Pío
Yo ya estaba en la cama, con un libro, y Pío, que compartía cuarto, se preparaba para una fiesta. Las corbatas de seda que había traído de Roma me parecían lo máximo. Se estaba poniendo una, se la ajustó con una elegancia de movimientos estudiada, se miró al espejo, me vió a mi reflejado, giró sonriendo… e hizo su famoso gesto, que sabía que me encantaba: estiró el brazo derecho hacia adelante como para acomodar la manga de la camisa y el saco a fin de doblar más cómodamente el codo y se tocó suavemente con el revés del índice, la punta de la nariz… tenía más clase que James Bond. Bretón, Pío Breton.
Sacó, con reverencia, del cajón de más arriba de su cómoda su frasco de Eau Savage, que aún conservaba en la caja color madera rojiza. Miró seriamente cuánto quedaba, y sin dudarlo se aplicó la dosis justa. Se parecía a su padre que también era un fachero total.
Estaba viviendo en casa porque Peggy y Bipe habían partido a algún destino diplomático y él, supongo, tenía que estudiar… pero, ni a él ni a mí, el estudio nos parecía una actividad que mereciera ser el eje de ninguna vida.
Le gustaba el dulce de leche a temperatura ambiente, y en mi casa lo comíamos de postre con mucha frecuencia. Y siempre preguntaba ¿por qué guardan el dulce de leche en la heladera? Una frase como esa se vuelve muy graciosa si se dice suavemente tres o cuatro veces por mes durante más de un año. Hoy en la Recoleta, cuando el cura estaba por despedirlo, yo, parado en un rincón me acordé de esa pregunta y me agarró desprevenido un hachazo de dolor, y como un boludo me puse a llorar haciendo ridículos ruidos que trataba de tapar con un pañuelo de papel.
En otra estadía más breve, en nuestra casa de Punta Chica, unos años antes, se le dio por pintar. Tendría quince años. Hizo unas manchas geométricas y desprolijas de distintos colores. Dijo que le gustaba la pintura moderna. Arte abstracto. El arte tiene un significado, me dijo. Y me explicó: esta es la pileta de natación, esto es el Náutico, esto es el auto en que vamos a todos lados, y seguían las explicaciones. Yo tenía cerca de doce, pero me estaba dando cuenta que sabía mucho más de arte que él: Pío, le dije, si es abstracto no tiene explicación. Si eso es una pileta no es abstracto. Me acuerdo de la expresión de su cara como si lo tuviera delante de mí. Lo habían engañado. Había estado perdiendo el tiempo. Le gustaba su pintura pero iba a tener que sacrificarla. Y cada vez que recuerdo esta escena le agradezco que aceptara su frustración sin descargarla en el mensajero. Y que respetara mi opinión, que me mirara y escuchara a pesar de que yo era menor, y fuera capaz de aceptar que algo de razón tenía.
Odio las corbatas de hoy en día porque amé tanto esas que él trajo de Italia. En esa época, a las fiestas, se iba de traje. Yo que todavía no iba mucho idealicé ese mundo viéndolo a él ir y venir. Era un verdadero Dandy. Un sábado por la noche en que mis padres habían viajado al campo, llegué a casa y en el hall de entrada tropecé con un zapato. Prendí la luz y vi un sweater en el pasillo, más adelante un jean bell bottom con un cinturón de florecillas de colores, después una camisa, un corpiño, y frente a la puerta de mi cuarto, que estaba cerrada con llave: una bombacha blanca, agitando en mi imaginación la bandera de la rendición total. Otro tipo me hubiese dejado una nota. Pío confiaba en los mensajes sutiles.
Lo visité en San Pablo, una vez. Trabajaba en marketing de mayonesa, para Molinos. Amaba sus productos y pasábamos por los supermercados donde dedicaba un rato a mirar su porción de góndola y acomodar frascos… obviamente no era su función, pero no podía controlar su amor por su laburo. Se hizo muy amigo, allá, de José Agote, un gran tipo que iba conmigo al colegio. Dime con quién anda y te diré quién eres. José era un quilombero de aquellos, con un talento natural y una inteligencia que no usaba a pleno porque le sobraba. Imagino que Pío y él se hicieron muy amigos compartiendo los misterios y la profundidad del exilio. Y la joda, porque eran tipos muy divertidos.
Hablar de Pío, despedir a Pío, haber conocido a Pío, es mucho más que la relación con un individuo. Los Bretón y los Grehan y la estela de ese cometa…. Son como los yuyos… te llenan un campo en cuanto te descuidas. Sylveiras, Bio Bretones, Grehans del Casi y de Punta Chica, Diplomáticos, Carpinteros, Pintores, Inmobiliarios, Escritores, Alfareros, Decoradores, Financieros, Politicólogos, Bohemios (sí, con mayúsculas), Monjas, Descendientes de Belgrano, Consignatarios, Muebleros, Administradores y Artesanos, Curas, Escultores, Pintores, Ateos cabeza dura, Acá y en el extranjero, irlandeses y jodones.
La última vez que lo vi, le presenté a mi hijo Sancho, que tiene siete. Sentí el orgullo del padre, que desplaza todo sentimiento, pero recuperado de eso, vi la cara de Pío. No le daba lo mismo. Él también sentía que éramos parientes. Parientes por historia y elección. Que todo ese dulce de leche frío que había comido en Peña entre Pueyredón y Larrea, en la década del setenta, no era intrascendente. Estaba sentado en una mesa de la terraza del comedor del Náutico. Había llevado a Bipe y a Peggy a pasear. Le hice un masaje en los hombros a Bipe que agradeció sin decir nada, mientras Pío me decía cosas alegres. Repito: coas alegres. Leí hace poco que la gente no va a recordar lo que le digas pero sí cómo los hiciste sentir. Levanten la mano los que se sintieron bien con Pío: multitud. ¿Barrionuevo? Barrionuevo en sí mismo es una multitud.
Tuve que fumarme un cigarrillo en la Recoleta, para lo que asalté a Dellepiane que estaba en la misma, en un pasillo aledaño a la calle de la bóveda donde quedó el cajón. Estábamos ahí cuando pasó un gato por enfrente de nosotros. Indiferente como todos los gatos. Dueño del espacio. Local. Un gato recoleto.
- Este debe ser una reencarnación- le dije a Dellepaine.
- Debe ser Pío- me dijo.
Sacó, con reverencia, del cajón de más arriba de su cómoda su frasco de Eau Savage, que aún conservaba en la caja color madera rojiza. Miró seriamente cuánto quedaba, y sin dudarlo se aplicó la dosis justa. Se parecía a su padre que también era un fachero total.
Estaba viviendo en casa porque Peggy y Bipe habían partido a algún destino diplomático y él, supongo, tenía que estudiar… pero, ni a él ni a mí, el estudio nos parecía una actividad que mereciera ser el eje de ninguna vida.
Le gustaba el dulce de leche a temperatura ambiente, y en mi casa lo comíamos de postre con mucha frecuencia. Y siempre preguntaba ¿por qué guardan el dulce de leche en la heladera? Una frase como esa se vuelve muy graciosa si se dice suavemente tres o cuatro veces por mes durante más de un año. Hoy en la Recoleta, cuando el cura estaba por despedirlo, yo, parado en un rincón me acordé de esa pregunta y me agarró desprevenido un hachazo de dolor, y como un boludo me puse a llorar haciendo ridículos ruidos que trataba de tapar con un pañuelo de papel.
En otra estadía más breve, en nuestra casa de Punta Chica, unos años antes, se le dio por pintar. Tendría quince años. Hizo unas manchas geométricas y desprolijas de distintos colores. Dijo que le gustaba la pintura moderna. Arte abstracto. El arte tiene un significado, me dijo. Y me explicó: esta es la pileta de natación, esto es el Náutico, esto es el auto en que vamos a todos lados, y seguían las explicaciones. Yo tenía cerca de doce, pero me estaba dando cuenta que sabía mucho más de arte que él: Pío, le dije, si es abstracto no tiene explicación. Si eso es una pileta no es abstracto. Me acuerdo de la expresión de su cara como si lo tuviera delante de mí. Lo habían engañado. Había estado perdiendo el tiempo. Le gustaba su pintura pero iba a tener que sacrificarla. Y cada vez que recuerdo esta escena le agradezco que aceptara su frustración sin descargarla en el mensajero. Y que respetara mi opinión, que me mirara y escuchara a pesar de que yo era menor, y fuera capaz de aceptar que algo de razón tenía.
Odio las corbatas de hoy en día porque amé tanto esas que él trajo de Italia. En esa época, a las fiestas, se iba de traje. Yo que todavía no iba mucho idealicé ese mundo viéndolo a él ir y venir. Era un verdadero Dandy. Un sábado por la noche en que mis padres habían viajado al campo, llegué a casa y en el hall de entrada tropecé con un zapato. Prendí la luz y vi un sweater en el pasillo, más adelante un jean bell bottom con un cinturón de florecillas de colores, después una camisa, un corpiño, y frente a la puerta de mi cuarto, que estaba cerrada con llave: una bombacha blanca, agitando en mi imaginación la bandera de la rendición total. Otro tipo me hubiese dejado una nota. Pío confiaba en los mensajes sutiles.
Lo visité en San Pablo, una vez. Trabajaba en marketing de mayonesa, para Molinos. Amaba sus productos y pasábamos por los supermercados donde dedicaba un rato a mirar su porción de góndola y acomodar frascos… obviamente no era su función, pero no podía controlar su amor por su laburo. Se hizo muy amigo, allá, de José Agote, un gran tipo que iba conmigo al colegio. Dime con quién anda y te diré quién eres. José era un quilombero de aquellos, con un talento natural y una inteligencia que no usaba a pleno porque le sobraba. Imagino que Pío y él se hicieron muy amigos compartiendo los misterios y la profundidad del exilio. Y la joda, porque eran tipos muy divertidos.
Hablar de Pío, despedir a Pío, haber conocido a Pío, es mucho más que la relación con un individuo. Los Bretón y los Grehan y la estela de ese cometa…. Son como los yuyos… te llenan un campo en cuanto te descuidas. Sylveiras, Bio Bretones, Grehans del Casi y de Punta Chica, Diplomáticos, Carpinteros, Pintores, Inmobiliarios, Escritores, Alfareros, Decoradores, Financieros, Politicólogos, Bohemios (sí, con mayúsculas), Monjas, Descendientes de Belgrano, Consignatarios, Muebleros, Administradores y Artesanos, Curas, Escultores, Pintores, Ateos cabeza dura, Acá y en el extranjero, irlandeses y jodones.
La última vez que lo vi, le presenté a mi hijo Sancho, que tiene siete. Sentí el orgullo del padre, que desplaza todo sentimiento, pero recuperado de eso, vi la cara de Pío. No le daba lo mismo. Él también sentía que éramos parientes. Parientes por historia y elección. Que todo ese dulce de leche frío que había comido en Peña entre Pueyredón y Larrea, en la década del setenta, no era intrascendente. Estaba sentado en una mesa de la terraza del comedor del Náutico. Había llevado a Bipe y a Peggy a pasear. Le hice un masaje en los hombros a Bipe que agradeció sin decir nada, mientras Pío me decía cosas alegres. Repito: coas alegres. Leí hace poco que la gente no va a recordar lo que le digas pero sí cómo los hiciste sentir. Levanten la mano los que se sintieron bien con Pío: multitud. ¿Barrionuevo? Barrionuevo en sí mismo es una multitud.
Tuve que fumarme un cigarrillo en la Recoleta, para lo que asalté a Dellepiane que estaba en la misma, en un pasillo aledaño a la calle de la bóveda donde quedó el cajón. Estábamos ahí cuando pasó un gato por enfrente de nosotros. Indiferente como todos los gatos. Dueño del espacio. Local. Un gato recoleto.
- Este debe ser una reencarnación- le dije a Dellepaine.
- Debe ser Pío- me dijo.
Y ahí me di cuenta que venía de ese lado, y que el timing era perfecto, y que su elegancia (vieran esos colores!) y su paso, y el canto a la vida que era su belleza, daban muchas ganas de creer en la reencarnación.
Por un instante lo tuve de nuevo a Pío. Inasible como son los gatos, pero visible.
No le dije nada.
Ya hablaremos.
Por un instante lo tuve de nuevo a Pío. Inasible como son los gatos, pero visible.
No le dije nada.
Ya hablaremos.
1 Comments:
Hay gente que cree que los años nos endurecen y nos preparan para que cualquier dolor sea más soportable...Hay gente que cree cualquier cosa! Lamento mucho tu dolor, de verdad que si, y toda la nostalgia que te sea dolorosa a partir de la muerte de tu amigo Pío. Siempre el dulce de leche frío te traerá su recuerdo y lo bueno que es que haya sido parte de tu vida. Como vos decís, ya hablarán. Te abrazo fuerte. Flor
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