"tic en vez de Bun.
Tic en vez de bum.
La bala estaba vieja, quizá. La emoción inmediata a apretar
el gatillo, oír un tic, y notar que uno sigue vivo no cabe en el tiempo real. No se puede sentir
todo en la pobre velocidad de nuestro cerebro. Desde afuera o más tarde uno puede idealizar,
filosofar, llorar… pero los segundos inmediatos son sólo segundos, con poca
capacidad de carga. No voy a negar, sin embargo, que nunca experimenté una cosa
igual.
Al día siguiente estaba calentando el agua para el mate y
preguntándome, con la misma personalidad con que me preguntaba las cosas ayer,
cómo puede ser que caliente el agua y me pregunte cosas con la misma
personalidad de ayer.
Pasado el instante en que llevé el revólver a la sien y apreté el
gatillo ya no quería morir. Uno no puede vivir queriendo morir todo el tiempo.
En una nota del New Yorker sobre los que se tiran del Golden Gate leí, una vez,
que los que sobreviven no lo vuelven a intentar. Me extraña haber cambiado de
status. Ahora soy uno que intentó. Podría leer sobre mí en alguna nota y preguntarme cómo será esa persona.
La bala era de mi abuelo. El revólver y la cajita de municiones estuvieron
en un estuche de madera de tapa corrediza, en un cajón, cubiertos por una
franela, más de cincuenta años. Ahora están de vuelta ahí.
Mientras sacaba del revólver la bala, con la mella que el
percutor dejó en el fulminante, y la ponía otra vez en su cajita me pregunté para
qué estaba haciendo eso. ¿pero dónde la iba a poner si no?
Obviamente existe la posibilidad de pensar qué hubiese pasado si el fulminante hacía su
chispa. No quiero asomarme a ese pozo. Veo a mis hijas ya habiendo encontrado
respuestas a por qué. Ya resignadas en base a explicaciones que encontraron
solas y que no tienen nada que ver con lo que yo les hubiese dicho. Veo una
mano limpiando jugos de mí con un trapo. Veo personas dando y recibiendo la noticia por teléfono. Veo el dolor en una
mueca de mi hija más chiquita y ahí me quiero morir. Una forma de decir. Contradictoria,
sí.
Pasada una semana del episodio me encontré preguntándome
reiteradamente si algo de lo que había
hecho desde entonces justificaba no haber muerto.
Esta idea genera necesidad de mayores precisiones. ¿Qué
quiere decir “algo de lo que he hecho”? ¿Si arreglé una canilla? ¿Si convencí a
alguien de que instalara energía solar en su casa? ¿Si escribí un cuento que
apreciarán los lectores? Tal vez haya que definir mejor qué tener en cuenta: lo hecho por mí o en el impacto que tiene
sobre los demás. Y si es sobre los
demás… ¿los animales se computan?... ¿ si acaricio a la gata hasta que
ronronea, vale? …¿y lo que siento yo?... ¿ si gozo del yogur con cereales? ¿Si
por primera vez en mi vida soy capaz de dejar que el teléfono suene sin
atender? O… ¿Que yo vea una cosa que
nadie más ve, sirve, vale, suma algo?
La lista sigue y sigue. Pero hay otra categoría de preguntas
que se derivan de ella: ¿Yo sólo soy yo cuando estoy vivo? ¿La materia no vale
nada? ¿Qué diferencia hay entre mi carne viva o muerta? Nadie me enterraría mientras estoy vivo, pero
es lo primero que harán cuando deje de moverme. Entonces… ¿es sólo el
movimiento lo que cuenta? Mientras
escribo esto muevo la mano delante de
mis ojos y me maravillo con su perfección, pero tengo dos amigos paralíticos y
uno manco que no son menos que yo. Conclusión: hay otro componente que valoramos
más… otro movimiento invisible que da categoría a mi cuerpo ¿si una
persona padece de una enfermedad que la
inhibe de todo movimiento y no puede hacer nada pero es capaz de sentir… yo no
diría que dejó de ser persona. A la inversa, si es incapaz de sentir, pero
sigue moviendo el cuerpo y modificando su entorno… tiene, para mí, menos de persona que la otra.
No es persona, directamente. Como esas gallinas que caminan después de que les
cortaron la cabeza.
No tengo muy claro qué valor tiene que un tipo (yo, en este
caso) ande otorgando calificación o título de persona a otros. Pero es lo que hay.
Y de todas formas esto no pretende mucho más que ser un raconto de lo que pensé
después de que el revólver hizo tic en vez de bum.
Tal vez no sea un buen raconto, pero es real. Cuántas
oportunidades tenés de que alguien que escuchó ese tic te cuente cómo sigue.
Para el caso, cuántos conocés que hayan
oído ese tic. Cuántas veces hubieses querido hacerle preguntas a uno que oyó el
bun.
Lo más posible es que quieras saber por qué apreté el
gatillo. Todos quieren preguntarles a los presos qué hicieron para estar allí. Las
causas son muy remotas. Todo empezó con el big bang.
Y no terminó en el tic.
Que yo cuente lo que ocurrió después puede justificar seguir
vivo.
Sigue en el capítulo siguiente.
Que es este.
Empecé a identificar
el gatillo con un interruptor: el tic como el on y el bun como el off. Pero en
esa fórmula lo interesante es despejar x. Donde
x es lo que se apaga cuando se oye bun
y lo que sigue funcionando con el tic.
Lo que no se mete en el ataúd. La diferencia entre la persona y el cadáver.
Cada vez que metemos uno en el ataúd se pierden todas las
caricias que le hizo su madre cuando era bebe, la ternura con que le cantó para
que se calmara y se durmiera, las estrategias de la maestra jardinera para que
alcanzara los objetivos de aprendizaje, los recursos que desarrolló para superar las
frustraciones, lo que le quedó de todos los libros que leyó… etc.
Y cada vez que nace uno nuevo hay que meterle todo eso de
nuevo.
No tengo la capacidad de dar el salto necesario para creer
en el alma. Puedo creer en lo que entiendo nomás. Me pierdo todos los
beneficios de la superstición. Y el alma por definición escapa a la
explicación. Si entendiste una explicación del alma es porque entendiste mal.
Toda esta egocéntrica perorata pretende explicar el marco de la investigación
que inicié después del tic.
Comencé por abrir un viejo baúl y releer tres cuadernos de
1976 en que, mientras hacía la colimba, en el desierto de la Patagonia, escribí
la primera mitad de una novela que nunca
terminé. Para mi gran sorpresa comienza
con una escena en que el protagonista llama un número de asistencia al suicida.
Me había olvidado. Algún pelotudo debe
acotar acá “No creo en las coincidencias”. La novela no cuenta cómo estaba por
suicidarse el protagonista. Sólo dice que llamó a un número de asistencia. Lo
atiende una mina y lo entretiene por teléfono, le recomienda que
deje la puerta abierta, le da charla, hasta que
aparecen dos grandotes y lo secuestran. Se lo llevan a una especie de
hospital de experimentaciones en medio del impenetrable donde un clásico científico loco de las películas desarrolla
sus teorías conectando las neuronas de
los humanos a transmisores electrónicos para producir telepatía radial. El científico consideraba que usar a
suicidas era más decente ya que ellos mismos estaban a punto de, como lo
llamaba él, tirarse a la basura. Yo no
hago más que reciclar lo que ellos descartan, decía.
Pero lo que a mí me interesaba recordar era la idea detrás
de los experimentos. Lo encontré, al rato, en una
hoja del primer cuaderno en que el científico decía: “El conocimiento humano
crece en forma exponencial, más rápido que la población misma. Hoy hay más
ingenieros vivos que en toda la historia de la humanidad. Más investigadores,
más científicos… Se hace cada vez más difícil que una sola mente pueda contener
tantas ideas. Estamos tomando decisiones todos los días con mucho menos data de
la que hay disponible y por lo tanto cometiendo errores inadmisibles. ¡Un
derroche!” Unas páginas más allá, se explayaba sobre la comunicación que
pretendía desarrollar para que las mentes humanas funcionaran en red. “Nuestra
comunicación más habitual, el habla, expulsando aire por vía de las cuerdas
vocales, la lengua y los labios es la que la evolución ha encontrado en estos
pocos milenios de vida del Hombre, pero no necesariamente la mejor, ni la
única, ni la natural si por natural entendemos cierto mandato moral o divino.
Es más, la gramática, la semántica y la sintaxis de nuestros idiomas se
formaron espontáneamente y fueron pulidas por las generaciones de usuarios con
la consiguiente ineficiencia y derroche de recursos. Los idiomas son equívocos,
imprecisos, lentos, caprichosos. Cambian por regiones y por el paso del tiempo.
Son difíciles de aprender. Son sucesivos, tardos, requieren concentración,
decodificación… Dale al cerebro humano una autopista en vez de ese sendero
tortuoso y aprenderá a usarla a tal punto que él mismo la ampliará. La
comunicación es el eslabón débil de la cadena y a la vez la punta de la madeja para un crecimiento
inimaginable… una verdadera evolución a algo superior.” Más adelante el genio
explica ciertos detalles: “El cerebro se adapta en poco tiempo al medio que
tenga a disposición. Un operador de telégrafo de principios del siglo veinte era
capaz, con un poco de práctica, de manejar su primitivo implemento (que
componía letras con puntos y rayas) de forma tal que ya no pensaba lo que codificaba
sino que le brotaban las letras automáticamente. Lo mismo logran las personas
que aprenden dactilografía al tacto, sin mirar las teclas… mueven sus dedos a
toda velocidad sin pensar dónde aprietan a cada instante. De la misma manera en
que nosotros no pensamos dónde ponemos la lengua o cómo cerramos los labios
para articular cada sonido y formar cada palabra. Dale a ese cerebro la
posibilidad de encontrarse con otro directamente por los nervios, ampliá el
vehículo que traslada los contenidos y
lo va a aprovechar. Si le permitís que
transmita cien veces más información por segundo, ¿por qué no lo haría? “ En otro lado introduce la idea de un “Ser”
compuesto de muchos “seres”: “si mi nervio óptico puede pasar información que
es decodificada por parte del cerebro y transformada en recuerdos visuales
dentro de otra parte de mi cerebro, es posible que esa información pase a otro
cerebro si le das la conexión adecuada. Una red de cerebros puede aprender, con
el tiempo, a organizar la forma en que se distribuyen la información
conformando un gran Ser compuesto de muchos. Desde que las centurias romanas conquistaron a
todos los ejércitos del mundo formando aquellas tortugas de escudos que
priorizaban el trabajo en equipo sobre
valor individual, sabemos que el
camino es la colaboración. En los tiempos de la conquista, para la guerra, en
la era del conocimiento para lograr el crecimiento explosivo de la inteligencia
y la sabiduría.”
Ese último párrafo cobraba ahora en mi mente un valor mayor
que cuando lo escribí. Me estaba dando servida la posibilidad de que la parte que no mentemos en el ataúd siguiera funcionando fuera de esa carne
muerta.
Si se cumpliese el plan del científico loco y los recursos
técnicos se desarrollaran para lograr su sueño, estando en vida se podría pasar mensajes, ideas, data, personalidad, (¿vida?) a
otras mentes. Y, atención, antes de
la muerte y con la debida anticipación
podría comenzar a migrar la totalidad de
lo que no se va al ataúd y depositarse en archivos de otros cerebros, convenientemente
distribuida. Sobre todo emigrar a mentes nuevas a las que toma tanto tiempo formatear
sin este recurso.
Nah. Tropezaste. ¿No
viste el escalón? Te pasaste de transferir ideas y datos a transferir vida. Ya
cuando dijiste “personalidad” estabas en la cuerda floja. Quisiste hacer el
viejo truco de la mano es más rápida que la vista pero perdiste. Fuiste mi sueño, mi mejor canción. Fuiste mi
vida, fuiste mi pasión. Todo eso fuiste, pero perdiste! Fuiste.
Tal vez acá convenga pasar al capítulo siguiente que si no
me equivoco sería el tres.
El hombre en busca de sentido no se desanima fácil, Gilda
(le hablo a Gilda porque es la que cantaba “todo eso fuiste, pero perdiste”).
Veamos para dónde agarra en el capítulo tercero.
El home banking me informa que quedan como seis lucas verdes
en mi cuenta. Jajaja! El tic las puso
mucho más cercadel la salida…dejaron de
ser lo que eran en mi mente: una reserva. Ahora son un ramo de flores. Se las
regalaré a mi agente viajes. Vuelvo a Boston.
En el 97 tomé una materia en el MIT. Como parte de un master
que hice en otra universidad tenía derecho a tomar una materia ahí. Entraba y salía de ese edificio como uno más
de los genios que hicieron de esas salas la punta de lanza del conocimiento
tecnológico. Los sábados se juntaban, en
aquellos pasillos anchísimos de la
planta baja, los malabaristas de toda la ciudad, a practicar. Llevé a mis hijas
una vez. Estábamos los cuatro hipnotizados. Había también unos expertos en
filmaciones con cámaras de ultra velocidad que podían mostrarles dónde fallaban,
por ejemplo, en la parábola de la octava bola que lanzaban en seguidilla a
rebotar en el piso de baldosas entre uno
y otro malabarista.
Una vez fui sólo. No había nadie porque ese día se llevaba a
cabo un encuentro de artistas callejeros no sé donde. Así que empecé a pasear por el edificio.
Entré en un gran salón medio en penumbras lleno de objetos que parecían de
utilería. Me quedé mirando una enorme
maqueta de unos edificios de Nueva York. Yo había estado en uno de ellos casualmente, unos años antes,
visitando a Charlie Newbery que tenía ahí
su oficina. De golpe me sobresaltó una voz feminoide y grave. Los
yanquis a veces hablan medio amanerados
para ser amables. “¿Sabes qué es eso?” me preguntó. Y pasó a explicarme. Estábamos en un túnel de
viento. Un estudiante había hecho su tesis sobre cómo el edificio que esa
maqueta representaba había sido construido para resistir los vientos. Al estudiar
el caso no encontraba explicación
suficiente. Llamó al constructor y le
pidió ayuda y el tipo tuvo que admitir que, si como sugería el estudiante
soplaba un viento fuerte de determinado ángulo, la estructura no lo podría
resistir. Para colmo el pronóstico de esa semana anunciaba vientos fuertes de
ese cuadrante. Hubo que evacuar las oficinas y toda la zona. Cuando yo visité a
Charlie, una viga inexplicable cruzaba su ventana. Habían reforzado. No más
inexplicable. Le conté al joven que yo me había preguntado por esa extraña
viga. Siguió en su rol de estudiante amable y me mostró otra sala donde se
acumulaban todos los últimos adelantos que las compañías de hi tech les donaban a los estudiantes
para que probaran, jugaran y dieran feedback. De un pequeño cuartito salió una
especie de robocop que dijo “¡Zack!” y
se saludaron con mucho entusiasmo, pero sin tocarse. El tipo tenía un casco medio
raro en la cabeza y una especie de monóculo que un bracito telescópico ubicaba
frente a su ojo derecho. Como una mini antena extensible podía acercarse o
alejarse del ojo. También tenía un
pequeño micrófono junto a la boca y en el pecho un tablero pegado
al cuerpo sobre el cual de vez en cuando apoyaba la mano y hacía movimientos
que para él y su computadora tendrían, quizá, algún sentido. En la oreja
izquierda llevaba un audífono.
“Lets go grab some coffe,
the guys are happy to see you and coming to join us” dijo Robocop y de
inmediato movió su mano sobre el tablero en la panza y de un parlante que no había yo
visto en su cuello salió una voz en español que dijo “Vamos a atrapar un café,
los muchachos están felices de verte y son viniendo se unan nosotros!” lo cual
fue seguido de una carcajada de ambos. Debo haber estado algo perplejo. Cabe
aclarar que esto ocurría en 1996. Yo recién empezaba aprender el uso de la
Internet.
Zack me presentó a Robocop (se llamaba Aaron) y me dijo que su reconocedor de caras
(activado a través de una cámara alojada en el casco) tenía todas la fotos de
los estudiantes y que por lo tanto mi CV había aparecido ante su ojo, en la
mini pantalla del monóculo, informando mi origen argentino por lo que Aaron
activó el traductor para invitarme a tomar café en portorriqueño de penúltimo
linyera y primer polizón en viaje a Venus. Los muchachos estaban presenciando nuestro
encuentro ya que esta especie de cofradía funcionaba conectada, en vivo y en directo,
todos viendo lo que hacían los demás.
El entusiasmo por volver a ese lugar a ver cómo había
evolucionado eso se enfrió de golpe cuando, ya con la plata en el bolsillo,
tomé conciencia de que veinte años después no estaría Zack ni Aaron ni los
muchachos y quizás ni siquiera la sala de últimas tecnologías donadas para
jugar.
Dicen que desilusionarse es volver a la realidad. Aterricé e
hice el duelo de mi viaje a Boston. Listo, no voy. Busqué a Zack en internet y
no apareció. Busqué a Aaron Mandelbaun y aparecieron más de veinte. Lo crucé
con las palabras que posiblemente acorralaran a un nerd del high tech y salió su página de facebook.
Lo llamé por teléfono y me atendió inmediatamente. Le recordé nuestro encuentro
y nuestro café conlos muchachos, le dije
que estaba escribiendo una nota para una revista. Quizá sea cierto. Alguna
revista tal vez publique esto algún día. En la vida después de la muerte todo
es posible.
Me fue a buscar al aeropuerto de Nueva Orleans.Poco habitual
en los yanquis, pero en Nueva Orleans estás en otro mundo. Tienen el único
cementerio con bóvedas del Estados Unidos. Aaron vive allí porque le gusta el
jazz y porque necesitaba un contexto desafiante a la formación judía ortodoxa
que le dieron sus padres adoptivos. Las contradicciones son buenas para la
creatividad, me dijo. A mi toda esa historia me fascinó pero sería un desvío de
este raconto así que suspendo. Tampoco voy a contar que esa semana era Mardi Gras (el carnaval típico de New
Orleans en que las mujeres desde los balcones muestran las tetas a pedido de la
multitud borracha que fluye por las calles) y que estaba de visita su hermana y
que juntos recorrimos la ciudad durante esas noches enloquecidas. Aaron trabaja
creando dispositivos basados en la tecnología de avanzada para asistir a gente con discapacidades. Desarrolla
en su garaje prototipos con un asistente ecuatoriano. Lo banca una empresa de
tecnología que le compra todos lo que inventa. Y también le pagan las personas
a quienes ayuda. Me enamoré de la hermana pero nunca perdí de vista el
objetivo. Y además ya se me pasó.
Estamos ya para pasar a otro capítulo ¿no? Creo que sí. Porque acá aparece el caso de una parapléjica
y su hijo. Sí. Chau.
Capítulo cuatro, si no me equivoco.
Voy a pasar directo al caso de Sherry DiCaprio (si, como el
actor). No voy a explicar su enfermedad ni la de su hijo porque no estoy seguro
de haber entendido y porque, para el tema que nos ocupa, es irrelevante. La
cosa es que a partir del parto quedó inmovilizada y su hijo creció sin poder
caminar. Ganó un juicio de mala praxis por muchos millones de dólares. Y
contrató a Aaron, que de ser un estudiante nerd con un casco tecnológico se
había transformado en un referente de asistencia a enfermos con aparatos de
avanzada. Es madre soltera y nunca se supo del padre y Aaron ha trabajado tanto
con ella que es una especie de miembro de la familia.
Aaron me dice que el hijo se llama Sherezad, así como lo
escribo. En honor al personaje de
las mil y una noches. No le
importó (y quizás nadie se atrevió a discutirle a una mujer cuadripléjica) que su hijo fuera varón y el nombre
perteneciera a una mujer famosa de la literatura universal. Aarón me cuenta esto mientras almorzamos en
un restaurant creole. Creole es la
palabra criollo en francés que pronunciada por los yanquis se refiere
(por lo que yo vi) a todo tipo de mezcla de los franceses (los que estaban ahí
y le pusieron el nombre de Orleans a esa ciudad Nueva antes de que Francia le
vendiera el territorio a EEUU), con
nativos, negros y cualquier otra cosa exótica que uno quiera meter en la olla.
Piacante. Estoy tomando mucha agua.
Sherezad además de ser creole (inlcuyendo un antepasado
italiano de la madre que no dejó mucho más que el apellido) es un bebe con
problemas de salud relacionados con los de la madre. Te digo que es un bebe con
problemas y suena manejable, porque los pobres bebes enfermos no joden mucho. Pero crecen. Y con ellos
crecen y cambian sus problemas, desafiando nuestra pereza de enfrentar
dificultades nuevas. Sin embargo la pereza de Sherry no se parece a la nuestra,
a la mía por lo menos. Y además, dispone de dieciséis millones de dólares para
que Sherezad joda más de lo que hubiese jodido por sus propios medios
limitados. Y está Aarón Mandelbaun con
toda la tecnología de vanguardia para que cuando Sherezad quiera algo tenga más
posibilidades de obtenerlo. Yo escucho azorado tomando agua y mordisqueando eso
que me trajeron que pica como si estuviese masticando un panal de abejas. Aarón
dice:
“Empecé a trabajar con Sherry antes de que ganara el juicio,
por que la empresa me pagaba el sueldo y me compraba mis desarrollos para fabricarlos en serie y venderlos a otros o
aplicarlos para ideas de consumo masivo. Pero cuando ella cobró toda es plata
me pidió que le dedicara más tiempo y acepté. Lo primero que hicimos fue
adaptar algunas cosas que ya existían para ayudarla a comunicarse y a sentir su cuerpo. Aunque a nosotros
pueda parecernos raro, su vida estaba en peligro, no tanto por su enfermedad
sino por no sentir ni reaccionar a lo que el cuerpo le pide como hace cualquier otra persona. Nosotros no somos muy
conscientes de que a cada rato nos movemos, aún durmiendo, porque el cuerpo lo
pide. Nos rascamos, parpadeamos, nos
estiramos, suspiramos, eructamos, tosemos,
etcétera y son todas maneras de hacerle el service a un aparato complejo (nuestro cuerpo) que cambia todo el
tiempo y necesita adaptarse. Todo eso y mucho más, lo hacemos en respuesta a
mensajes que recibimos de sensores que tenemos por todos lados. Esos mensajes
son tan habituales que no distraen nuestra conciencia. Yo puedo estar muy
concentrado en lo que te estoy diciendo y acomodarme sobre mi silla porque una
nalga necesita más irrigación sanguínea, o suspirar, o elongar mi nuca. O sea
que mi primer trabajo fue vestirla con un tejido de sensores y enseñarle a ella
a percibir y entender los mensajes. Yo lideraba el proyecto pero fue
indispensable trabajar con varios médicos y a veces con traductores porque dos
de los más especializados son un coreano y un japonés. “
Le dije que yo tenía entendido que mucha gente está postrada
en su cama y que hay toda una técnica desarrollada en los hospitales para que
los enfermeros los masajeen y los muevan y se ocupen de reemplazar lo que
nosotros hacemos. En la cara de Aarón asomó fugazmente una expresión de impaciencia,
tipo “esperaba más de vos”, y simplemente acotó: “esa es la protohistoria de lo
que tenemos en proceso acá.”
Y después de una pausa se entusiasmó: “Pero tenés razón” me
dijo “si todo mi esfuerzo se limitara a mantener más o menos sana a Sherry,
esto sería muy aburrido. Valoro tu iniciativa periodística”. Puse cara de
periodista.
“Debo reconocer, sin embargo, que mucho de lo que tenemos
entre manos en este momento fue apareciendo inesperadamente. Y a su vez se va
multiplicando, como con vida propia”
Le dije que a mi entender todos los inventos tenían una gran
dosis de suerte, pero no le cayó muy bien, se ve que prefería monopolizar él la
modestia. Siguió como si yo no hubiera hablado:
“Imagínate que yo pienso en Sherry y sus dispositivos aproximadamente seis horas por día, pero ella
los tiene puestos, los vive, y su cerebro no para. Además toda su relación con
Sherezad pasa por la tecnología que la asiste. Y te diría que hay allí una
fuente de motivación insaciable. Se le ocurren cosas todo el tiempo. Me habla constantemente. Obviamente estamos conectados
de forma que yo puedo ponerla en mute, pero rara vez lo hago. Su voz es parte
de mi cerebro, ya. Esto incluye domingo a las tres de la mañana o en medio de la fiesta de Navidad o cualquier otro momento en que se le ocurrió algo. Aparte escribe toneladas
de ideas y las recibo en tiempo real. Para eso tengo un estudiante que hace una
pasantía con nosotros que ordena y clasifica y va editando. El me resume una
vez por semana lo que pueda ser relevante para nuestro proceso. ”
Unos segundos después giró la cabeza para saludar a alguien
que pasaba y en ese momento vi que adentro de su oído tenía un minúsculo
audífono. El casco había evolucionado. Su reloj pulsera era como una muñequera
anatómica y varios anillos en sus dedos obviamente cumplían una función que
excedía la estética. ¿El código Morse en su última expresión? En la solapa de su camisa había un prendedor que
seguramente era una cámara y un micrófono.
Me pregunté si ella oía toda nuestra conversación. Recordé
que “los muchachos“del MIT vivían en esa promiscuidad. Me invadió una paranoia y revisé lo que yo
había dicho hasta el momento. Me pregunté sobre las consecuencias que pudiera
tener ofender a un cerebro en un cuerpo inmóvil.
“Poca consecuencia” pensé y en seguida esa tranquilidad fue destrozada. Se me
aparecieron imágenes de ciencia ficción, magia y terror. Cuando
conocí a Sherry ese miedo
encontró una justificación. Ocurrió al día siguiente.
Lo que nos justifica un nuevo capítulo. Que viene a ser el
quinto.
El quinto empieza cuando me subo al auto de Aarón para ir a
conocer a Sherry y Sherezad. Por si no se dieron cuenta hasta ahora este es el
momento de notar que el nombre del hijo parece un estiramiento del de
ella.
Antes de ir a la casa teníamos que pasar a buscar a un
israelí colega de Aarón. Un inventor con quien él se mantenía en contacto y que
ahora pasaba por Nueva Orleans a visitarlo. Eso implicaba que estaríamos más de
una hora, en el auto, juntos y solos, hasta que subiera el tipo éste y después
otra media hora los tres camino a lo de Sherry. Una gran oportunidad de
preguntar más sobre ella antes de conocerla.
Pasó a buscarme puntualmente por el hotel en un auto muy
lindo y moderno, nada nerd.
Le hice algunas preguntas tontas sobre Sherry para romper el
hielo. Estudiando en EEUU yo había notado ciertas diferencias entre las culturas de Buenos
Aires y la de los norteamericanos con respecto a las conversaciones y la
amistad en general. Ellos no están tan preparados a abrirse. Un ecuatoriano, un
africano, un japonés, un tipo de Ámsterdam con todos sus diques y molinos y la
final del 78, me habían resultado más satisfactorios a la hora de establecer
contacto. Este, sin embargo, era judío, lo cuál podía significar cierto
parecido con mis amigos judíos de Argentina,
su densa cultura y su humor ácido, con los que me sentía cómodo. De todas maneras avancé lento y con cuidado,
como sobre un lago congelado recientemente, escuchando si crujía bajo mis pies.
Lo bien que hice, porque Aarón parecía temer que esta intimidad a la que, por
un buen rato, nos exponía el auto pudiera ser un poco más de la que él deseaba.
Eso ya era dato. Así como en el sexo el pudor es señal de deseo, en esta
relación, la distancia que él ponía
delataba un tesoro oculto de información superior al que yo había imaginado.
O sea que empezar por preguntas de rutina fue buena táctica.
Cuánto hace que se conocen. Cuatro años. En qué estado estaba ella cuando la
conociste? Bastante mejor que ahora… hablaba y movía la cabeza. ¿Ya estaba embarazada? Sí. O sea que la
invalidez no empezó con el parto. No, es anterior, pero siguió avanzando. Eso
debe ser difícil para vos… La pregunta era intencionalmente ambigua. La
dificultad podía referirse a lo técnico o a sus sentimientos por Sherry. Aarón
no contestó. Soltó el acelerador y frenó junto al cordón de la vereda de un
parque. Me miró y me dijo:
“Ury va a llegar una hora y media más tarde”. Ury era el
inventor Israelí. Ahí entendí que había recibido la información por alguno de
sus dispositivos informáticos mientras yo le hacía la última pregunta.
Me sacó la mirada y se quedó pensando con las manos en el
volante.
“Vamos a hacer un picnic” fue su conclusión, y dobló en la
primera, metiéndose en el parque. Cuando llegamos al lugar que le pareció
adecuado dijo:
“Esto no es cosher” y sacó del baúl un envase de
supermercado con champiñones y dos tenedores. Los aderezó con un sachette y
me explicó:
“Son alucinógenos. Una vez al mes, nunca más que eso. Como
la ayawasca. La mente humana es un instrumento al que hay que poner en
perspectiva de vez en cuando. Mis padres no aprobarían.”
Comimos.
Aarón resultó ser un tipo muy gracioso. Empecé a reirme de
sus chistes y cada vez me reía más y él se contagiaba y después me reía de sus intentos de seguir
hablando a pesar de que la risa no lo dejaba completar ni dos palabras
seguidas. Y después me reía barranca abajo con el envión y me impresionaba lo
bien frenado que estaba el auto y los árboles. Yo nunca me había dado cuenta de
que el aire estaba frenado y los colores. Todo tenía un freno, hasta el sonido
de los sonidos y el tiempo. Cuando paré de reírme, después de un rato, me
sentía como un trabajo bien hecho. Como un pomo bien exprimido. Como un suspiro
sentado en una reposera. Como si ya hubiese respirado todo lo que necesitaba y
pudiera quedarme mirando la transparencia del vidrio para siempre.
Digámoslo: como si hubiese sido bum en vez de tic.
Y volver no fue espantoso. No había que vestirse, ni llamar un
taxi, ni pasar un trapo.
Tampoco Aarón parecía muy arrepentido de nada.
Había que ir a buscar a Ury en cuarenta minutos. Pero ya nos
caía más simpático. Nos pusimos en camino.
Me contó sin que le preguntara. Empezó hablar en medio de mi
suspiro en la reposera que duraba y duraba mientras pasaban las calles y las
personas desconocidas con bolsas o paseando perros y los granes camiones y las
palmeras y el campo húmedo. Me dijo sin anestesia:
-
Estoy perdidamente enamorado de ella. No puedes
repetir esto ni escribirlo en ningún lado.
Ustedes, indiscretos lectores se alegran de que lo escriba.
No sólo porque es un hecho sensacionalista, de tabloid amarillo. “Inventor
excéntrico enamorado de
cuadripléjica”. Sino porque la traición
es también fascinante. Y teóricamente yo estaría faltando a mi palabra. Si la
hubiese dado. Cosa que no hice. Ya hablaremos de esto más tarde cuando pueda
armar una defensa imbatible.
Por ahora resulta mucho más interesante el hecho de que
Aarón confesara por primera vez a un mortal que estaba pedido de amor por
Sherry. Y sobre todo, las causas y las consecuencias de ese hecho admirable.
Gracias hongos. (Habría que agradecer hongo porongo aunque el chiste sea viejo).
En mi estado de beatitud recibí la noticia con beneplácito.
Era bueno para Sherry y para el progreso de la tecnología que yo estaba
investigando El amor es un buen móvil. Y además… es el amor. Tipo que ya está.
Admitamos entonces que perdí la objetividad. Me enamoré de
ese amor y de lo que estos dos o tres hicieron del amor.
Al buen lector no le pasó inadvertido el tres. Claro porque
en la fórmula está Sherezad. Metido en el medio gracias a los aparatos de
Aarón. Pero ojo que esta es la historia de Sherezad como Adán. Adán dejó ser de
mono. Y Sherezad dejó de ser individuo. Y yo fui un voyeur. Gracias a tic, mi
vida.
Por respeto al lector que anda medio perdido vamos a poner
orden: Sherry tiene un hijo al que no
puede abrazar. Al que no sintió nacer aunque ella dice que sí porque suplió con
su mente y su conciencia lo que el dolor del parto no le clavó en la carne. Dice
que lo oyó, lo olió, lo vivió. No es difícil creerle. Por amor, la gente, se
entrega a creencias más inverosímiles. Como que Jesús haya nacido de una
virgen.
Nacido el tipo, ella está como yo después del tic. Y el
tiempo sigue pasando. Habla con Aarón. Según él, ella hace el discurso más
emotivo que oyó en su vida. Según él, (me da un poco de pudor repetir sus
palabras) él nace de verdad al oír eso que le dijo. ¿Qué le dice ella? No he
logrado llevar a Aarón a un esfuerzo formal por reproducir ese
momento y es obviamente difícil pedirlo, pero lo que él ha dicho hasta ahora es
más o menos esto. Cabe aclarar que la que habla sólo puede susurrar, porque ya
ni la cabeza mueve y que le han sacado un hijo del cuerpo media hora antes y se
lo han llevado a revisación: “Todo parece indicar que un alfiler cayendo en
cámara lenta de la mesa del cuarto de costura vacío, en una casa donde cunde el
pánico porque está en medio de un terremoto, tiene más poder que yo… pero yo… Paremos un instante a recapacitar… Pero
yo, acabo de tener un hijo y acabo de
decidir que te voy a pedir ayuda. Y de pronto el terremoto soy yo. Porque me
estás escuchando. Ahora los vientos dependen del que quiere viajar. Ya me
avisaron, los médicos, en el sexto mes, que Sherezad no va a moverse de la
cintura para abajo y que quizás eso empeore con el tiempo. Todo lo que otras
madres tienen de alegría y de capacidad, yo lo tengo de determinación y de
confianza. No lo he podido abrazar como abracé a tanta gente en mi vida. A él
no. Pero en este momento te hablo con más fuerza que todos los abrazos porque
estamos con la flecha apuntando al blanco. Voy a encontrar qué salvar de este
naufragio y vas a ser mi socio entre las olas.”
Por respeto a esas palabras esto sigue en el capítulo seis.
Capítulo 6 de “tic en vez de Bum”
Estamos en el auto y Aarón acaba de contarme el discurso con
el cual Sherry lo sumó a su búsqueda para estar en contacto con su recién
nacido. También confesó su amor. Pero después se me fue aclarando que no cayó
flechado en ese instante sino paulatinamente, trabajando con Sherry y Sherezad.
Aarón hacía movimientos con su cuerpo cuando hablaba de eso. Juntaba los puños
cerrados, nudillos contra nudillos y abría las manos y movía los dedos como si
de esa colisión, de ese encuentro se liberaran pájaros o rayos de luz. El no se
daba cuenta. Y tal vez fuera imaginación mía, pero de nuevo, es lo que hay.
Cuando Ury subió al auto obviamente la conversación pasó a
un plano menos íntimo. Al saber que yo era argentino se alegró y me miró a los
ojos. “Estuve en Buenos Aires. Me encanta el tango, me dijo”. Un lugar común si
los hay, pensé. “Fui a dar un taller de invenciones en la UTDT, por cinco días.
Tomé una clase y decidí quedarme un mes aprendiendo a bailar. Una de mis
mejores patentes salió de ese curso de tango”. Ahá, pensé. “La magia de una pareja que baila
bien se basa como toda magia en un truco que los ojos no perciben”, le explicó
a Aarón dando por sentado que esto yo ya
lo sabía. “El hombre le marca a la mujer lo que va a hacer antes de hacerlo con
leves toques en la espalda y luego lo hacen al mismo tiempo cuando llega el
siguiente paso. Yo había estado desarrollando un dispositivo para
discapacitados y llevé esa idea al mecanismo. El humano de movilidad reducida
le marca al motor lo que quiere hacer y el motor lo hace. Después se hizo obvio
que el camino inverso también era útil. El motor le avisa al humano el
movimiento que va a hacer en muchas circunstancias en que debe moverse para
evitar un obstáculo o eludir un peligro. Lo interesante es que en el tango, las
parejas que llevan tiempo bailando ni piensan en mandar el mensaje, sale sólo,
y el que recibe no está concentrado en decodificar, entiende naturalmente. Y mi experiencia fue que los discapacitados
se fusionaron con estos mecanismos de manera tan armónica que superó todas las
predicciones. No debiera sorprendernos mucho ya que vemos, aquí, a Aarón manejando
el auto como si fuera parte de su cuerpo.”
“Es verdad”, dije. “Yo no bailo tango, ni nada, pero durante
mucho tiempo, con un amigo, hacíamos un sketch de un enano, en el cual él ponía
sus brazos por sobre mis hombros y los metía por las mangas de mi saco que
invertido quedaba con los botones en mi espalda… Mientas yo colocaba mis manos
en unos zapatos apoyados sobre una mesa frente a mí, y juntos, a los ojos del
público, conformábamos el cuerpo de un enano que bailaba cantaba y contaba
chistes. Al poco tiempo habíamos logrado una coordinación que no tenía
explicación racional. Al separarnos, terminado cada show, sentíamos que
descuartizábamos a un ser orgánico.”
Aarón carraspeó un poco antes de contar que “los muchachos”
de MIT en tiempos de estudiantes habían llevado a cabo algunas experiencias que
podían compararse, pero que eran un tanto confidenciales. En aquella época
empezaba la pornografía en internet, tímidamente. Y uno de los muchachos puso en común una
escena. Cabe aclarar que todos teníamos los signos vitales conectados y
sabíamos lo que pasaba en los cuerpos de los demás integrantes del grupo. Incluso
podíamos acceder a un mapa del cerebro del otro y ver qué partes estaban más
activas. Empezó como un chiste: aquél a quién le subían más las pulsaciones al
compartir el video porno debía pagar cervezas para todos. A la semana uno de
ellos presentó gráficos indicando que la subida de uno estimulaba la de otros.
Había dos chicas en el grupo y se constató que si a ellas les subían las pulsaciones
tenía un efecto más fuerte sobre todos los varones, que obviamente estaban más
interesados en los datos de ellas. Esto
evolucionó en diversos frentes. Alguien desarrolló una aplicación que sacaba un
promedio de latidos de todos los integrantes y mostraba irrigación sanguínea y
actividad neuroelectrónica de las
diferentes zonas del cerebro, presión arterial y consumo de oxígeno, ya no
individual sino de todos como un sistema.
“¿Todo esto con la ropa puesta?”, preguntó Ury entre risas.
Aarón no se rió. Le destinó una mirada de unos segundos y
después dijo. Con esos cascos puestos estábamos siempre desnudos. Te lo ponés y
sabés que los demás te ven como sos.
Yo sentí que había un poco de tensión en el aire y quise
aflojar con un chiste: “Ahora entiendo
porqué en Estados Unidos se ponen casco para jugar al football, y lo gozan
tanto!!”
Pero los otros dos se habían quedado pensando y tampoco se
rieron. Con lo cual yo opté también por callarme y pensar. Me tomó unos
segundos entender que seguramente, en los dorms
de la universidad la experiencia habrá escalado hasta niveles máximos, y
que Aarón hubiera estado dispuesto a reírse de sus pecados de
estudiante, como hace toda la gente de mediana edad, si aquellos no tuvieran
una relación directa con lo que estaba viviendo con Sherry. Él ha llevado la
relación con ella a una comunicación de alta fluidez e intimidad. Y está
enamorado. Hay sin duda un componente erótico. No quiere exponer eso a nuestro desconsiderado
humor de vestuario. Que ella sea cuadripléjica no es un detalle menor.
Hay que salir del tema erótico y amoroso. Hay que volver a
la técnica. Se me ocurre una idea y avanzo.
-
Obviamente en el baile del tango se ve una
coordinación maravillosa. It takes two to
tango! Lo interesante es ver cómo eso mismo se logra en equipos. Dicen que
el fútbol (el de pelota redonda y arqueros) es el deporte más popular del mundo
porque los resultado son más imprevisibles que en ningún otro deporte. Hay
tantas jugadas causales que dan vuelta un resultado. El último siempre tiene
chance contra el primero. A mí lo que me impresiona es la cantidad de errores,
las desinteligencias. Si miramos a un equipo como a un único ser vivo, es un
ser muy enfermo. Totalmente descoordinado.
-
Absolutamente,
dijo Ury
-
Ustedes saben que ya los jugadores usan
dispositvos electrónicos que registran sus signos vitales y todos sus
desplazamientos en la cancha para llevar cómputos y estadísticas.- dijo Aarón
,contento de hablar de deporte.
-
A mi entender, la función social del deporte es
hacer un simulacro de cosas más importantes con una que no tiene ninguna
importancia: el lugar donde se encuentra una pelota- dije yo con cara de intelectual.- El deporte
es un ensayo. Los médicos practican con cadáveres, las sociedades con pelotas.
-
Interesante - dijo Ury amablemente. Y Aarón dejó
entender que no se le había ocurrido, pero que se podía considerar la teoría.
-
Lo que hay que hacer, entonces- dije
envalentonado por la aprobación de ambos- es mostrarle al mundo un equipo que
no parezca descoordinado. Que sea una máquina perfecta de ganar coordinada por
la telepatía electrónica.
Hubo un silencio en el momento en que yo
esperaba una aclamación.
-
Estamos llegando- anunció Aarón – y me pareció
entender que hablaba para Sherry y Sherezad.
Cuando uno va a conocer a alguien se predispone a sentarse
en un living, que le ofrezcan algo para tomar e iniciar una charla inofensiva
de lugares comunes y de dónde es cada uno y si conoce a fulano o mengano.
No existe un living en la casa de Sherry. No es posible
sentarse con ella cara a cara. Ella vive sobre un plano que está sostenido por
un enorme brazo mecánico. Esta especie de guincho parece uno de esos robots que sueldan las
carrocerías de los autos en las líneas de montaje. Tiene la posibilidad de
ponerla en diferentes posiciones: vertical, horizontal, boca abajo. Porque una
serie de fajas rígidas se despliegan para sostenerla o porque la misma cama en
que está puede pasarla a otra cama melliza para que esté un tempo acostada
sobre su pecho. Su cuerpo se ha reducido mucho por la falta de actividad en
todas sus funciones motoras y por lo tanto sanguíneas, linfáticas,
respiratorias, óseas. Un traje parecido al de un astronauta se ocupa de
masajearla y de mantener la temperatura dentro de parámetros convenientes y
amortigua la presión de los aparatos que la sostienen cuando se mueve.
Pero lo físico, si bien es lo más visible, no es lo que más
le importa a ella. El gran desafío es mantener esa versatilidad de posiciones y
esa infraestructura al servicio de su cuerpo mientras se sostiene el
complejísimo sistema de comunicación al que está conectada.
Sería imposible que yo entendiera, aún si Aarón estuviese
dispuesto a explicarme, la tecnología que rodea a esta mujer y su hijo. Pero
incluiré en este raconto algunas cosas básicas que creo haber captado:
Mientras ella hablaba con facilidad y movía la cabeza, los
dispositivos eran cosas que más o menos los legos conocemos. Un programa que
transformaba la palabra hablada en palabra escrita. Un mouse especial que podía
ser manejado con sus movimientos de cabeza. Cerca de diez monitores en los que
ella recibía información y podía interactuar con ese mouse. Celulares y
llamadas con video cámara manejados por voz. Etcétera.
Aarón entendió a tiempo que se iba a quedar sin músculos. Y
una médica joven le alertó que no podía estimar mucho más de un año de
transición y que el embarazo posiblemente acelerara ciertos procesos a raíz de
las hormonas que se liberan y tal. Trabajó frenéticamente antes de que los nervios
perdieran el interés de dar órdenes a los músculos que no respondían. Puso
enormes computadoras a detectar de qué nervios venían qué mensajes para qué
movimientos. Una conciencia humana no podría aprender eso, pero la mente sabe
hacerlo en otros niveles y Aarón se dedicó a transferir ese código a la memoria
de computadoras para que esos mismos mensajes electrónicos se usaran para que
aparatos hicieran lo que antes hacían los músculos u otras cosas que le
resultaran útiles a Sherry. Sacar la
lengua, por ejemplo se codificó en suministrar agua. Fue el primer e histórico progreso. Ella tuvo que
aprender que ya su lengua no se movía pero que el intento de moverla ahora le
proveía de agua por la sonda. No sólo fue una buena noticia porque se podía
emplear los mensajes de los nervios para hacer cosas sino porque ella sintió la
enorme emoción que nadie entendía al principio de hacer algo por sí misma. Agua
cuando yo quiero, no el goteo del sachette
colgando impersonalmente de un perchero metálico.
Un equipo de expertos la ayudó a alimentar la máquina de
hablar. Con grabaciones que había de su voz cuando estaba sana sacaron muestras
de timbres y tonos de vocales, consonantes y hasta lograron en algunos casos
las entonaciones de las frases. Pero lo mejor que hicieron fue dejarle un
programa que le daba la posibilidad de que ella fuera eligiendo y puliendo su
propia manera de hablar. No sólo fue bueno para comunicarse, a partir de ahí
exigió que todo lo que se desarrollara para asistirla tuviera esa posibilidad de
que ella lo fuese puliendo. “Campo abierto” lo llamaba a eso. No me traigan
nada que no tenga campo abierto.
Otro gran progreso fue cuando Aarón le diseñó un traje
anatómico que revistió de infinidad de sensores su cuerpo. Y cuando ella tras
días de usarlo empezó a entenderlo le dijo a
Aarón:”Mandá a hacer cantidad de
estos para Sherezad. Me imagino que no se hacen muy rápido y este chico va a
crecer. Quiero que siempre tenga uno de su tamaño disponible. Además los va a
ensuciar y romper”. Todavía no se sabía si Sherezad iba a evolucionar igual que
ella, pero lo que le interesaba a Sherry no era sólo que él pudiera enterarse
lo que pasaba en su cuerpo sino que ella pudiera enterarse. Cuando Sherezad
empezó a usar estos trajes, había información del volumen de su cuerpo
compuesta por todo eso miles de puntos que podía transformarse en imagen en un
monitor. Y ella podía verlo estuviera donde estuviera. El paso que nos cuesta
imaginar a los legos es que ella hizo instalar un interruptor con el cual podía
reemplazar todas las sensaciones que le
llegaban de su propio traje y su propio cuerpo por los mensajes del cuerpo de
él. Chupate esa mandarina. Ella podía
sentir lo que sentía Sherezad en vez de sentir lo que sentía ella con sólo
apretar un botón. En realidad no apretaba botones, pero es una vieja forma de
decirlo.
No hay duda de que eso ya puede empezar a oler a podrido
¿no? Más de un psicólogo profesional o amateur va a poner algún grito en algún
cielo. Y ese olor a podrido atrae moscas
que lo revolotean… y el zumbido suena a incesto. Pero quién se animaría a
meterse con una cuadripléjica. Ni los puritanos del Sur de los Estados Unido
que dicen que la vida nació con Adan y Eva y Dios enterró los huesos de los
dinosaurios para poner a prueba nuestra fe.
3 Comments:
Cabe aclarar que esto está inconcluso y que cada tanto le agrego un capítulo.
lo pongo acá para no perderlo si me roban la compu y para que si alguien hace alguna crítica constructiva pueda usarla par construir.
Agradezco mucho a todos los que hicieron un esfuerzo para evitar los comentarios.
Es más dura la abstinencia a leer tus capítulos que la de la nicotina... Flor
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