Tuesday, April 19, 2016

Leo y la Biblioteca de Babel


Cuando yo era chico no cualquiera viajaba a los Estados Unidos, país al que llamábamos América.  Cuando alguien iba, familia y amigos lo acompañaban al aeropuerto y, luego de despedirlo, subían a la terraza  y sacudían pañuelos  secos y húmedos  a las turbias sombras que se movían detrás de las ventanillas del avión a hélice. Se quedaban hasta que despegaba y los dejaba en silencio, juntos pero medio solos.

 Los pocos que iban a América volvían con cuentos que los demás escuchábamos absortos. Los centros comerciales como Sears, con escaleras mecánicas eran uno de los temas predilectos de los viajeros, después los  vimos en las películas y finalmente los tuvimos. Las maquinas que vendían sándwiches y bebidas… los diarios que eran repartidos por chicos en bicicleta o adquiridos de una caja donde se depositaba unas monedas sin que nadie vigilara. La ropa de colores estridentes, combinada al azar, que en esa época sólo los americanos usaban con una falta de auto crítica que nos maravillaba. Las máquinas, utensilios  y aparatos que tenían para todo tipo de cosas, desde cortar el cerco hasta abrir una lata.

Mis padres fueron una vez y nos dejaron con una prima grande y su marido, en casa. Cuando el avión estaba en el aire, con mis padres adentro, se me ocurrió que  podía caer y matarlos. Esa noche desperté vomitando. Mi prima sostenía una palangana y parecía estar preguntándose si había sido buena idea aceptar cuidarnos.

Cuando volvieron trajeron un montón de regalos. Juguetes, ropa, un reloj pulsera para cada uno de nosotros. Simulaban ser relojes de soldados y entre otras cosas se los podía ver en la oscuridad. Recuerdo estar, de noche,  metido en la cama mirando esa luz, tapado hasta la cabeza y sentir una felicidad muy grande. Una felicidad que quedó pegada a la fosforescencia de los relojes, porque todavía la revivo cuando en la oscuridad acerco un reloj luminoso a mi ojo. Es como si pudiera volar y estuviese viendo un pueblo desde la altura con esas lucecitas pintorescas, casi de cuento, que se ven desde la inocencia de la altura.

Trajeron infinidad de cosas que en  esa época eran novedad: cuchillos cortos y redondos, abrelatas de palanca larga, tapones reusables para botellas, cajitas con imán para guardar llaves, ruedas para cortar pizza, cucharas para servir helado, afiladores de cuchillos, trapos de rejilla sintéticos, vasos de plástico, saca corchos, pinzas para servir fideos, relojes para cocinar huevos,  termómetros para hornear la carne, cubeteras en las que el hielo no se pegaba, moldes para hacer huevos duros cuadrados, topes para que las puertas no se golpearan… Mi padre, más que mi madre, con su mentalidad de ingeniero del siglo veinte,  valoraba todo lo que fuera práctico, y antes de que García Márquez los describiera, traía en las valijas el espíritu de los gitanos que visitaban  Macondo.

Entre todas esas cosas recuerdo especialmente una que duró muchos años y que vi en manos de mi madre infinitas mañanas al desayuno, hora en que los objetos llegan más brutos a la memoria porque  todavía pueden verse sin pensarse ya que el cerebro está recién  echando anclas en el nuevo día. Era un  como una rueda  metálica con ejes afilados que se apoyaba sobre una manzana y presionada hacia abajo cortaba la manzana en diez gajos iguales.

Impresionante: En una fracción de segundo la manzana pasaba de ser un objeto de la naturaleza puro y virgen a un diseño humano que cumplía la función de alimentar civilizadamente.

Es como que tengas un hijo y le pongas de nombre Leo. En un instante transformaste un cacho de carne que llora para que le den la teta en un lector, un ente que quiere encontrar sentido en el orden en que otros han puesto las letras. Y si bien Borges ha dicho que todas las combinaciones de letras ya están en la biblioteca de Babel, pagó por ese pecado con su vida y por ser ateo crudo, al morir se murió bien muerto, así que podemos poner a Leo ante la lectura, darle cuerda y lanzarlo convencidos todos de que va hacia el infinito.

Confieso que me he sentado a escribir a pedido de un tal Leo que dejó un comentario entre las telarañas de mi Blog, reclamando algo de movimiento.

Esta ha sido la primera vez en mi vida que escribí a pedido de esa termita de la literatura. Creo que fue un error. Un camino de ida. Escucharé para siempre sus pasos acercándose por mis renglones en blanco.  Pasaré el resto de la vida huyendo entre líneas de este packman de las  oraciones.  De acá en más, escribiré mirando sobre el hombro, con temor… porque es de sospechar que nadie queda ileso cuando una aspiradora de texto, siguiendo tus pisadas, te alcanza… es  de sospechar que si te atrapa te hace literatura. Y si bien yo no creo en nada, sería horrible despertar después de muerto en un volumen de un estante, de una pared, de uno de los hexagonales ambientes de la biblioteca de Babel, teniendo apenas una coma o un acento de diferencia con el libro de al lado.

 

 

5 Comments:

Blogger Silvia Bonetti said...

Hermoso!, ¿escrito en Córdoba?, te son favorables las musas telúricas!

10:29 AM  
Anonymous Anonymous said...

si, escrito al llegar al hotel, en pleno centro de Córdoba.
Boy

9:14 PM  
Anonymous Anonymous said...

Me ha gustado mucho éste estilo , dónde sos un escritor autoreferencial y concreto. Me gusta también el estilo de dejar que el lector cabalgue sobre tus frases sin jugártela demasiado, pero si bien es más poético me parece que es menos jugado. Hay que tener solidez para hablar de los recuerdos de cada uno. De casi todo lo que mencionás he sido testigo de su existencia (a traves de documentales de aquella época, ya que soy mucho menor que vos en todo sentido, o casi).
No he podido constatar, aún, lo de las hélices del avión, pero son muy probables. Bien, pibe, muy bien...Yo creo que tenés futuro en ésto. Un favorcito..., escribí más seguido! Otro favorcito, avisále al blogspot que no soy un robot. FF

8:13 PM  
Anonymous Leo said...

Muy bueno Boy, lo disfruté las siete veces que lo devoré como pastilla en videojuego obsoleto antes que me devoren los fantasmas lumínicos de la época.
Por lo expresado en otros comentarios de colegas en la lectura de tu blog, no soy el único que te pide que escribas, porque se nota el talento del escritor con el que no todos cuentan. Cada tanto aparezco con un plumero y leo algunas publicaciones anteriores cuyas combinaciones de palabras aún no encontré en la biblioteca a la que das crédito.
Felicitaciones, y ( los lectores ) esperamos más.
Saludos.
Leo.

Hasta el infinito siempre.

1:06 PM  
Blogger Boy said...

Leo
N años después te leo.
Gracias

9:02 AM  

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