Saturday, June 26, 2010

You don't really...(13)

El chofer

La limusina que pasó a buscar a Jane por el departamento de su hijo estaba conducida por un paralítico en una silla de ruedas. El tipo pudo haberla llamado al celular para avisarle que bajara, pero optó por descender del auto en su silla a motor eléctrico y tocar el interno. Jane, sintiéndose culpable, le dijo disculpe que no bajé antes... me hubiese llamado al celular... El tipo contestó en tono de jugador de fútbol: ahw... me gusta bajar a estirar las piernas cada vez que puedo. Me imagino a Jane poniendo la misma cara que puso cuando destruí su caja forrada en manos. Esa que demuestra que está controlando su primera reacción y entendiendo que debajo de la superficie hay algo más interesante. Me la imagino dispuesta a usar su nueva manera de relacionarse con la gente para dejarlos decir lo que subyace.
Pero la simpatía del chofer era formal, mecánica. No le interesaba ser escuchado por Jane ni un centímetro más allá de la superficie. Después de varios intentos fracasados Jane empezó a tomarlo como un desafío personal. Sabía que no debía insistir tontamente porque eso podía empacar al otro como una mula, así que hacía largos silencios durante los cuales no tenía más remedio que preguntarse cosas sobre sí misma, en ese lugar, intentando hacer hablar a alguien, mientras su trabajo diario era armar a un ejército para que hiciera lo mismo. El viaje a Nueva York toma unas cuatro horas, con lo cual pasaron unas cuantas cosas por la cabeza de Jane. La más obvia fue: ¿me irrita que no quiera hablar, que no caiga ante mis técnicas de escucha, porque eso demuestra que no soy tan buena en lo que estoy haciendo y no merezco el puesto en que estoy? Pero algo de ese planteo le sonaba demasiado simple. ¿Será el miedo al fracaso de toda esta empresa? No, no… no soy una chica tan simple. La explicación que Jane intuía se refería más a la impotencia de la incomunicación. Sin embargo, ella misma no estaba dispuesta a aceptarla como respuesta total. Era demasiado romántica y la ponía en un lugar de heroína en la lucha contra la incomprensión que sonaba demasiado melodramático y empalagoso como para ser cierta.
Hacia la mitad del viaje la idea apareció claramente en su cabeza: a los seis años le hubiese gustado que alguien no se rindiera intentando escucharla. Que en aquella época podría haber sido un tipo como este, paralítico y en silla de ruedas o cualquier otra persona del mundo. Lo pensó durante diez minutos sin que otra idea pasara por su mente. Hasta que empezó a llorar. Fue un profundo llanto de encuentro. De paz. Se había acostado sobre el asiento de atrás como para dormir y, fuera de l ángulo en que podía verla el chofer había enterrado su cara entre los brazos y las grandes solapas de su sacón. El pelo rubio sobre la franela negra.
Una hora más tarde pararon a tomar un café. Bajaron sin intercambiar más que monosílabos. Se sentaron frente a frente en un café de autoservicio casi vacío.
Eran cerca de las tres de la mañana. Ella se llevó dos tazas de café a la mesa. El un té con leche grande. Cuando terminó la primera tasa abrió la segunda y rompió el silencio: Nunca volví a querer como cuando tenía seis años.
El hombre no dijo nada. Ni siquiera el gruñido tipo aja que había largado un par de veces al inicio del viaje.
Subieron al auto y partieron sin una palabra. Todas las maniobras para subir tras el volante con la silla automática y los ruidos de los motores eléctricos y las palancas de ajuste y de freno subrayaron el silencio sin piedad.
- Yo fui piloto de helicóptero en Nam.- dijo él a los diez minutos. – Primero de helicóptero y después de avión.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

...y la licuadora, qué?

3:01 PM  
Blogger Boy said...

Ja ja

ese cachito publicado con título de licuadora salió por error... quise guardarlo pa seguir despues y me equivoque de botón....pero mi subconciente debe haber notado el error porque recuerdo haberme preguntado: Qué pensaría el lector si lo publico así, inonclus

6:52 PM  

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