Saturday, June 26, 2010

You don't really...(13)

El chofer

La limusina que pasó a buscar a Jane por el departamento de su hijo estaba conducida por un paralítico en una silla de ruedas. El tipo pudo haberla llamado al celular para avisarle que bajara, pero optó por descender del auto en su silla a motor eléctrico y tocar el interno. Jane, sintiéndose culpable, le dijo disculpe que no bajé antes... me hubiese llamado al celular... El tipo contestó en tono de jugador de fútbol: ahw... me gusta bajar a estirar las piernas cada vez que puedo. Me imagino a Jane poniendo la misma cara que puso cuando destruí su caja forrada en manos. Esa que demuestra que está controlando su primera reacción y entendiendo que debajo de la superficie hay algo más interesante. Me la imagino dispuesta a usar su nueva manera de relacionarse con la gente para dejarlos decir lo que subyace.
Pero la simpatía del chofer era formal, mecánica. No le interesaba ser escuchado por Jane ni un centímetro más allá de la superficie. Después de varios intentos fracasados Jane empezó a tomarlo como un desafío personal. Sabía que no debía insistir tontamente porque eso podía empacar al otro como una mula, así que hacía largos silencios durante los cuales no tenía más remedio que preguntarse cosas sobre sí misma, en ese lugar, intentando hacer hablar a alguien, mientras su trabajo diario era armar a un ejército para que hiciera lo mismo. El viaje a Nueva York toma unas cuatro horas, con lo cual pasaron unas cuantas cosas por la cabeza de Jane. La más obvia fue: ¿me irrita que no quiera hablar, que no caiga ante mis técnicas de escucha, porque eso demuestra que no soy tan buena en lo que estoy haciendo y no merezco el puesto en que estoy? Pero algo de ese planteo le sonaba demasiado simple. ¿Será el miedo al fracaso de toda esta empresa? No, no… no soy una chica tan simple. La explicación que Jane intuía se refería más a la impotencia de la incomunicación. Sin embargo, ella misma no estaba dispuesta a aceptarla como respuesta total. Era demasiado romántica y la ponía en un lugar de heroína en la lucha contra la incomprensión que sonaba demasiado melodramático y empalagoso como para ser cierta.
Hacia la mitad del viaje la idea apareció claramente en su cabeza: a los seis años le hubiese gustado que alguien no se rindiera intentando escucharla. Que en aquella época podría haber sido un tipo como este, paralítico y en silla de ruedas o cualquier otra persona del mundo. Lo pensó durante diez minutos sin que otra idea pasara por su mente. Hasta que empezó a llorar. Fue un profundo llanto de encuentro. De paz. Se había acostado sobre el asiento de atrás como para dormir y, fuera de l ángulo en que podía verla el chofer había enterrado su cara entre los brazos y las grandes solapas de su sacón. El pelo rubio sobre la franela negra.
Una hora más tarde pararon a tomar un café. Bajaron sin intercambiar más que monosílabos. Se sentaron frente a frente en un café de autoservicio casi vacío.
Eran cerca de las tres de la mañana. Ella se llevó dos tazas de café a la mesa. El un té con leche grande. Cuando terminó la primera tasa abrió la segunda y rompió el silencio: Nunca volví a querer como cuando tenía seis años.
El hombre no dijo nada. Ni siquiera el gruñido tipo aja que había largado un par de veces al inicio del viaje.
Subieron al auto y partieron sin una palabra. Todas las maniobras para subir tras el volante con la silla automática y los ruidos de los motores eléctricos y las palancas de ajuste y de freno subrayaron el silencio sin piedad.
- Yo fui piloto de helicóptero en Nam.- dijo él a los diez minutos. – Primero de helicóptero y después de avión.

Tuesday, June 22, 2010

You don't really need it. (12)

Se menciona a la biblia tangencialmente.

Uno de los workshops que Jane facilitó para los nuevos empleados que debian aprender a ser ella fue en la afueras de Boston. Jane se hospedó en un hotel cerca de Tufts University, y finalizado el entrenamiento, se fue a quedar con su hijo, que estudiaba en esa universidad y tenía un pequeño departamento en un barrio cercano.

Es común que, cuando uno quiere tener una profunda conversación con su hijo, él no esté dispuesto. Y que, cuando uno realmente no quisiera tenerla, algo lo atraiga, al hijo de puta, a acercarsce y buscar la conversación íntima. Es un clásico que cuando esto último ocurre, los padres no sabemos rechazar la oportunidad. Jane se dejó arrastrar a un diálogo con vino y fuego en el hogar y queso camambert y velas. Fue muy raro contarle a alguien que nunca había comprado un electrodoméstico todo el asunto en que estaba metida. Cómo explicarle el sexo a un robot? Pero el vino ayudó.
Contarle el sexo al robot nos expone a lo ridículo de esa práctica: frotar partes húmedas y malolientes. Tocar (como si el tacto no fuera el más bajo de los sentidos) Chupar. Repetir espasmódica e irracionalmente el mismo movimiento. Endiosar cosas menores. Perder la objetividad. Admirar partes que son habitualmente relegadas a las últimas posiciones de la escala de valor. Transformar los buenos modales en algo vergonzoso y valorar los excesos y extremismos. Hacer de nuevo lo que no tiene novedad fingiendo de común acuerdo que es maravillosa la repetición. Gozar sin excusas, reir y suspirar, relajarse y dormitar con una sonrisa como si todo estuviese resuelto. "Paren de mentir! "gritaría el robot "Paren de mentir!!!".
El hijo de Jane no gritó porque sintió que la madre estaba un poco loca y que prefería no alterarla para no tener que ocuparse de ella justo en el fin de samana que pensaba irse a esquiar con una companiera de facultad que le recordaba el sabor de las peras en la infancia.
Debo admitir que la última frase sobre las motivaciones de ese chico las inventé. Pero es cierto que el tipo publicó un poema batante bueno, en la revista de la universidad, que yo leí en internet, y que decía que antes de conocer a las mujeres, su mejor recuerdo eran las peras de la infancia en la quinta de su abuela.
Y también es cierto que Jane me contó que su hijo y ella se excedieron con el vino y él le habló de sus recuerdos de la huerta de la abuela (incluyendo las peras) y ella recordó aquellas tardes en que metían de todo en la licuadora: duraznos, peras, ciruelas, naranjas, tomates, hierbas picantes, hielo, leche, manteca de maní,mermelada, azucar y gin.
Jane recuerda que, estando embriagada por esos menjunjes, el atardecer junto al río y los hijos tenían olor a campo, a piel sana, a lluvia recién llegada y a felicidad.
Uno no se imagina a los judíos haciendo vida tan sana. Es culpa de Hollywood. Se han cansado de mostrarnoslos amenazados por nazis perversos en escenas mal iluminadas y sórdidas... tenemos amigos judíos, hoy, pero los interpretamos a la luz de esas películas. Y a veces hasta ellos parecen sentirse obligados a cumplir ese papel de supervievientes afortunados y resentidos. No pretendo juzgar si tienen razón o no. Pero contrasta con aquella hermosa imagen de licuadoras llenas de frutas, azucar y gin... y atardeceres de festejo. Me pregunto si, en el caso de los Niven, el cambio da apellido se los autorizó. Y también quisiera saber, para mi propio beneficio, si será cierto que la fruta ( que en última instancia es un producto del sexo vegetal) licuada, endulzada y alcoholizada, no es mucho mejor que la biblia para orientarse en la vida.

Monday, June 21, 2010

You don't really need it. (11)

Hablemos de Celos.

Si bien Jane es un personaje bastante interesante debo admitir que es producto de su tiempo.
Y que es posible rastrear sus influencias, estilos y patologías y cometer la atrocidad de definirla como los biólogos definene a una especie de escarabajo cuyo desarrollo le tomó a la Naturaleza millones de anios. Me viene a la mente aquella frase "definir el humor es como clavar una mariposa con un poste de telégrafo". Y aquí vengo, al galope, con mi poste.
Qué le pasa a Jane cuando tiene que elegir a personas diferentes a ella para que hagan esa cosa singular que ella ha estado haciendo? Pensemos, antes de contestar, que Jane venía en caída libre: había perdido el registro, el marido y el trabajo y tenía algo más de cincuenta. De su propio seno sacó una idea que fue como la liana que salva a Tarzán en la escena más dramática de la película. Y esa idea no era una avivada egoista sino todo lo contrario: era escuchar al prójimo y dejarlo ser lo que realmente quería ser. No había posibilidad de cuestionar la idea ni acusarla a ella de nada incorrecto. Si alguien hubiera intentado decir que todo su proceder era desleal al empleador ya que proponía no comprar en un negocio que vivía de la venta, hubiera sido insostenible, puesto que las ventas seguían subiendo. Ampliar el operativo y montar toda una empresa alrededor de esa idea que a ella le nació espontánemente fue, como dijo mi mujer, un big bang para su ego. Pero ese big bang puede haber disimulado otros efectos secundarios y la consideración de contradicciones notables que hubieran, de otra manera, aflorado mucho antes. Un hombre cercano a la presidencia me dijo hace unos anios "No se puede manejar un partido sin dinero negro" y con esas simples palabras me ayudó a entender que un intrés vital satisfecho para todo el mundo produce armonía y orden. Podría haber sido un enemigo común, un fanatismo religioso o un mundial de futbol. En el caso de Jane fue este asunto de encontrar un lugar en el mundo que no era el que el mundo le daba como una limosna sino el que ella con sus propias convicciones encontraba. Hay que sumarle a esto que eran los ideales de su padre y que habían causado un impresionante impacto positivo en muchas personas.
Volvamos ahora a la pregunta: Qué le pasa a Jane cuando necesita hacer el paso inverosimil de clonarse, reproducirse y multiplicarse mediante la selección y capacitación de desconocidos?
Lo que le pasa es que se resigna en pro de un bien superior: el hecho de que muchas personas tengan la oportunidad desenchufarse. Pero dejar de ser única equivale a morir. Y Jane muere cada día de este proceso en que seleccionan y capacitan gente para que sean como ella. Si ellos pueden ella no es única.
Cada tanto Jane intenta hacer la receta de torta de yogur que hacía su madre. Nunca le ha salido exactamente como a ella, pero sigue probando con ligeros cambios en busca de la receta exacta. No le decía a su marido e hijos ni le dice a nadie hoy pero ella lo sabe: su madre le ocultó la verdad. Se la llevó a la tumba. Y a ella le parece comprensible. El ataúd hubiera sido demasiado liviano si su madre hubiera dicho todo. Y a la vez lo opuesto tiene sentido también. El peso de ese ataúd, como aquella caja forrada de manos, podría destruirse y ser totalmente precindible. El peso de las cosas no puede competir con la sonrisa del desapego. Las mismas balanzas caen, vestidas de traje, en álbumes de fotos que nadie va a volver a mirar.
En la desierta tierra de nadie que dejan los soldados cuando termina la batalla del desapego hay muchos cadáveres. Pero es posible que alguno no esté del todo muerto. Y que al tercer día se arrastre hasta una cantimplora para iniciar su nueva vida. En el pecho está escrito su nombre: Celos.

Thursday, June 17, 2010

You don´t really need it. (10)

Después de aceptar:

La vida de Jane cambia aunque el contrato que firmó sigue idéntico.
Las palabras escritas se alejan de las personas que las escriben como un barco del puerto ni bien se cortan las serpentinas que arrojaron los pasajeros en la despedida.
El papel picado se humedece sobre las piedras del puerto e inicia su democrático camino hacia la podredumbre pero las palabras escritas conservan intacta la tipografía, la semántica, la sintaxis.
Jane firmó. (Admitámoslo: saospecho que mirando con especial emoción ese 20% de las ganancias que se mencionaba en la cláusula séptima.)
Y la vida siguió adelante como un carruaje de ocho caballos que pasa por encima de un transeunte distraído.
Al día siguiente le mostraron un plan de entrevistas de personal a contratar. Los avisos de búsqueda ya estaban redactados por una agencia de selección y serían publicados cada dos días en las cuarenta plazas principales de los Estados Unidos. Ella iniciaría un tour de sesenta días entrevistando a los diez preclasificados de cada plaza para elegir a dos de esos diez. Un grupo de analistas especialmente capacitados identifiracían los parametros intuitivos que guiaren la conducta de Jane en esas seleciones para asilarlos, cuantificarlos, estandarizarlos y multiplicarlos. Ese marco lógico sería trasladado a seis selectoras experimentadas que elegirían otras ciento veinte personas cada una. En la selección de las personas estaba la mitad del éxito habían acordado Alex Midas y su suegro. Las restantes setecientas veinte personas debían ser elegidas " con la misma intuición" había subrayado Alex en su mail a la agencia de selección. Y se había quedado pensando que no podía haber nada en el universo que no pudiera ser entendido y replicado. Que quizás los humanos fuesemos imperfectos y por lo tanto incapaces de hacerlo a la con exactitud, pero que una buena una imitación era suficiente para ganar unos dociendtos millones el primer año y arriba de trescientos cincuenta en los años sucesivos.
La lectura de ese plan de acción y de los avisos que se publicarían en los diarios (quiero creer)causaron en Jane un impacto importante.
Tengo en mi mente la imagen de un techo a dos aguas y una persona tratando de empujar un tronco barranca arriba por ese techo. Si logra llevarlo hata arriba y empujarlo sobre el la cima, el tronco seguirá solo barranca abajo. Pero llegar arriba no es fácil. Con esa imagen quiero decir que ese plan de replicar el estilo de selección de Jane en seis seleccionadoras como ella, para replicarla luego a ella misma en ochocientas vendedoras de la idea de no comprar, tiene que haber sido un trago difícil de pasar para Jane. Pero, una vez pasado eso, todo lo demás debe haber sido fácil. Me pregunto si el maldito Midas, este, no lo planeó así especialmente para ponerla a prueba y descartarla en caso de que no pudera digerir eso. Si Jane se dio cuenta que todo eso le jodía y que en el fondo el problema era que tenía un ego debe haber pensado: You dont really need it... porque siguó adelante. Mi nujer dice que es justamente al revés. Que el ego fue lo que la llevó a enamorrse de la idea de multiplicarse por todo el país. Pero le tengo dicho a mi mujer que no lea sobre mi hombro meintras ecribo en mi blog.
Y yo me sigo preguntando. ¿Se puede pasar de ese idealismo individual, del contacto personal, del desapego zen , del mirar a los ojos, del escuchar la historia íntima, del festejar un triunfo único e irrepetible... a la producción en serie? Y me contesto que por supuesto que se puede y por eso existe McDonald y sus infinitas atomizaciones de la vaca muerta, descuartizada, picada y recalentada. El Franchising es la alegría de muchos. O sea que ese obstáculo lo supero.
Lo que no logro contestarme es qué le hace eso a la mente de Jane. Intuyo que no se puede seguir igual. Y planteo el problema de que si cambia la líder posiblemente se tambalee la pirámide construída sobre ella, o surja algún conflicto.
Una solución para que la pirámide no se vea alterada es momificar al líder.
No sería el primer caso.
Cinco mil años de historia nos contemplan.

Tuesday, June 15, 2010

You don't really need it. (9)

A alguien le tiene que tocar.

Es difícil imaginar en qué pensaba Jane día a día. Yo lo comparo con lo que pasa por mi mente cuando pienso en el emprendimiento en que estoy. A la noche generalmente tengo ratos en que trato de ver las cosas desde arriba: olvidar la problemática diaria de ejecución de tareas y ver hacia donde estamos yendo con una perspectiva algo más amplia. Salir del corto plazo para pensar en el significado trascendental de nuestro trabajo. En mi caso es bastante sencillo. En el corto plazo está brindar los cursos de negociación colaborativa para que la gente se entienda mejor y pueda tomar decisiones en equipo que beneficien el bien común en vez de caer en conflictos destructivos. En el mediano plazo la idea incluye crecer en cantidad y calidad de consultores, en cantidad de clientes y países en que operamos, y estar dispuestos para tareas más importantes incluyendo a gobiernos y problemas internacionales. En el largo plazo queremos influir en la cultura del planeta para que haya suficientes personas en posición de tomar decisiones que sepan negociar colaborativamente como para que el manejo de los problemas ambientales globales no sea tan malo como viene siendo hasta ahora y podamos sostener la civilización sin una tremenda catástrofe. En resumen, crecer para difundir un estilo de negociación que permita la supervivencia.
Pero el caso de Jane es bien diferente en varios aspectos. Yo trato de adoptar una actitud de estratega y pensar la visión amplia y el largo plazo, ella elije lo inmediato. Mira a los ojos de la persona que tiene en frente y se olvida de la hora. Es un soldado que se concentra en su espada y hace temblar la China.
Pero me cuesta creer que lo extraordinario de la historia en que está inmersa no la haga reflexionar… no le cambie el carácter…
Un día llega una consultora multinacional con un proyecto para el que han conseguido inversores y le dice “Hemos pensado en esto. Vos sos el centro. Seleccionarías y capacitarías a ochocientas personas para empezar. Se ubicarían de a dos en cada una de las cuatrocientas casas de artículos para el hogar de la cadena Equis. Será una especie de iglesia laica o asociación de alcohólicos anónimos. Gente que quiere abrazar la nueva causa de desenchufarse. Tendrás el 20 % de las ganancias. Estimamos que el primer año eso podría ser cuarenta millones, alrededor de veintiocho millones libres de impuestos.”
Es difícil imaginar qué piensa Jane día a día y más aún imaginar qué piensa ese día. Quizás haya calculado cuántos electrodomésticos de primera línea se podía comprar con esa plata. Quizás pensó en que estaba bueno multiplicar la cantidad de Janes que escucharán y desenchufarán a los enchufados.
Tal vez la sedujo ese siseo que tiene Midas al hablar o ese estar a punto de desmoronarse y quedar hecho algo humano.
O a lo mejor pensó que ella podía ser el Mesías. Generaciones y generaciones han recibido o esperado a Mesías. A alguien le tiene que tocar serlo. La cuestión es que aceptó. Creo que lo que más me dolió fue que no me consultara. Que ni siquiera me lo contara antes de decidir. Tal vez en el fondo yo siempre había creído que era la razón de su vida. Se que suena algo ridículo… pero a solas, sin compartirlo con nadie, uno puede creerse las cosas mas absurdas. Basta que lo hagan a uno sentir bien. Y debo confesar que que a mí me gusta sentirme bien.

Sunday, June 06, 2010

You don't really need it (8)

Aire caliente

Alex Midas era el joven investigador de mercado que le propuso a Paul, su suegro, encarar este proyecto que se basaba en el “fenómeno Jane Niven” cómo el lo había titulado y que a grandes rasgos consistía en Usted no necesita este producto así que no lo lleve, pero páguelo de todas maneras.
Alex es un tipo ambicioso que mira la moral desde afuera como a un objeto intelectual interesante del cual no ve motivos para formar parte. Tiene un gran sentido del humor, a veces bastante ácido, que lo hace pasar por una persona sociable y hasta simpática. A diferencia de esos hombres que ven a algunas mujeres como objetos, él ve a todos los seres humanos como objetos. Juega un gran partido de ajedrez usando a las personas como fichas. Sabe que las fichas humanas se mueven sobre el tablero de manera mucho más compleja que las del damero milenario, y ha dedicado su vida a entender cómo moverlas. Genera en los demás una atracción importante, posiblemente basada en su éxito y en la habilidad con que se relaciona… pero lo que más le llama la atención a la mayoría de la gente es que siempre parece a punto de revelar que es humano y que es capaz de sufrir por amor o llorar de emoción… hecho que nunca ocurre. A Alex lo envuelve la fascinación de la ola que está a punto de romper.
Releo el último párrafo y siento que estoy ante una novela de hace dos siglos... ¿cómo puede alguien usar un adjetivo tan antiguo y que no dice nada como “ambicioso”? Si bien me avergüenzo de usarlo debo confesar que no conocí al personaje en persona y que me estoy guiando por algunos comentarios y referencias. Es decir, que no puedo dar una explicación más radical de su conducta o más profunda de su personalidad. Vayamos a los hechos que de por sí son suficientemente interesantes:
Alex convenció a su suegro de montar una empresa que vendiera lo mismo que estaba haciendo millonarios a centenares de predicadores religiosos en todo Estados Unidos: aire caliente. Cabe aclara que la expresión “hot air” es de uso común en inglés para referirse peyorativamente a la palabra hablada, es decir, mero aire caliente. Alex veía una importante oportunidad en el mercado para una iglesia sin Dios que operara en una cadena de negocios de artículos para el hogar. “Yo he visto” le dijo a Paul “personas sensatas e inteligentes entrar al templo del consumo a hablar con Jane y reorientar ese impulso… transformarlo en otra cosa… Salir de esa conversación sintiéndose mejor que si hubiesen comprado… ¿Cuánto hubiesen pagado por sentirse mejor que invirtiendo tres mil dólares en una heladera con televisor? Y, más importante aún, ¿cuál sería el costo de brindar ese servicio?”
El suegro le respondió que el sentido común norteamericano destruiría a cualquiera que intentase cobrar a cambio de nada. Dicen que Alex no respondió y cambió de tema. Se tomaron unas cervezas y miraron béisbol por TV. Los White Sox iban ganando y Paul estaba muy contento. Alex le apostó una comida que perderían ese partido. Pero ganaron.
Y diligentemente Alex abrió su agenda para anotar cuándo lo llevaría a comer. Quedaron para el jueves y Alex lo pasó a buscar en un espectacular auto deportivo que alquiló para la ocasión. Lo llevó a comer a una carpa montada en un pequeño pueblo a cien kilómetros donde hablaba un pastor itinerante. La carpa estaba llena. El cubierto costaba cien dólares, la comida no valía más de veinte. Pero más importante que eso, las contribuciones que los comensales hicieron a la iglesia al final de la cena cuadruplicaban el valor descubierto y dejaron al suegro de Alex convencido de dos cosas: Alex sabía persuadir, y tenía razón.
Se pusieron a trabajar en el proyecto. Dicen que lo más difícil fue definir con qué excusa le cobrarían a la gente. Las iglesias tienen el objetivo muy loable y tradicionalmente aceptado de llevar la palabra de Dios a más personas y en última instancia le estamos dando la plata al mismísimo creador para que se cumpla su voluntad. El argumento de Alex era sencillo: Ese impulso está en todas las personas pero algunas son ateas y no pueden encausarlo en una iglesia o son creyentes, contribuyen en alguna iglesia pero les sigue sobrando impulso y de hecho entran en las tiendas a comprar objetos enchufables. Para ellos hay una necesidad insatisfecha: la posibilidad de gastar esa plata sin comprar esos objetos que en realidad no necesitan. Todos necesitan pagar para pertenecer. Cobrémosles. Jane les está dando lo que quieren gratis. Aprendamos de ella el oficio y cobremos por ejercerlo.
Jane me contó en uno de sus mails que a veces le proponía a la persona que entrevistaba en la tienda que caminara hasta la calle y volviera y le contara que sentía en pisar la vereda sin el objeto que había venido a comprar. Ese truco le daba enorme resultado.
Fuera lo que fuera que la persona sintiera era un tema fascinante para conversar y desactivar la adicción a los enchufables.
Alex había sido uno de estos clientes enviados hasta la vereda cuando hacía de comprador incógnito y dos cosas habían quedado en su alma grabadas a fuego:
La idea de que Jane podía ser una mina de oro si el la manejaba bien.
Y la horrible sensación de haber sido despojado de su disfraz de comprador misterioso… Jane le había abierto una puertita y Alex se había sentido vulnerable ante ella como nunca en su vida se sintiera ante nadie.
No es descabellada la teoría de que la cárcel de Jane fuera una venganza de Alex Midas por ese instante de vulnerabilidad.

Wednesday, June 02, 2010

You don't really need it. (7)

Pagalo igual.

Algunas de las cosas que voy a contar ahora quizás les suenen conocidas, porque, a medida que iban ocurriendo, Jane me las contaba por mail y a veces yo las contaba, a mi vez, a amigos y parientes.
Lo primero que ocurrió fue que el polaco fue el encargado de comprar los regalos de fin de año para todos los clientes del estudio a nivel nacional y llamó a Jane. Le pidió que lo ayudara a desarrollar una idea. Ella, para no tener que pensar tanto ni equivocarse en la sugerencia propuso una tarjeta de compras con un crédito incluido en ella a fin de que el cliente eligiera su regalo de entre cinco productos promocionados. El departamento de marketing la ayudó a preparar la propuesta y negoció precios especiales por cantidad con los fabricantes. El polaco y sus jefes quedaron encantados. Pero la cosa no termina allí. El monto de las compras fue sideral ya que el estudio tenía clientes en todo Estados Unidos y en la mayoría de los casos era gente rica que se compraban dos o tres veces lo que el crédito del regalo les permitía, pagando la diferencia. El efecto sobre las ventas de la tienda fue importante. El jefe de Jane fue recompensado y Jane también y lo festejaron con una comida a la que asistió la vieja niñera de sus hijos.
Jane me lo contó con entusiasmo pero con algo de ese desapego de los místicos en su tono cuando ven señales que confirman su convicción. Ella ya se daba cuenta de que todo era parte de un plan y que ella tenía una misión. Lo que no se daba cuenta era lo contradictorio que resultaba esa señal que lejos de estar en la misma línea de You don’t really need it era un resonante éxito de ventas.
La parte buena es lo que la gente sentía cuando Jane la recibía en el segundo piso de Sears. No hay una ciencia que mida cuánto bien le pude hacer, a alguien, estar con otra persona. Si la hubiese seguramente Jane hubiese marcado un record. Los casos del polaco y la vieja de la juguera son importantes porque fueron los primeros, pero, en cuanto a lo maravilloso de su diálogo con Jane, fueron ampliamente superados por cientos de personas que vinieron después.
Jane dijo que ella siempre estuvo buscando al polaco y a la vieja en la mirada de los demás. Que aprendió de ellos a hacer más felices a los que vinieron después.
A mi entender Jane descubrió que en el momento en que uno entra a comprar una de esas cosas que se enchufan uno se está enchufando también a un importante pacto místico-social. Esas cosas cúbicas y blancas o rectangulares y negras o extrachatas, plegables, portátiles o de moderno diseño y con luces, programables, garantizadas, computarizadas, a control remoto, binorma o trinorma, adaptables, automáticas, autolimpiables, recargables, microcompuestas, reciclables, a energía solar, desmontables… tenían un valor espiritual que superaba a todo lo demás. Comprar era ofrecer un tributo. Era caminar dentro de las fauces de la deidad y entregarse. Y salir de allí con la prueba (cúbica, rectangular o extrachata) de la sumisión.
Cuando me lo dijo me hice el superado y contribuí a su análisis con varias frases en que me burlaba de los consumidores y exageraba su teoría en forma bastante cómica, al punto de comparar al sistema con los vampiros. Pasados algunos meses de aquello me da un poco de vergüenza haber reaccionado así. Fue la respuesta de un cobarde. Más valiente hubiese sido admitir con dolor y aceptación que yo había sido uno más de esos. Recuerdo con toa claridad, cada vez que entré en Frávega o Garbarino la sensación de estar en la boca de un animal mucho más grande cuyo cuerpo se extiende por pasillos subterráneos a industrias, agencias de publicidad, aduanas, embajadas, partidos políticos, grupos supranacionales de países desarrollados, agencias de inteligencia, oficinas centrales del vaticano, entidades en que se investiga cosas que el común de la gente ignora, cuartos de hoteles de siete estrellas donde se planean muertes accidentales y vidas aburridas…
Toda esa visión me la pasó en limpio Jane, para mí había sido sólo una tenue percepción que no llegaba a hacerse conciente. Le debo esa claridad... Entonces a veces dudo si su superstición, que tanto critico, no será alguna claridad un poco más elevada a la que todavía no accedo.
Hasta entonces yo temía que la echaran si seguía jodiendo. A partir de este punto empecé a preocuparme que le pasaran cosas peores.
Pero sus mails eran siempre alegres. Invariablemente me contaba de los patos a los que alimentaba durante su almuerzo. Les había puesto nombres y aparentemente los bichos eran muy inteligentes. Las anécdotas era divertidas, pero a mí me sonaban, justamente, demasiado anecdóticas. Como hablar de los caniches de Perón o que Hitler pintaba al óleo… Jane estaba convenciendo a cientos de personas de que realmente no necesitaban hacer su tributo al sistema y la gente se iba de ese negocio mejor de lo que entraba. No estoy hablando de una película de Holywood en que un tipo inventa el Hula Hula y millones de personas entran en el frenesí del consumo y el tipo es un visionario millonario. Acá estamos hablando de muchos casos de personas inteligentes, con iniciativa, personalidad, amor, estudios de postgrado, ideas independientes… estamos hablando de gente como yo o como vos, o para el caso, como Jane, cuya casa de la costa rebalsa de electrodomésticos carísimos y sofisticados. Y no estamos diciendo que Jane encontró una fórmula para el desapego del confort y la puso de moda. Jane escuchaba a cada persona y (ojalá supiera cómo) era capaz de sintonizar las motivaciones que los llevaban a comprar y hablar de ellas en vez del objeto que pedían que les vendiera. Un día me enojé y le pregunté con algo de impaciencia: Nunca nadie necesita cambiar el lavarropas por que se le rompió y punto?
No me contestó sobre eso en particular. Pero con el tiempo y sucesivas narraciones de sus aventuras por mail noté que en varios casos les vendía productos a los clientes. Quizá a dos o tres de cada diez. Un día me dijo con orgullo que las ventas de su departamento crecían mes a mes. No pedí explicaciones a eso. Conseguir que Jane conteste una pregunta es una tarea de éxito poco probable. Me trata como a sus clientes talvez… me responde a lo que ella cree que necesito. No a lo que voy a pedirle.
Los días de trabajo de Jane eran cada vez más cansadores. El boca en boca le traía muchos clientes que querían que ella, y no otra persona, los atendiera. Con el tiempo fue adoptando la práctica de recibir en un escritorio y de que la gente sacara número para ser atendida por ella. No usaba reloj ni preguntaba nunca la hora. Escuchaba a la gente y conversaba con ellos hasta que se quisieran ir. A muchos les gustaba mirar a la distancia la mímica de Jane y sus gestos y ver cómo iba cambiando la expresión de los interlocutores.
A nivel nacional la tienda de departamentos tiene contratados servicios de consultoría de una importante empresa que los asesora en marketing. Uno de los programas regulares que lleva a cabo esta empresa es el clásico “mistery shopper” o cliente incógnito. Es una persona que visita la tienda como si fuese un cliente cualquiera y evalúa la calidad de atención de los vendedores.
El comprador incógnito que visitó este departamento de la tienda de San Francisco escribió un informe especial sobre Jane. Pero nadie le prestó mucha atención. Al poco tiempo echaron a este investigador de mercado de la consultora por una denuncia de acoso sexual. La causa de la denuncia no era grave y había ocurrido durante una fiesta de oficina del tipo en que muchas cosas suelen ocurrir, pero el jefe no quería problemas ya que la denunciante era una hija del socio fundador de la consultora, así que cortó por lo sano y le pidió que se fuera. ¿Cómo sé yo tanto detalle de la vida de este tipo? Porque en el lapso de seis meses se casó con la chica que lo había denunciado y le propuso a su suegro una idea revolucionaria en el marketing del siglo XXI: No lo necesitás realmente, así que no lo lleves, pero pagalo de todas maneras. La idea involucraba directamente a Jane.