monocomando.
El abogado convenció a la viuda del inventor del monocomando que valía la pena invertir lo necesario para encontrar a su hijo y la novia. La pobre vieja tenía la esperanza de que todavía estuviesen vivos. No podía ser que perdiera en el mismo mes a su marido y a su único hijo.
Fotos satelitales que consiguió el busca tesoros le dieron el paradero del barco. Y en dos días lo encontró. Tumbado y silencioso. Enredada a la botavara, atadas sus manos con los cabos estaba el cadáver de la novia del rubio. O lo que quedaba de ella. Llevaron todo a tierra y lo hicieron estudiar por peritos. El meteorito había incrustado partes del rubio en la madera del asiento del timonel. El informe fue muy extenso porque lo pagaron bien. Pero en resumen había tripas del rubio incrustadas en el barco y la madera quemada de alguna manera le permitió afirmar, sin dudas, que había sido un meteorito. Era un caso fácil de reconstruir. El abogado lloró a su hermana sin perder de vista el negocio. Estaba acostumbrado.
Se llevó a cabo el juicio casi veinte meses después. Para ese entonces la viuda del inventor del monocomando había muerto también. Supuestamente de tristeza. Era diabética y en una visita a su casa de fin de semana en Greenwich descuidó sus inyecciones y fue hallada una semana más tarde por el jardinero ecuatoriano que quería cobrar.
El cuñado del rubio despertó al día siguiente de terminado el juicio y le dijo a su mujer “Somos asquerosamente ricos”.
A medio día almorzaron con champagne y le autorizaron a los tres chicos (el que tenía síndrome de Down era el menor, de diez y seis) a tomar una copa. Le gustó al chico el gusto del espumante… y pidió más, y se lo dieron… él nunca entendió la diferencia entres ser clase media y millonario… pero por un instante sostuvo la copa como el rubio sostenía el timón. Sin saber que todo pasa.
2 Comments:
Mucha aclaratoria que consigue tibiamente su cometido y en su punto más cercano es derrumbada por un TODO PASA... Why? El rubio hizo bien en morirse, tenía mucho bardo familiar ! Florencia
El monocomando tiene alguna analogía con el timón también?
Me gustó mucho, se siente que la inspiración sale a borbotones de una manguera de 3/4 de pulgada.
El agua, el metorito, la fortuna y el infortunio, es un cuento muy siglo XXI. Más.
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