Purmamarca
Purmamarca me suena a afiche de agencia de turismo. Esos
cerros que parecen helado con colorantes artificiales, adjetivados con mal gusto por gente que te
quiere vender un tour, hasta que ya no crees en nada.
Pero estoy ahí. Desayunando en esta casa vieja y grande que
han transformado en un hotel llamado el Manantial del Silencio, que es
verdaderamente, lo más silencioso que he conocido en mi vida. Ni moscas. Quién
habrá sido el boludo que decidió que los colores eran siete, le digo a la novia
de Nazareno. Pero cómo nos hemos
conocido recién anoche en el taxi, no entiende la pregunta y no se anima a pedir explicaciones. Me sirvo un café y cereal en dos tasas
iguales. En mi lugar de la mesa
encuentro una tercera tasa, similar,
vacía. Apoyo las que traigo y me
siento. Decido empezar por el café,
porque con la altura, estoy medio aturdido. Pero no lo encuentro. Veo el cereal
a mi izquierda y la taza vacía a mi derecha, pero ¿dónde dejé el café?
Obviamente cuando descubro que estaba en el medio, frente a mí, más cerca que
las otras dos tazas, me acuerdo de mi padre y su Alzheimer. Ya pasé los sesenta y este año engordé como
seis kilos así que me siento, un poco, un viejo.
Después del medio día llegará un montón de gente con los que
hablaremos de sustentabilidad y otros temas interesantes, sentados en la plaza.
Pero tengo la mañana para mí. Podría comprar un bastón para mi colección y
conocer el pueblo. Voy caminando por la
ruta hasta la calle que me marcó el conserje en el mapa. Doblo como dobla su trazo de birome azul.
Pero la realidad dice que he doblado, un poco antes, en la entrada a un patio
que nuclea un conjunto de casas privadas, sólidas y humildes. Como un efecto
cinematográfico se levanta un remolino de tierra y me tapo la cara. Al recuperarme
veo una niña de ojos enormes, como suelen tenerlos las chicas coyas, y una
señora que sale de la casa a rescatarla, quizá, de este hombre de paso
incierto, quizá impredecible. Me pregunto en qué tono debo hablar para que esta
mujer vea el mundo como lo veo yo. Para
que sepa que soy todavía el adolescente que una vez pasó por acá con una
mochila y pelo largo. Pero su mirada de tierra es más sólida que mi pensamiento
y me siento como lo que ella ve… un señor en un lugar equivocado. Considero
retroceder por donde vine y poner esta carta en el mazo del olvido con la
mínima consecuencia. Pero la carta tiembla en mi mano un instante, me pide clemencia. No quiere ser otra rendición ante
un cul
des sac. Otro retroceder buscando asfalto. Ve la oportunidad de la trascendencia.
Quiere avanzar y estar. En eses instante como si algún otro cerebro se catapultara
al mío me viene a la mente un pensamiento inesperado: soy el único
espermatozoide que llegó. Con claridad terminal me digo que sigo siendo aquél. Y
en voz alta “yo hago lo que quiero”, le
digo a la mujer. Pero es como si no hubiese hablado. Las chupa la puerta y
estoy nuevamente sólo. Vuelvo a considerar la huída. Pero aparece un hombre,
seguramente el abuelo, que me mira sin moverse. Un peso enorme se me quita del
cuerpo. Ha cesado la vergüenza. Sesenta y tantos años le ha tomado despegarse. En
vez de hablarle al viejo para que vea el mundo como yo, me siento sobre un
tronco. Al cuerpo le encanta la vida de
sentado sin vergüenza. Junto a una mancha de sopa sobre el sweater veo un ojal deshabitado y
noto que los botones no están en los lugares que corresponden y que el de más
arriba se muestra, erguido, casi en el territorio
de la camisa. Podría tener con éste de más arriba una larga conversación sobre cómo
hemos llegado a esto, él yo. Mi padre miraría con esa cara que ponía cuando
quería ocultar la sonrisa.
El abuelo, que no ha perdido la vergüenza ni se ha sentado
sobre un tronco, me pregunta algo con su voz de tierra, que no entiendo ni
quiero entender, yo, que siempre quise entenderlo todo. Sé que quiere darme
algún sentido y me está pidiendo que lo ayude en eso… y sé que no quiero volver
al asfalto. El espermatozoide que soy quiere ser hoja al viento, ahora… quiere
ser como era mi padre cuando el médico entre un montón de palabras olvidadas dijo
demencia senil. Quiero todavía un bastón de Purmamarca para mi colección, pero
quiero que me lleven las manos de los que no saben qué hacer con migo y mi
desorientación, como las hormigas llevan a los cadáveres de sus compañeras, por
los pasillos de los hormigueros, un rato cada una, sin desviarse de su camino y
soltándolas cuando se su destino las aleja del camino al cementerio, hasta que entre todas y sumando casualidades,
cae el cuerpo en el llegadero.
He estado en manos de estos criollos, medio coyas, casi todo
un día. Nunca les di señal de no estar senil. Dije lo que se me daba la gana
sin tratar de puentear ninguna cicatriz cultural. Me moví obediente a los
dolores de mi cuerpo. Me hice pis encima y experimenté la maravillosa capacidad
de estar aquí y ahora en esa tibia y húmeda sensación de virgen libre,
prohibida hasta entonces por la vergüenza.
No estoy senil. Quizás porque hago esfuerzos para
disimularlo. Pero me animé a estarlo por un día. Y la conducción de mi vida,
que solté, la asumió una gente que no sabía qué hacer conmigo. No encontraban
mis parientes ni mis amigos para pasarles la pelota, y me cuidaban con una
mezcla de amor, temor e impaciencia, en un idioma del que no entendía yo
demasiado. Estuve en una cama con olor a ellos y les dejé el mío. Me miraron a
los ojos con la frontalidad única que les inspiraban mis ojos sin vergüenza. Comí
su comida. Tomé el remedio de una vieja que trajeron a verme. Me metí en su
mundo como una lombriz en la tierra. Y tuve la poco frecuente oportunidad experimentar
cómo nos trata el hormiguero cuando ya no sabemos ir a dónde los demás creen que
debemos ir.
Publiqué esta narración en mi blog y un periodista se
interesó en entrevistarme “¿Te sentís más seguro ahora para enfrentar la muerte?”
me preguntó.
Saqué el treinta y ocho del cajón y apuntándole a los ojos
le contesté: sí.
3 Comments:
Clap..., clap..., clap...Flor
Recién conozco tu blog y también el de Trashumar y le rscribí. Soy de Buenos Aires y hace poco hice mi blog sin nada de experiencia y con la necesidsd de compartir poesias, prosa, diálogos, monólogos con intercambio de comentsrios.
No me interesa porque sí conozco, blogs de otros paises.
Si te interesa te doy mi correo y digas qué te parece comentar en mi blog y mis pocos amigos del blog conocer y comentar en el tuyo.
Mi saludo cordial
Laura
cetefer@yahoo.com.ar
Hola Laura
No se hace cuánto me escribiste.
O si seguís viva.Por supuesto me interesa.
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