Leo y la Biblioteca de Babel
Cuando yo era chico no cualquiera viajaba a los Estados
Unidos, país al que llamábamos América. Cuando
alguien iba, familia y amigos lo acompañaban al aeropuerto y, luego de
despedirlo, subían a la terraza y
sacudían pañuelos secos y húmedos a las turbias sombras que se movían detrás de
las ventanillas del avión a hélice. Se quedaban hasta que despegaba y los
dejaba en silencio, juntos pero medio solos.
Los pocos que iban a América
volvían con cuentos que los demás escuchábamos absortos. Los centros
comerciales como Sears, con escaleras mecánicas eran uno de los temas
predilectos de los viajeros, después los
vimos en las películas y finalmente los tuvimos. Las maquinas que
vendían sándwiches y bebidas… los diarios que eran repartidos por chicos en
bicicleta o adquiridos de una caja donde se depositaba unas monedas sin que
nadie vigilara. La ropa de colores estridentes, combinada al azar, que en esa
época sólo los americanos usaban con una falta de auto crítica que nos
maravillaba. Las máquinas, utensilios y
aparatos que tenían para todo tipo de cosas, desde cortar el cerco hasta abrir
una lata.
Mis padres fueron una vez y nos dejaron con una prima grande
y su marido, en casa. Cuando el avión estaba en el aire, con mis padres adentro,
se me ocurrió que podía caer y matarlos.
Esa noche desperté vomitando. Mi prima sostenía una palangana y parecía estar
preguntándose si había sido buena idea aceptar cuidarnos.
Cuando volvieron trajeron un montón de regalos. Juguetes,
ropa, un reloj pulsera para cada uno de nosotros. Simulaban ser relojes de
soldados y entre otras cosas se los podía ver en la oscuridad. Recuerdo estar,
de noche, metido en la cama mirando esa
luz, tapado hasta la cabeza y sentir una felicidad muy grande. Una felicidad
que quedó pegada a la fosforescencia de los relojes, porque todavía la revivo
cuando en la oscuridad acerco un reloj luminoso a mi ojo. Es como si pudiera
volar y estuviese viendo un pueblo desde la altura con esas lucecitas pintorescas,
casi de cuento, que se ven desde la inocencia de la altura.
Trajeron infinidad de cosas que en esa época eran novedad: cuchillos cortos y
redondos, abrelatas de palanca larga, tapones reusables para botellas, cajitas
con imán para guardar llaves, ruedas para cortar pizza, cucharas para servir
helado, afiladores de cuchillos, trapos de rejilla sintéticos, vasos de
plástico, saca corchos, pinzas para servir fideos, relojes para cocinar
huevos, termómetros para hornear la
carne, cubeteras en las que el hielo no se pegaba, moldes para hacer huevos
duros cuadrados, topes para que las puertas no se golpearan… Mi padre, más que
mi madre, con su mentalidad de ingeniero del siglo veinte, valoraba todo lo que fuera práctico, y antes
de que García Márquez los describiera, traía en las valijas el espíritu de los
gitanos que visitaban Macondo.
Entre todas esas cosas recuerdo especialmente una que duró
muchos años y que vi en manos de mi madre infinitas mañanas al desayuno, hora en
que los objetos llegan más brutos a la memoria porque todavía pueden verse sin pensarse ya que el
cerebro está recién echando anclas en el
nuevo día. Era un como una rueda metálica con ejes afilados que se apoyaba sobre
una manzana y presionada hacia abajo cortaba la manzana en diez gajos iguales.
Impresionante: En una fracción de segundo la manzana pasaba de ser un
objeto de la naturaleza puro y virgen a un diseño humano que cumplía la función
de alimentar civilizadamente.
Es como que tengas un hijo y le pongas de nombre Leo. En un
instante transformaste un cacho de carne que llora para que le den la teta en un
lector, un ente que quiere encontrar sentido en el orden en que otros han
puesto las letras. Y si bien Borges ha dicho que todas las combinaciones de
letras ya están en la biblioteca de Babel, pagó por ese pecado con su vida y por
ser ateo crudo, al morir se murió bien muerto, así que podemos poner a Leo ante
la lectura, darle cuerda y lanzarlo convencidos todos de que va hacia el
infinito.
Confieso que me he sentado a escribir a pedido de un tal Leo
que dejó un comentario entre las telarañas de mi Blog, reclamando algo de
movimiento.
Esta ha sido la primera vez en mi vida que escribí a pedido
de esa termita de la literatura. Creo que fue un error. Un camino de ida. Escucharé
para siempre sus pasos acercándose por mis renglones en blanco. Pasaré el resto de la vida huyendo entre
líneas de este packman de las
oraciones. De acá en más,
escribiré mirando sobre el hombro, con temor… porque es de sospechar que nadie
queda ileso cuando una aspiradora de texto, siguiendo tus pisadas, te alcanza… es de sospechar que si te atrapa te hace
literatura. Y si bien yo no creo en nada, sería horrible despertar después de
muerto en un volumen de un estante, de una pared, de uno de los hexagonales ambientes de la biblioteca de Babel, teniendo
apenas una coma o un acento de diferencia con el libro de al lado.
5 Comments:
Hermoso!, ¿escrito en Córdoba?, te son favorables las musas telúricas!
si, escrito al llegar al hotel, en pleno centro de Córdoba.
Boy
Me ha gustado mucho éste estilo , dónde sos un escritor autoreferencial y concreto. Me gusta también el estilo de dejar que el lector cabalgue sobre tus frases sin jugártela demasiado, pero si bien es más poético me parece que es menos jugado. Hay que tener solidez para hablar de los recuerdos de cada uno. De casi todo lo que mencionás he sido testigo de su existencia (a traves de documentales de aquella época, ya que soy mucho menor que vos en todo sentido, o casi).
No he podido constatar, aún, lo de las hélices del avión, pero son muy probables. Bien, pibe, muy bien...Yo creo que tenés futuro en ésto. Un favorcito..., escribí más seguido! Otro favorcito, avisále al blogspot que no soy un robot. FF
Muy bueno Boy, lo disfruté las siete veces que lo devoré como pastilla en videojuego obsoleto antes que me devoren los fantasmas lumínicos de la época.
Por lo expresado en otros comentarios de colegas en la lectura de tu blog, no soy el único que te pide que escribas, porque se nota el talento del escritor con el que no todos cuentan. Cada tanto aparezco con un plumero y leo algunas publicaciones anteriores cuyas combinaciones de palabras aún no encontré en la biblioteca a la que das crédito.
Felicitaciones, y ( los lectores ) esperamos más.
Saludos.
Leo.
Hasta el infinito siempre.
Leo
N años después te leo.
Gracias
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