Wednesday, November 22, 2017

Esta hoja


Esta hoja en blanco tiene fondo. Algún reflejo  y las ganas de creer pusieron en su mito un parentesco con el cosmos.  Pero es un lago, aunque el pescador no vea el otro lado… Hay una orilla de barro que nos marca el final de los puntos cardinales. Y hay otro pescador allá, sentado, en el extremo opuesto. Está callado con el mismo silencio que guarda el de esta orilla. Preguntándose lo mismo. Como el eco que nos marca que ha llegado a su fin el desfiladero.
Al tirar la línea se rasguña la superficie inmaculada. El alma del pescador que estaba abierta y relajada se levanta de su asiento y observa atenta. Se cierra un abanico en su mirada. Lo que parecía infinito ahora es sólo un tajo… o un rasguño apenas,  aunque siga rodeado de oportunidades.
Si algo tira de esa línea hay una fiesta. De comida, engaño, muerte, y la ilusión de que no existe el tiempo. Un remolino de anzuelos con forma de pregunta busca palabras para echar a la parrilla.
El pescador acecha algún sentido. Busca más allá del océano y del suelo. Quiere apagar el  infinito con una piedra en que se hunda el cielo. Se ha creído el mito de que en el agua todo fluye. Con sus manos en la caña cumple un rito de descifrar las telarañas que enredan los misterios de la oscuridad y sus entrañas.

Algunos tarados  inocentes impostan la voz para decir que verdades hay muchas. No es verdad. Quien hace bien su lucha en el ritual ya lo sabrá. No es un sabio el pescador. Es la carnada.

Monday, November 20, 2017

llegar al espejismo



Un tipo como yo, al que le gusta escribir,  cree que en estas teclas está  la combinación que abre la puerta hacia un mundo mejor. Al menos por un rato.
A un tipo como yo le encanta tener su silla con posa brazos y almohadón  frente a esta sólida mesa de madera, desde la cual, mirando para la izquierda ve la plaza, a la derecha la galería y después  el jardín, huerta, brasero,  pileta (ayuda eso de la pileta, también). Mirando para el frente,  a través de la cocina americana, ve un cantero a la sombra del quincho en el que, media oculta por la espesura, medita la estatua de Buda que Maribel pintó de negro.
Atardece y la luz es de serenidad. Un pájaro busca sus lombrices con menos ansiedad que a la mañana.
El mate está bueno. Tiene una hojas de menta que sacamos de la huerta.
El cuerpo de un tipo como yo murmura todavía, como una cama deshecha, sensaciones del buen partido de tenis mañanero, unos jugos de variadas frutas y verduras con jengibre, y una siesta espontánea tras la ducha.
Magia, la gata negra, camina sin audio hacia la escalera y se va para arriba.
El tiempo parece detenerse.
 A este momento condujeron mis esfuerzos de una vida remando en la suerte, mis decisiones, mis distracciones, y los vientos.  Para un tipo como yo este debiera ser el punto de llegada… 
…y entonces es inevitable pensar todo lo contrario: que las venas de relojes y calendarios están abiertas.
Negaremos todo y miraremos de nuevo la delicadeza del pájaro en el pasto del jardín.
No está más.
No importa: Decretaremos que éste es el llegadero.
Lo llamaremos “ Indias”.
Que venga algún Américo, después,  a hacer otro mapa.